Revista Cultura y Ocio

El hueso ya no se lleva

Por Cayetano
El hueso ya no se lleva La Casa Nautilus, de Javier Senosiain Cuando uno ve alguna película antigua basada en fantasías tipo Julio Verne, por citar un ejemplo archiconocido, le sorprende el diseño de los artilugios, como en el caso del Nautilus, que recuerda mucho la arquitectura orgánica de moda en su día, ese submarino que tiene más de edificio de Gaudí, tan modernista y futurista él, que de sumergible. Uno viaja con el capitán Nemo y cree que está dentro de La Casa Batlló. Para mucha gente de cine de los sesenta el mañana estaría lleno de naves con aspecto de cafetera volante y personajes -de pelo corto y afiladas patillas- con trajes de papel aluminio, digo yo que para conservar el calor, como el pollo al horno, que en Marte hace un frío del copón.  El diseño del cuerpo humano también está anticuado, es fruto de la mentalidad de otra época, como la terracota, los muros de piedra sin tallar, los ladrillos secados al sol o las techumbres de ramas y cañas entrelazadas.  Sí, ya sé -me diréis cargados de razón-, que el señor Jahvé hizo su primer hombre hace la tira, pero como la época en la que lo hizo era bárbara y atrasada y lo más moderno entonces eran las vasijas de barro y las casas también de barro, prefirió adelantarse a su tiempo y fabricar nuestra especie a partir de los diseños modernistas, dado que su mente clarividente y omnisciente, podría elegir la época. Faltaría más.  Pues bien y ya concluyo: el cuerpo humano es decimonónico y está obsoleto. Basta mirar unas láminas de esas de anatomía humana, llenas de huesos y de músculos, que los fisioterapeutas y los traumatólogos tienen en sus consultas, para darte cuenta de que el tiempo no ha pasado en vano, como ocurre con el miriñaque de hace un par de siglos.  Los huesos son rígidos y se fracturan. Los músculos se adhieren a los huesos mediante tendones que sufren desgarros, inflamaciones y roturas. Así, cuando más tranquilos estamos, nos viene a visitar una legión de dolencias donde no faltan los esguinces, las torceduras, las contracturas musculares, la artrosis, la osteoporosis…  Si Dios viviera hoy haría el cuerpo humano más maleable y acomodaticio, mucho más flexible ante accidentes y caídas. Se evitarían luxaciones y fracturas, con lo que no se perderían tantas jornadas de trabajo y se paliaría el colapso de los hospitales, así como contribuir a reducir los gastos destinados a sanidad.  Si la creación del mundo comenzara ahora en pleno siglo XXI, con la proliferación de los nuevos materiales como el poliuretano, el PVC, la fibra de carbono, la silicona, el titanio o el hormigón pretensado, estoy convencido de que el sumo hacedor del mundo -o la propia naturaleza, según la creencia de cada cual- diseñaría a sus criaturas a partir de un concepto innovador donde los nuevos materiales reemplazarían a los viejos.

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