Por Urbana Luna
El otro día me encontré con tu recuerdo. Era tan alto como tú, con el mismo cabello negro de reflejos azulados. Se deslizaba entre los invitados con la ligereza de un bailarín, sujetando con una sola mano la bandeja llena de copas. Cuando le tuve cerca me miró como se mira un paisaje lejano o un cuadro que no interesa. Normal, los recuerdos son aves de paso, no tienen apego por nadie. Lo sorprendente es que, visto de cerca, ni sus ojos, ni sus labios, ni el tono de su piel, guardaban el menor parecido con los tuyos. De repente sonaron las doce campanadas, hubo risas, choque de copas, y ya no volví a verle. No hay que fiarse de los recuerdos, casi siempre son falsos. * * * * * * * *