Revista Ciencia

El incierto destino de las últimas focas mediterráneas

Por Ireneu @ireneuc

El incierto destino de las últimas focas mediterráneas

Foca Monje

Cuando hablamos de focas, siempre se nos evocan paisajes polares, tierras rodeadas de hielos, glaciares por todos lados... y más frío que carracuca. Esta idea glacial de un terreno con focas, transmitida hasta la nausea por los documentales de la televisión es totalmente cierto y no hay nada que objetar. Sin embargo...¿se puede imaginar tumbadito en su hamaca, tostándose vuelta y vuelta al sol veraniego de la Costa Brava, con su cervecita, su sandía enterrada en la arena con su palito señalizador, y un par de focas -los animales, no me sea malpensado- a su lado? Pues por extraño que le parezca, esta hoy inimaginable estampa fue factible en nuestras playas hasta principios de los años 70, en que fue avistado el último ejemplar de foca monje mediterránea en la costa catalana.

El incierto destino de las últimas focas mediterráneas

Distribución actual

La foca monje (Monachus monachus), también llamada lobo marino o "vell marí" -viejo marino- en catalán, es la única especie de foca endémica del Mediterráneo, la cual está incluida entre los 10 mamíferos más amenazados de extinción del planeta al contar con menos de 500 individuos. Antaño la foca monje, llamada así por su color marrón combinado con su panza de color blanco que recuerda a un monje con su hábito, habitaba profusamente toda las costas de la ribera mediterránea desde Turquía hasta Gibraltar, pero hoy día a penas se encuentra en las islas griegas, ciertos puntos de la costa del Magreb y -aunque parezca un contrasentido- en la costa atlántica del Sahara y Mauritania, donde se halla su principal colonia, con unos 150 individuos.

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Ejemplar adulto de "vell marí"

Esta especie, relicta de la última glaciación, en que los glaciares llegaban a un tiro de piedra de las playas del Mare Nostrum, fue abundante hasta que los pescadores empezaron a verlas como competidoras. En un mar cada vez más esquilmado por la pesca intensiva, las pobres focas -de hasta 3 metros y 300 kg de peso- encontraban más alimento en las redes que en el mar abierto, lo cual las llevaba a romper las redes y alimentarse de su contenido. 

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Víctima de los pescadores

La culpa por la falta de capturas no se atribuyó a la sobrepesca (¡qué va!), sino que se focalizó en las focas, a las cuales se daba caza como alimañas a las que se tenía que eliminar. De esta forma, su población declinó a partir del S.XIX hasta los años 50 en que el perfeccionamiento de las artes de pesca -y caza- acabaron con ellas en todo el litoral español. En 1951, murió de un hachazo la última foca monje de Alicante y en 1958, las dos últimas de Baleares, una sacrificada por los pescadores y la otra por un disparo de un Guardia Civil. Este acoso y el crecimiento urbanístico de toda la costa, que dejaron sin espacio vital a las pocas que aún sobrevivían, acabaron por erradicar esta especie del Mediterráneo occidental. A pesar de ello, en 1973 aún se avistó una foca entre Roses y Cadaqués.

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Se esconde en cuevas

Así las cosas, la poblaciones remanentes fueron desapareciendo progresivamente de la vista humana, siendo los encuentros cada vez más raros. Las colonias italianas desaparecieron hacia los 80; la colonia de Sahara-Mauritania sufrió los conflictos armados de la zona durante los 90 al ser disparadas por los soldados por simple divertimento y por una epidemia por una intoxicación de algas en 1997, que acabó con un tercio de la población; por su parte, la colonia de las islas Chafarinas mermó hasta quedar una sola (llamada "Peluso"), de la cual se perdió la pista hacia el año 2000. Ello puso en alerta máxima a las entidades conservacionistas y se iniciaron diversos proyectos de conservación y reintroducción.

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Ejemplar del mar Egeo

A principios de los 2000, la fundación Territori i Paisatge (Territorio y Paisaje) presentó un ambicioso proyecto de reintroducción de la foca monje en la zona del Cabo de Creus el cual debía acabar con el establecimiento de nuevo después de medio siglo de desaparición de una colonia estable de estos fócidos mediterráneos en la Cala Jugadora (Cadaqués) en 2014. Asimismo, el Gobierno Balear presentó otro proyecto de reintroducción en sus costas. Sea como fuere, la cosa se animó al producirse avistamientos de foca monje en aguas de Mallorca durante el 2008. Sin embargo, el advenimiento de la crisis, junto al hecho que Territori i Paisatge está financiada por la prácticamente quebrada Caixa Catalunya, aparcaron el proyecto sine-die para regocijo y alegría de las personas implicadas en el proyecto, claro.

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Tan solo quedan 500 individuos

El estado actual de la foca monje es tan crítico que si no se hace nada, la especie no tiene posibilidades de tirar adelante, pero si se toma cartas en el asunto y se dividen las poblaciones existentes a fin de colonizar zonas antiguas, se corre el riesgo de perder tanto las nuevas como las viejas. De una forma u otra, la cosa tiene mala pinta, pero si algo hay claro es que, por si sola, la especie no sobrevivirá, tal y como pasó con la foca monje del Caribe, la cual se extinguió en los años 50. El hombre ha sido el que, de forma directa, la ha llevado al abismo por lo tanto, guste o no a los estados, es responsabilidad del hombre el asegurar su pervivencia. Esperemos que la concienciación social respecto la importancia de la conservación de las especies, lleve a que podamos convivir de nuevo en nuestras costas con un habitante autóctono que nunca jamás debía haber dejado de vivir en nuestras hoy atestadas playas.

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La protección de la foca monje, un asunto internacional


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