Revista Arte
La tristeza y el sufrimiento producido por un desengaño ajeno pueden llegar a provocar una profunda amargura, pero el desengaño del que uno mismo es causa es la peor de las decepciones. La mitología griega creó una divinidad, Némesis, para equilibrar los deseos impropios de los seres mortales. Su venganza era atroz sobre los envidiosos de los dioses y sus virtudes. Era una forma de ordenar el cosmos, donde los humanos y los dioses justificaban todo lo que había. Así, también castigaba a los que habían recibido demasiados dones y se enorgullecían y envanecían, además, de ello.
Cuentan los mitos que una vez existió un hermoso joven, Narciso, al que los oráculos habían profetizado ya que sólo viviría mientras no viese su propia imagen. Las ninfas que le llegaron a admirar y fueron rechazadas por él se quejaron a Némesis del desdén del joven. Ésta llevó a Narciso a necesitar beber agua de una fuente cristalina para tratar así de saciar su sed. Al ver, entonces, su propia imagen reflejada en el agua, ansioso en su desconocido deseo, no pudo ya nunca dejar de hacerlo. Fue incapaz de, siquiera al menos, mover las dulces y serenas aguas donde él -sin saberse él-, aparecía así reflejado. De este modo, paralizado y abstraído, se transformó en la maravillosa flor que hoy lleva su nombre.
El origen semántico de narciso proviene del griego narké, cuyo significado es narcosis. Nos indica este término, por tanto además, la representación ideográfica de lo que nos produce sueño, alucinación o desvanecimiento. Algo que nos suele llevar, de hecho, a otro mundo diferente, distinto al nuestro, donde lo que entonces seríamos y en donde viviríamos no tiene nada que ver con nuestra propia realidad. El filósofo francés Jules de Gautier (1858-1942) creó el término bovarismo para designar la insatisfacción crónica de una persona consigo, para describir los efectos del enorme contraste que, un ser humano, puede llegar a tener entre sus anhelos y sus aptitudes reales.
Basado en la novela de Gustave Flaubert Madame Bovary (1857), donde su protagonista, desquiciada por una vida conyugal falta de lo que ella deseaba, aspiraba a vivir otra vida diferente, incluso, a lo que ella por su propia naturaleza era capaz de tener. Es la motivación emocional de lo que viene de fuera del ser lo que causa la angustia del desdeseo. No es más que el difícil equilibrio entre lo que tenemos que recoger del exterior, conocimiento, alimento, relaciones, objetos, y lo que tenemos que aportar de nuestro interior, identidad, autoestima, espiritualidad, sosiego.
Sin embargo, entre ambas historias, la leyenda mitológica y la novela de Flaubert, debemos encontrar una forma de vivir equidistante, una forma de vivir que no nos narcotice desde afuera, pero que tampoco nos lleve a un narcisismo autocomplaciente y egoísta. ¿Qué tanto de nosotros tenemos realmente propio?, y de ésto, ¿qué tanto nos ayuda más que nos envilece, aísla o ensoberbece? El filósofo alemán Schopenhauer dijo una vez: A excepción del Hombre, ningún ser de la Naturaleza se maravilla de su propia existencia. Mil ochocientos años antes otro filósofo, Epicteto (55-135), dejó escrito algo que no nos resuelve mucho nuestro deambular vital, pero nos ayuda algo a comprenderlo: No lo que las cosas son realmente, sino lo que son para nosotros mismos, según lo que interpretemos de ellas, eso es, finalmente, lo que nos hace felices o infelices.
(Cuadro del pintor del barroco Caravaggio, Narciso, 1599, Galería Arte Antiguo, Roma; Óleo del pintor italiano Pietro Novelli, Caín y Abel, 1640; Cuadro del pintor español José Manuel Gómez, Deseo, Expresionismo Figurativo, 1992; Cuadro representando al compositor italiano Antonio Salieri, 1825, cuya comparación con el genial Mozart le llevó a la infelicidad, del pintor alemán Josef Willibrord Mähler; Fotografía de las actrices Sofía Loren y Jane Mansfield, Los Ángeles, 1957; Óleo del pintor expresionista noruego Edvard Munch, Celos, 1895.)
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