Kim Kardashian es famosa por muchas cosas. Por su estrafalaria forma de vestir, por sus fracasos amorosos y por su culo. Fundamentalmente por ese enorme pandero televisado. Pero, sobre todas las cosas, es famosa por ser famosa. Ocurre en muchas profesiones. En el periodismo, sin ir más lejos. Los tertulianos saben de todo y van en procesión de un medio a otro dando su opinión a diestro y siniestro. ¿Son acaso los más sabios? ¿Son los mejores oradores? ¿Son los más ponderados? Probablemente no.
Pero son los más telegénicos, los más histriónicos o los más polémicos, si le apuran. La televisión y su espectáculo. Piénsenlo. También ocurre en su entorno. En su oficina, en su universidad, en las redes sociales. Viven entre gurús. Esos vende humos profesionales con tropemil followers a los que una se encuentra en cada evento, congreso o convención… ¡de ponentes!
Foto de Kim Karsahian by Splash News
Son personas que han hecho de su marca personal la ley. Son los community manager de sí mismos. Y no faltan a ningún evento. Han hecho del presentism -salir siempre en la foto, estar con quien hay que estar, ser omnipresente en suma- su trabajo.
Precisamente para separar el grano de la paja recientemente Neil Hall, el genetista de la Universidad de Liverpool, proponía el índice Kardashian. Una la fórmula de mide la discrepancia entre los seguidores en Twitter de un científico y el número de citas de sus trabajos. O sea, distingue la eminencia de la vedette, del divulgador científico médiatico.
Curiosamente la revista Science publicaba recientemente un ranking con los científicos más famosos del mundo y muchos de ellos resultaban ser vedettes. En ocasiones ve Kardashians. En cualquier sector. En un mundo en el que todo está en venta ¿qué hay de malo en cacarear cuando una pone un huevo? Si además es campero y de cultivo ecológico, mejor que mejor. La ciencia no está reñida con la comunicación en el ágora de los legos.