Varios graves incendios, que han quemado ya cerca de 1.500 hectáreas cerca del Pirineo, han rebasado los presumibles cortafuegos y continúan, ardientes, su camino sin conocer de fronteras. Muy al contrario, encuentra en su camino una tierra árida, llena de maleza, de malas hierbas que nadie limpió cuando aún era abarcable la tarea, y sigue quemando la tierra árida y los árboles secos, alentado por el viento que le guía y le abre camino entre la espesura de la que se alimenta. No ha llovido. Podría ser el cambio climático y la incesante desertización de la península. Lo cierto es que la aridez, la maleza y la desidia han dejado un bosque muy apetitoso para el fuego. Son las consecuencias de la sequía y de la falta de cuidado de aquello que un día nos hizo afortunados. Los recortes sociales ya perpetrados, y también los previstos (no hay que olvidar que el grueso vendrá tras las elecciones andaluzas) están dejando tras de sí una tierra árida, una maleza infranqueable sólo para las llamas. Y el fuego avanza mientras los bomberos echan gasolina. Y no se trata de trabajar más horas, sino de que trabajemos todos. Y no se trata de recortar, sino de aprovechar eficientemente los escasos recursos sin despilfarros ni amiguismos. Hay muchos que sí querrían trabajar más horas: concretamente unas 35 desde las cero que pueden hacerlo actualmente. Esa idea de trabajar en modo suizo, que acaban de rechazar aumentar sus vacaciones anuales a seis semanas porque no sabrían qué hacer con el tiempo libre, unido a una reforma laboral que ensalza la precariedad de los nuevos y viejos contratos, no parece ser la salida ni el fin de este infierno requemado. Y no se prevé que llueva ni que la solución caiga sola del cielo como otras veces.