El hombre que sacaba fotografías.A menudo se preguntaba si sería capaz de capturar el ágil movimiento de las olas, o la suave caricia de la brisa veraniega. Se preguntaba si podía, de alguna manera, embotellarlo, capturarlo como si de un genio en una lámpara se tratase. Pero dibujar no se le daba bien y su prosa se le acontecía limitada para describir con palabras lo que no se ve, sino que se huele, saborea o siente. Aquellos años de desilusión y vacío lo atormentaron y por esa razón, el día que encontró enterrado entre olvidadas memorias un tesoro fue el único momento en que se sintió satisfecho de poder abrirse y dejar ir lo que había luchado por mantenerse junto a él. Lo que encontró, como podrás imaginar, era una cámara. Nada demasiado especial, pero le gustaba. Decía he capturaba la vida como un recuerdo antiguo, embellecido por su borrosidad, tal y como había comenzado a verlos, tal y como lo había hecho su padre antes que él. Verás, él era un hombre maldito. El fantasma de los últimos días de su padre lo perseguía. Incluso podía ver su propio fantasma, preocupado por si sería la única cosa que jamás recordaría. Por aquel entonces aún podía ver, cada mañana y cada noche, la mirada en los ojos de su padre. Vacía, perdida, rodeada de caras nada familiares, pero de alguna manera consciente de que algo se le escapaba. Eso era lo que le asustaba casi más que nada: recordar que no podía recordar. Así que sacaba fotos. La gente normalmente pensaba que era extraño, algo obseso. Lo era, lo sabía y no le importaba, porque también sabía que no recordaría lo que otros pensaban de él, o lo que pensaba de sí mismo. Quizás por eso no le preocupaba demasiado qué clase de persona era, o qué clase de persona pensaban que era. Lo único que le importaba era capturar todo para tener algo que contemplar cuando nada más tuviese sentido. Así lo hizo. Cada momento, cada persona, cada recuerdo que se desvanecía. Logró capturar las alas de un colibrí en un viaje a México, el sonido de la versión de Johnny Cash de Hurt, la sobrecogedora escena de Madame Butterfly en Philadelphia y la tierna sonrisa de su mujer. Hace un par de años, cuando comenzó a rendirse ante su trágico destino, decidió realizar un último viaje. Era verano y condujo al mar. Había pasado mucho tiempo y se sintió contento de poder recordar la última vez que sus pies tocaron el agua salada y cómo se sentía la brisa veraniega. Pero no pudo capturarlo. Aquella calma y paz, aquellas sensaciones que experimentaba, no pudieron mostrarse en sus fotografías a pesar de lo mucho que lo intentó. Aún así, estaba contento.
Pasó los últimos años de su vida repasando antiguas fotografías una y otra vez. Realmente, no importaba, porque al día siguiente era como si descubriese un nuevo mundo, como si viviese una nueva vida. Al principio, se preguntaba quién era toda esa gente, dónde la había conocido y hacía cúanto que desaparecieron de su vida, aunque nunca lo hicieron. Una mañana, por primera vez, se preguntó quién había sacado aquellas imágenes. Esa misma noche, mientras permanecía tumbado en su cama medio despierto, recordó sus pies enterrados bajo la arena salada, las olas suavemente acariciarlo y la brisa veraniega envolverlo. Se durmió, buceando bajo aquellas sensaciones, para no despertarse nunca más. The man who took picures.
Often he had wondered if he could capture the swift movement of the sea, or the gentle touch of the summer breeze. He had wondered if he could somehow bottle it up, or capture as if it were a genie in a lamp. But he wasn't good at drawing and his lyricism fell short to describe with words what is not seen, but heard, tasted or felt. Those years of disappointment and emptiness troubled him much and for that reason, that fateful day he found an old treasure buried under forgotten memories was the one and only time he was glad to open up and let go of what fought to stay with him. What he found, you might guess, was an old camera. Nothing too special, but he liked it. He though it captured life as an old memory, embellished in blurriness, just like he had began to see them, just like his father had before him. You see, he was a haunted man. The ghost of his father's last years of life still followed him. Now, he could even see his own ghost, worried that it would be the only thing he'd ever remember. Back then, he could still see, every night and every morning, that look in his father's eyes. Empty, lost, surrounded by unfamiliar faces, but somehow aware that he was missing out on something. That was one thing that almost scared him the most: to remember that he couldn't remember. So he took pictures. People usually thought he was odd, a bit obsessed. He was, he knew and he didn't care, because he also knew he wouldn't remember what others thought of him, or what he thought of himself. Perhaps that is why he wasn't too worried about what kind of person he was, or what kind of person others thought he was. The only thing he cared about was capturing everything to have something to look at when nothing made sense anymore. So he did. Every single movement, every single person, every single fading memory. He had managed to capture the wings of a hummingbird in a trip to Mexico, the sound of Johnny Cash's cover of Hurt, Philadelphia's overwhelming Madame Butterfly scene and his wife's tender smile. A couple of years ago, as he begun to give in to his heartrending fate, he decided to take one last trip. It was summer and he drove to the sea. It had been long and he felt pleased that he could still remember the last time his feet touched the salty water and how warm and pleasant the summer breeze felt. Yet he couldn't capture it. That calmness and peace, those sensations he experienced failed to show up in his pictures no matter how hard he tried. Still, he was glad. He spent the last years of his life going through his pictures over and over again. It didn't really matter, because the next day it was as if he was discovering a whole new world, living a whole new life. In the beginning, he wondered who those people were, where he had met them and how long ago had they disappeared from his life, even though they never did. One morning, for the first time, he wondered who had taken those beautiful pictures. That same night, as he lay in his bed half awaken, he remembered his feet buried under the salty sand, the waves gently caressing him and the summer breeze warming him up. He fell asleep, diving in those sensations, to never wake up.