Revista Cultura y Ocio

"El huerto de Emerson" por Luis Landero

Publicado el 10 mayo 2021 por Juancarlos53

"Yo soy de los que viven, archivan en la memoria, y luego, al recordar, me lo reinvento casi todo. Yo solo necesito un poquito de realidad para escribir; lo demás es añadido imaginario." (pág. 98)

En 2015 cuando leí "El balcón en invierno" de Landero pocos se asomaban al muy humilde mío, quiero decir a este blog, que en ese momento tenía escaso tiempo de vida y era poco conocido por estos pagos. Tras haber visitado -leído- "El huerto de Emerson" con interés he ido como no podía ser de otro modo a recuperar mis impresiones sobre ese balcón al que salí hace seis años largos y no puedo por menos -perdóneseme la inmodestia- que reconocer que lo que allí vertí [] sobre la publicación de este Gran Faroni de nuestra literatura, Luis Landero, podría reproducirlo casi al pie de la letra para comentar esta última obra autobiográfica, novela memorialista, ensayo intimista o como quiera que el carácter proteico de la literatura hoy decida calificarla.

No es Landero un escritor al uso, quiero decir, facilón. No, desde luego que no. Su literatura surge de lo más profundo de sí mismo. Podría decir -repetir, pues creo haberlo ya dicho en otro lugar de este blog- que constantemente nos está hablando de él y su mundo. Si en otros de sus libros podría quedar algún atisbo de duda en éste la declaración de lo que digo parte ya del propio título de la obra: "El huerto de Emerson". ¿De qué huerto nos habla? ¿Quién es Emerson? Hay que leer los 15 apartados en que se estructura esta obra para hallar la respuesta debida a ambas preguntas. Pero si aún no lo habéis hecho un poco de ayuda nunca viene mal. Seguid leyendo.

La primera cuestión no se entiende sin la segunda. Emerson es un escritor, poeta y filósofo estadounidense que vivió durante el siglo XIX y fue fundador del movimiento denominado trascendentalismo, pensamiento filosófico que parte de Kant, sigue por Fichte y desemboca en Schopenhauer. En esencia lo que venía a decir Emerson a cuyo huerto viene Landero a recoger lechugas y hortalizas es que el contacto de la persona con la naturaleza provoca que a través de la intuición y la mera observación se pueda conectar con la 'energía cósmica', o sea, vamos, en último término con Dios; quiere decirse, pues, que el trascendentalismo es una especie de panteísmo. Pero a Luis Landero lo que más le sedujo del pensamiento de Emerson es la declaración del norteamericano de que hay que valorarse en lo que uno es, que hay que conocerse a uno mismo, que " cada cual ha de aceptarse a sí mismo tal como es, y aceptarse además con orgullo y contento. Que a todos nos ha tocado en suerte un terrenito en el que laborar ". Este terrenito es el huerto al que alude en el título. En definitiva, él mismo.

A raíz de la lectura de este libro he recordado una hermosísima película que vi hace ya unos años que bebía en el pensamiento y filosofía de Ralph Waldo Emerson. Me refiero a " Paterson" del director Jim Jarmusch que hace cinco años ya . En el film, la pareja protagonista se siente atraída por la ' poesía de las cosas' de William Carlos Williams, poeta norteamericano que bebía de este transcendentalismo de Emerson. Todo como se ve está muy muy relacionado.

Pero a lo que vamos. Landero en esta novela-ensayo-memoria-metaliteraria adquiere un cuaderno nuevo y se dispone a escribir. Dice que en contra de lo que acostumbra piensa hacerlo sin plan previo (" Siempre he planeado mucho mis libros, pero esta vez quiero que el libro se vaya haciendo solo, y que él solo vaya tomando la forma que mejor le parezca ."). Lo único importante para ser escritor, dice desdoblándose en personaje de su propia vida visto desde su posición de autor-narrador, " es tozudez y maña. Extraes un hilo de la primera frase, tiras de él y tejes la segunda, soplas sobre las ascuas de la segunda y con esa pequeña candela enciendes la tercera, luego tomas una palabra de la tercera, la frotas, a ver qué sale, [...] a la cuarta le pones alas y la echas a volar, y en cuanto a la quinta, a lo mejor esa llega sola, despistada, como caída de un guindo, o bien se presenta voluntaria, y hasta es posible que venga acompañada de otra, y así, [...]"

¿Se puede explicar de manera más poética el personalísimo proceso creativo de Landero? Creo que no. Pero no es el único momento en la narración que lo hace. Toda ella está plagada de explicaciones metaliterarias, de aclaraciones sobre su poética. Y esto es uno de los grandes valores de este librito, breve por el número de páginas y extenso por la profundidad de su contenido.

Pero ¿de dónde saca los asuntos, el contenido, el fondo que subyace tras esas palabras que tiran unas de otras formando una conga de lo más solidaria? Siempre siempre de su propia memoria, o sea, de lo vivido, del propio huerto personalísimo. Así ha sido desde siempre en él, desde esos Juegos de la edad tardía hasta este que tengo en las manos. Piensa con acierto Landero que el tiempo nos agotará y de nosotros como ya comentaran nuestros antepasados renacentistas no quedará más que lo guardado en la memoria de quienes nos sobrevivan. ¿Y si esos -como es seguro que pasará- también abandonan este mundo? ¿Dónde irá a parar lo vivido por nosotros? Al olvido, evidentemente. Quizás el papel, ese cuaderno virgen que ha adquirido y espera sobre la mesa ser violentado amorosamente por la pluma, sea la solución

" Pensé en cómo mi mundo propio e irrepetible, con su infinita minucia de sucesos, al que a última hora vendría a agregarse el de la muerte, se perdería conmigo, igual que se perdió el de mis padres y el de todos los muertos que ahora me rodeaban. "

Es El huerto de Emerson una obra memorialista y autobiográfica por donde quiera que se la mire: los orígenes extremeños del autor, el traslado de la familia a Madrid, la muerte del padre, sus diversos trabajos y ocupaciones: ayudante en un despacho de abogados, guitarrista, profesor ayudante de francés en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, profesor de instituto, conferenciante... Mil y uno oficios han sido desempañados por Luis Landero si bien " Salvo cuando fui guitarrista, también yo me considero un hombre sin oficio, con solo algunas habilidades difusas que me han permitido ganarme la vida y encontrar un lugar en el mundo. Desde siempre, yo he admirado a quienes tienen y dominan una profesión y la desempeñan con esmero y con gusto. "

El escritor-narrador en este ensayo autobiográfico novelado se presenta a sí mismo como impostor, maestro de la apariencia, siempre a punto de abandonar cualquier oficio u ocupación atraído por los cantos de sirena de la pereza, su auténtica perdición, contra la que ha luchado desde siempre. Su impostura le lleva a confesar que más que un profesor que escribe, he sido un escritor que en sus horas libres se ganaba la vida dando clases, por aquello de la maldición bíblica del pan y del sudor . Sin embargo como profesor de Literatura en el madrileño Instituto Calderón de la Barca, de Literatura comparada en la Universidad de Yale o de Escritura y Ciencias Teatrales en la RESAD (Real Escuela Superior de Arte Dramático) sus clases se caracterizaban por la atención puesta en el detalle dejando de lado las grandes exposiciones teóricas (" he sido un profesor de detalles, vislumbres y caprichos, en tanto que el grueso del saber académico lo encomendaba a los buenos oficios de cualquier manual. ")

Y la verdad es que también en su narrativa -algo que en este libro se percibe muy especialmente- ese gusto por el detalle, por lo mínimo, se comprueba de varios modos. Uno es a través del vocabulario al que recurre en ocasiones; palabras como escuerzo (sapo), tueco (oquedad producida en la madera por la carcoma), garabato (instrumento de hierro con punta semicírcular que sirve para tener colgado algo, asirlo o agarrarlo), evónimo (tipo de arbusto también llamado 'bonetero') o aldabón (culebrilla inofensiva de mítica mala fama) le sirven para dar entrada en el relato al realismo mágico que por momentos se enseñorea en él: " Si te pica el alicante, llama al cura que te cante.Si te pica el aldabón,avisa al enterrador Si el aldabón y su mala fama pertenecen a la esfera de lo imaginado, la niñez es terreno abonado a la fantasía y surtidor primordial de ese realismo mágico -mejor sería decir "memorialismo mágico"- en que a base de detalles mínimos en algunas ocasiones esta obra se transforma. Es muy ilustrativo al respecto la estampa en la que el autor rememora cómo un hombre gordo que caminaba junto a un niño en una feria se separaba del suelo y volaba elevándose; algo que al Landero niño e incluso al novelista adulto cuando ha sido preguntado por ello no le parece para nada inverosímil: al niño porque todos sus compañeros así lo veían, y al adulto porque, dice, " no es inverosímil que un hombre gordo, si es joven, salga volando". Sentido del humor no le falta al autor de Albuquerque.

Muchos elementos sabrosos hay en este relato memorialista. A los recuerdos vividos se le añaden de una manera no menos vívida un gran número de frases escuchadas que por mecanismo inexplicable se quedaron grabadas en su memoria reapareciendo de manera recurrente a lo largo de su vida. Son expresiones aparentemente tan sin sentido como la que durante su adolescencia oyó decir en un ultramarinos del barrio (" Aquí no trabajamos el mejillón pequeño "") o la que con seriedad profirió su tío Paco en un círculo masculino que el Landero niño observaba (" El problema de las grandes ciudades es que los taxis libres van más despacio que los ocupados, y eso entorpece el tráfico "). A estas frases, oídas durante su adolescencia a hombres y mujeres en conversaciones mantenidas en torno al fuego o a la puerta de las casas durante las cálidas noches de verano, se suman otro sinfín de ellas leídas en Faulkner ( El villorrio, especialmente), en ( Rojo y negro), en Cervantes que sostenía que " Saber sentir es saber decir", o en Goethe cuando afirmaba que " Basta con sentir". Pero también en su memoria están los versos de Antonio Machado (" En el corazón tenía / la espina de una pasión; / logré arrancármela un día: / ya no siento el corazón "), de Juan Ramón Jiménez, de Quevedo, Cernuda, Valle... que afloran por doquier en este texto memorial como formantes intrínsecos de su propia experiencia vital. Esta presencia se plasma en intertextos que cualquier lector avisado puede reconocer durante la lectura. Así en una plegaria " al señor de la invención y de la gramática " leemos, entre muchas otras, una petición en la que resuena el poeta de Moguer (" concédeme la gracia de encontrar el nombre exacto de las cosas ") y sucede otro tanto en alusiones y citas que llevan a muñidores literarios que en Landero forman parte inseparable de su propio existir.

El lenguaje literario contenido en "El huerto de Emerson" de Luis Landero es poético por demás. La imaginería que utiliza para construirlo, la abundancia descriptiva, la metaforización, las alusiones y elisiones... Todo contribuye a crear una atmosfera lectora agradable y satisfactoria. Esta obra de apariencia sencilla, compendio de lo que su vida ha sido, se disfruta infinitamente cuando el lector reconoce las alusiones intertextuales, comprende las elisiones, desarrolla las imágenes y se deleita con el color y plasticidad derivada de su poder descriptivo

"Son días intensos, irrepetibles, perdurables, de no parar de contar, de escuchar, de preguntar, y de un continuo y deleitoso asombro que todos querrían que no acabara nunca. Pero luego, sin embargo, lento pero seguro, pasa el tiempo, haciendo su oficio, y llega el día en que los niños se han comido las golosinas, las mujeres han guardado sus ropas y perfumes, porque en aquellas soledades no tienen ocasión de lucirlos, las aventuras y noticias ya han sido despachadas, y sin saber cómo, vuelve la monotonía, y el camino liso de lo cotidiano, y el fastidio de la rutina, y la desgana de los días y el secreto sinsabor de vivir. "

Efectivamente es el tiempo, como no podía ser de otra manera, elemento esencial de un libro autobiográfico, un libro en el que se muestra el camino que la vida es, el viaje que ella supone. A través de la escritura memorial se pretende capturar el tiempo que huye y los tiempos que mudan. Landero muestra en este libro un mundo que desaparece si es que todavía existe: " Estas cosas se habían contado durante siglos alrededor del fuego, y en verano al fresco de la calle. Mi abuela Frasca y mi tía Cipriana me las habían contado a mí, pero yo ahora no tengo a quién contárselas. Como tantas cosas, aquellos tiempos también se han extinguido " Diríase que la experiencia vital no está completa hasta que no contamos o nos contamos lo vivido.

Es el momento actual, nuestro tiempo, época en la que el viaje físico se ha sacralizado. Es preciso viajar, es casi una obligación ciudadana. Si no se viaja, la economía se resiente. Luis Landero no gusta de estos desplazamientos físicos en el espacio pese a haberlos practicado en algún momento de su ya larga vida. Afirma que " de todos mis viajes, los que he vivido con más emoción e intensidad, los buenos, los inolvidables, los esenciales, los he hecho con Julio Verne, con Defoe, con Homero, con Stevenson, con Humboldt, con Darwin, con Kapuściński, con Shackleton y con tantos otros. Pocos lectores habrán disfrutado tanto como yo con los libros de viajes y las novelas de aventuras ." Y categórico, concluyente, y muy muy literario como es todo en él, añade

" Dejemos los viajes para los hombres sin imaginación, como dice Proust de las mujeres hermosas "


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