La Calenda o anuncio de la Navidad
se canta en el Monasterio de HH Oblatas de Xto Sacerdote
el 24 de diciembre a las 9 a.m. C/ Gral Aranaz 22 Metro Ciudad Lineal. Madrid (España)
En la Misa de media noche, que tiene un gran sentido litúrgico y goza del aprecio popular, se podrán destacar: al comienzo de la Misa, el canto del anuncio del nacimiento del Señor, con la fórmula del Martirologio Romano
(Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, nn. 110s).
La Iglesia desea que, a ser posible, todos los fieles participen en la noche del 24 de Diciembre en el Oficio de Lecturas, como preparación inmediata a la celebración de la Eucaristía de media noche. Donde esto no se haga, puede ser oportuno preparar una vigilia con cantos, lecturas y elementos de la piedad popular, inspirándose en dicho Oficio. Cuando todo esto no se puede hacer conviene no olvidar la gran introducción que se expresa con el Canto de la Calenda o Anuncio Solemne de Navidad.
En efecto, un elemento para comenzar la Misa de Navidad es la proclamación de la Calenda a manera de pregón navideño. Este anuncio, que permanecía vivo en los usos monásticos –por la mañana del último día de Adviento- y en la liturgia papal –en la Nochebuena-, ha vuelto a ser propuesto por el Martirologio Romano (2001).
La Calenda, tal como figura en la edición tradicional del Martirologio, provendría de la mención que, en el año 205c., hace del Nacimiento de Cristo el presbítero romano Hipólito en el Comentario al Libro de Daniel 4,23 (según el manuscrito de Chalki). El 25 de diciembre sería la fecha de la tradición que habrían seguido Telesforo, papa de Roma (129-138) y el obispo de Cesárea, Teófilo (+195). El día habría sido transmitido por la comunidad judeocristiana que celebraba cada 25 de diciembre el aniversario de la Consagración del Templo (Janucá) con el progresivo encendido ritual de las luces.
"Así, la fecha del nacimiento de nacimiento de Jesús significaría al mismo tiempo que, con Él, que amaneció como la luz de Dios en la noche invernal, aconteció verdaderamente una consagración del templo: la llegada de Dios a esta tierra" (J. Ratzinger, 1997).
El solemne anuncio litúrgico afirma que Cristo ha querido consagrar el mundo con su venida.
La santificación en la Verdad
Este pregón, que se canta o se proclama con solemnidad, viene a ser como el compendio de la historia de la humanidad que espera la salvación realizada en Cristo. Como un último grito del Adviento realizado se contemplan la creación, la alianza y la promesa de salvación que, tras el diluvio, se concreta en la llamada al patriarca Abraham y el éxodo del Pueblo acaudillado por Moisés. El texto litúrgico incorpora la vocación de todos los pueblos con una interesante referencia al calendario de los griegos y romanos, pueblos de la cultura en la que se acogió históricamente el acontecimiento de la Encarnación. Son los diversos jalones que expresan la catolicidad del mensaje salvífico. La razón de toda esta historia de salvación es la voluntad amorosa de Dios de consagrar el mundo con su presencia.
Como aceptación de la Verdad la costumbre ha incorporado una genuflexión al final del Solemne Anuncio. El gesto expresa la adoración de la comunidad cristiana ante el insondable Misterio de Cristo: Dios asume la realidad de nuestra carne. El mismo gesto latréutico se prescribe después en la Profesión de Fe de las tres misas de Navidad, al cantarse o pronunciarse las palabras del Credo "Et homo factus est" (Y se hizo hombre). La comunidad creyente se arrodilla en este día, en señal de adoración, en el Símbolo de la fe como hace habitualmente en la Plegaria Eucarística.
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Os anunciamos, hermanos, una buena noticia,
una gran alegría para todo el pueblo;
acogedla con corazón gozoso:
Habían pasado millones de años
desde que, al principio, Dios creó el cielo y la tierra
e hizo al hombre a su imagen y semejanza;
y miles y miles de años desde que cesó el diluvio
y el Altísimo hizo resplandecer el arco iris,
signo de alianza y de paz;
unos mil novecientos años después de que Abrahán,
obediente a la llamada de Dios,
partiera de su patria sin saber a donde iba;
unos mil doscientos años después de que Moisés
condujera, por el desierto hacia la tierra prometida,
al pueblo hebreo, esclavo en Egipto;
unos mil años después de que David
fuera ungido rey de Israel por el profeta Samuel;
unos quinientos años después de que los judios,
cautivos en Babilonia, retornaran a la patria
por decreto de Ciro, rey de los persas,
cuando permanecía fiel a la Alianza
un Resto de los hijos de Sión,
alegres por su Rey;
en la ciento noventa y cuatro Olimpíada de los griegos;
en el año 752 de la fundación de Roma;
en el año 42 del imperio de Octavio César Augusto,
mientras sobre toda la tierra reinaba la paz,
en la sexta edad del mundo,
hace cerca de 2011 años:
El Hijo de Dios Padre,
queriendo consagrar el mundo con su presencia,
concebido por obra del Espíritu Santo,
en Belén de Judá,
de María virgen, esposa de José,
de la casa y familia de David,
nació Jesús,
Dios eterno,
Hijo del eterno Padre y hombre verdadero.
¡Es la Navidad del Salvador que los hombres esperaban!
El nacimiento de Cristo
presagia su Pasión y su Resurrección gloriosa.
El pesebre y la noche de Belén evocan la cruz y las tinieblas del Calvario;
los ángeles que anuncian al recién nacido a los pastores nos recuerdan
a los ángeles que anunciaron al Resucitado a los discípulos;
los magos han precedido a las mujeres
en el anuncio del Evangelio de la Vida a todas las gentes.
Con justeza podemos decir que,
estamos celebrando el Paso del Señor en la realidad de nuestra carne.
¡Felices Pascuas!