Revista Arte

El increíble hombre menguante

Por Peterpank @castguer
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Puesto porJCP on Oct 17, 2013 in Autores

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Una niebla radiactiva. Humito mutagénico recién salido de la chistera de un mago mal pagado. Hasta hace treinta años la historia en la que el hombre que lo tiene todo comienza a menguar inexplicablemente, parecía el anuncio de un Apocalipsis mal escenificado. Pero ya no. Ahora que somos mucho más listos, ahora que hemos alcanzado el centro gravitatorio bipolar de los súbditos -la mediocridad y la desconfianza-, ahora que la sociedad tecnológica nos ha convertido en ateos crédulos, nada extraña contemplar una y otra vez la recreación de un poder más reconocible en la actividad secreta que le suponemos, que en la opresión cotidiana que le agradecemos. El poder capaz de desintegrar a cualquier desgraciado que ose cruzarse en su camino.

Cada dos o tres domingos la televisión vomita un documental que nos alerta sobre los extraordinarios peligros del consumo de tal o cual sustancia o de la exposición a tal o cual otra. Se trata siempre de agentes contenidos en productos de uso cotidiano y el conocimiento de estas maldades conduce tarde o temprano a presentir que el ámbito público-doméstico propiciado por el Estado, es decir, el Mercado, no es del todo salubre. Todo régimen, por monolítico que sea, asume y patrocina la existencia dentro de sí de un reverso tenebroso; también en el Edén hubo, junto al Árbol de la Vida, un Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal que encarnaba más la arcana tradición real, chamánica, conservadora y propiedad de los muertos -cosa curiosa cuando todavía no había muerto nadie-, que la moralidad ideal, sacerdotal, revolucionaria, y perteneciente a los vivos.

Richard Matheson y Jack Arnold, narradores del horror venido del triunfo de la cultura protestante, acudieron al cóctel de dos industrias inquietantes, la química y la nuclear, para dar causa al fenómeno central del hombre con propiedad, pero sin tierra: la angustia. El caso es que una radiación caliginosa envuelve a un joven matrimonio que pasa algunos días de asueto navegando en el barco de un familiar. Poco tiempo después Scott Carey, el miembro masculino de la pareja, va a parar casualmente al centro de la nube de polvo pesticida que un camión derrama por accidente. Entonces comienza el proceso de nadización. El cuerpo de Carey decrece y el mismo saber tecnológico causante del terrible efecto ignora cómo remediarlo. Los médicos se asombran y agachan la cabeza.

Cuanto más enano es el protagonista más cruel se muestra con su mujer. La esposa decente y naturalmente acomodaticia que es la sociedad. Cuanto más pequeñito es el menguante ser humano más miedo tiene de su propio devenir, menos capaz es de reconocerse en otros y quererlos. Cuanto más diminuto, más suficiente, a lo Crusoe. Y al final, cuando raya en lo insignificante, nuestro héroe despierta al universo: por fin es capaz de afrontar la entrega a las grandísimas ideas y emociones que lo acercan a su fantasiosa mitología y lo amparan ante la terrible soledad que acompaña a la ilusión convertida en sistema. Cuando la entelequia intelectual se ha perfeccionado, es decir, cuando se ha convertido en la doctrina que se erige sobre la religión, y mientras el mundo circundante se desploma bajo el peso de la mentira y la corrupción, lo único que sigue pareciendo verdadero es la obra pura, el hacer. Y aquí entra la supervivencia a salvar la vanidad del alienado. Hacer es sobrevivir a la mentira y la fantasía empalagosa; sobrevivir es la forma más pura de hacer porque seguir vivo no necesita justificación, su motivo es inmediato y a prueba de veleidades. Sin embargo existe un vínculo entre la vanidad, el deseo loco de supervivencia y la obra. Cuántos creadores, grandes y pequeños, encontraron en el acto de creación la supervivencia de su espíritu náufrago, cuántos obraron para sólo cartografiar su ser insular, cuántos se entregaron al arte suyo para no entregarse a nada más. Quizá por eso la Cultura sea tan inhumanamente compleja y los hombres cultos de verdad tan sencillamente buenos. Sólo los mezquinos son capaces de conservar y exhibir la pequeñez por vanidad. Scott recorre el camino que conduce a una suerte de Asunción invertida y cuando inexorablemente abocado a la desaparición logra triunfar sobre sus nuevos e inmediatos retos de supervivencia -ratoneras, inundaciones y arañas-, ya no quiere seguir viviendo.

La muerte es el dios que pregunta por el pasado. “¿Quién has sido tú?” dice antes de llevarnos, y ese quién es un don soteriológico, porque asume que algo irreductible -animal, memoria, carácter, alma- persistió dentro de nuestro ser mientras atravesábamos el tiempo que duró la vida y, así, de alguna manera, trascendimos. La muerte oscura es un dios que salva. Pero cuando no se muere, cuando sólo ocurre una extinción gaseosa del yo, quien espera en el límite incomprensible entre el ser y el no ser no es la muerte sino un dios mucho más severo: la Ciencia. El dios que no pregunta quién, sino qué.

¿Qué era yo antes de comenzar a desaparecer? La mujer y el hermano de Scott, creyendo que al protagonista se lo ha comido el gato, abandonan la casa para no regresar jamás. El incesto político que no fue, ronda como la sombra de un buitre del Caos el cadáver del dichoso, por tradicional, matrimonio entre publicista y ama de casa. ¿Era él, el joven marido, nada más que la relación de esposo y hermano que mantenía con estos seres que se ahora alejan en un Buick? ¿Era una talla, un peso, un cuerpo, un instinto, un sexo, un pensamiento, un deseo, una renuncia, una responsabilidad, una moral estática, un espíritu, un integrante del hábito, la religión, la comunidad y la Historia?

Empequeñecemos conforme las ideas pierden fuste en nuestro corazón. El convencimiento de que este o aquel concepto se viene abajo nos acerca al momento eterno en el que no hay conceptos, ni eternidad. También las aventuras del espíritu terminan. Cuando su cuerpo atraviesa mansamente la rejilla de ventilación que poco tiempo atrás lo había retenido en el sótano, Mr. Carey confía en hacerse Uno con el Todo. Se siente más parte que nunca de la Creación. El consuelo del aniquilado o la sabiduría de quien logra superar el miedo, qué más da. No hay ironía política más completa. Ni mejor descripción de lo que une al Poder establecido y a la Revolución que lo reventará.

Miras al cielo infinito y lo abrazas. Bravo, Scott. Dejas de existir cambiando el ser por un gesto perfectamente estético. ¿O no comenzamos todos constituyéndonos sobre invisibilidades, como hacen los torbellinos de pelusas en el aire?

Óscar



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