El incendio
Imagen obtenida de http://imagenesfotos.com
La bloguera Gaviota ha creado un certamen literario de relatos en el que se puede participar mediante invitación. A mí me ha invitado Josep ‘Salvela’. El premio para el ganador es un Corazón de chocolate. La competencia es durísima, con textos de altísimo nivel. Se supone que debería invitar a otros seis blogueros, pero teniendo en cuenta que el plazo para presentar los relatos termina el domingo 15 no voy a poner en ese compromiso a nadie. Por cierto, el blog de Gaviota es: http://gaviotasconamor.wordpress.com
Aquí tenéis mi relato. Advierto que puede herir sensibilidades…
No puede apartar la mirada de las llamas. La contemplación de su danza hipnótica le hace sentir bien, relajado, en paz. Sabe que hay una explicación científica, completamente coherente, a la existencia de esa magia multicolor, pero él es incapaz de asimilarla; puede imaginar cómo se sintieron los primeros hombres, la sensación de poder que debieron experimentar al lograr dominar el fuego y ser capaces de crearlo… Crear para destruir… Belleza salvaje, indomable, al acecho de la más mínima oportunidad para desbocarse.
En este momento se siente como uno de aquellos hombres mágicos dotados del inmenso poder necesario para controlar el fuego.
Esos brazos ardientes, etéreos pero tan reales, no tienen piedad. Las llamas lo devoran todo con un apetito insaciable, haciendo desaparecer en cuestión de minutos cualquier cosa que se cruce en su camino.
Andrés nota la caricia abrasadora en su piel. Pronto será insoportable, pero una fuerza invisible lo retiene ahí. Tiene los ojos resecos y los labios empiezan a agrietársele, pero es incapaz siquiera de parpadear. En su boca ya no hay saliva y le duele incluso respirar… Pero ahí sigue, inmóvil, atrapado por la belleza del baile macabro que está reduciendo a cenizas lo que fuera su hogar.
Hace sólo unos minutos estaba furioso. La ira lo había poseído y únicamente con la aparición de las primeras llamas ha empezado a relajarse. Ahora siente una calma absoluta. Quiere estar siempre así, aunque ya ni siquiera es capaz de sudar, pues el inmenso calor que irradia el incendio lo está deshidratando.
Piensa en la que había sido su esposa y en el tipo ese. Ya no deben quedar más que cenizas de ambos. Cuando los ha sorprendido en la que fuera su cama su primera reacción ha sido volver a cerrar la puerta, pero inmediatamente le ha invadido un calor muy diferente del que lo está achicharrando mientras contempla su obra. Era un calor que le provocaba una sensación radicalmente opuesta a la calma profunda actual. Ha desenfundado su arma reglamentaria, ha abierto la puerta y ha vaciado el cargador en ese maldito hijo de puta, que apenas ha podido gimotear antes de volarle la tapa de los sesos.
Su mujer berreaba como la perra que era, pero no ha podido hacerla callar porque se ha quedado sin balas. Ha sido entonces cuando ha cruzado por su mente la imagen de los dos bidones de gasolina que guardaba en el garaje. La ha agarrado por el pelo y la ha llevado a rastras hasta allí. La ha metido en el coche, ha cerrado la puerta, ha agarrado uno de los bidones de 25 litros y, llevado por una determinación diabólica, lo ha vaciado por toda la casa. Con el otro bidón ha empapado bien el garaje mientras Eva lo miraba desde el interior del coche presa del pánico que sólo experimentan quienes saben que van a morir y no pueden hacer nada para evitarlo.
El policía, insensible a la desesperación de la persona con la que había compartido doce años de su vida, le ha lanzado un último beso, ha abierto la puerta levadiza del garaje, se ha alejado unos metros, ha encendido un cigarrillo y, sintiendo mariposas en el estómago, ha lanzado el Zippo al interior. Las llamas han aparecido inmediatamente para obsequiarle con su danza de la muerte, y le ha invadido la calma.
Todavía oía los alaridos de Eva cuando la gasolina del depósito del vehículo ha hecho explosión. La onda expansiva lo ha hecho volar varios metros y lo ha dejado aturdido, pero enseguida se ha incorporado para continuar presenciando el espectáculo.
Ahora la casa arde a lo grande. Nota cómo se le va quemando el vello de las manos y los brazos y siente la piel de la cara tan tirante que en cualquier momento se le va a quebrar, pero no se va a ir. Nunca se había sentido tan bien, tan en armonía con el universo. Y se lo debe a esas llamas maravillosas, purificadoras, a ese fuego sagrado que todo lo limpia y todo lo cura…
Andrés quiere sentirse así por siempre jamás, quiere participar de ese baile eterno, de modo que, al tiempo que a lo lejos se oyen las primeras sirenas, empieza a andar para fundirse en un abrazo salvador con las llamas que celebran entusiasmadas su llegada.
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