Revista Cultura y Ocio
Jorge Luís Borges junto al tigre
El hombre, el inventor de cosmogonías, lo crea con sus ojos hundidos en un eterno crepúsculo amarillo, que decae incesantemente. La hermosa bestia ignora que es un sueño, que su pelaje es una vasta geografía de meandros negros como ríos de la India, como senderos selváticos de un relato de Salgari o Kipling. Mil veces se habrán soñado mutuamente en la memoria. Cuando al fin se tocan, el hombre, con el rico instrumento de su imaginación, y la bestia, ciega a la razón, es como si el demiurgo y su creación, al fin se descubrieran. El tigre es oro, olor de estepa y fuego que se ilumina como los colores de un fresco de un crepúsculo veneciano. El hombre ciego, casi al borde de la muerte, es también el tigre. Lo intuye, quizá lo imagina, como lo hizo por primera vez en ese viejo grabado de su infancia, ahora recobrada. El tigre es el arquetipo del hombre; también parece que el animal lo estuviera soñando.