Revista Arte
En los más grandes creadores hay una sutil identidad de momento histórico y de audacia creativa. Para esto los autores, además, deberán ser sinceros con su Arte tanto como con su vida. La autenticidad de las emociones deben ser reconocidas en ellos mismos: no vivirán otra cosa que aquello que ellos mismos crean, y no crearán otra cosa que aquello que ellos mismos vivan. El Impresionismo trató de seducir a Paul Cézanne (1843-1906). Tuvo, de hecho, grandes motivos... Uno su gran amigo Pissarro, el más esencial y primigenio impresionista. Sin embargo, aunque aceptaba Cézanne la autonomía e independencia que esta nueva y triunfadora tendencia suponía en el Arte, no participaba de la superficialidad que -según Cézanne- el impresionismo mostraba con respecto a dos cosas que para él eran fundamentales: la emocionabilidad y la intelectualidad del Arte. Para Cézanne, estas cuestiones eran necesarias, muy necesarias, para desarrollar una obra pictórica.
La audacia crítica y el sentido tan personal que tuvo él que mantener, a pesar de las oposiciones a su forma de plasmarlo en un lienzo, llevaron a la postre a justificar todo el Arte Moderno como ningún otro creador haya sido capaz de hacerlo. Es a él a quien todo eso que vino después le debe el poder haberlo sido posible... Pero, entonces, solo fue un gesto personal no una idea compartida, una tendencia muy personal. Albergar teorías iconológicas y socioculturales es una pretensión suicida, pero, sin embargo, seguiremos haciéndolo siempre, con el ancho parecer que el Arte nos permitirá hacer gracias a su generosidad expresiva y emotiva. Ésta última, la emotiva, tan angustiada y subjetiva como lo es el alma humana y su receptividad ante las sombrías alteraciones de una sociedad, por entonces, además, tan antipersonal como lo fue ya la finisecular del siglo XIX.
La vida del pintor Paul Cézanne es la vida de un hombre insatisfecho, paradigmático del ser perdido por causa de una sociedad vertiginosa. Un ser humano que, teniendo ahora la sociedad burguesa como refugio poderoso, no encontrará ni siquiera un atisbo de paz en nada que le lleve a conciliar momento vital, destino personal y sociedad acosadora. Dos obras aquí del genial Cézanne llevadas a cabo al final de su vida, durante el período 1899-1905, y que determinarán gráficamente el sentido profundo, visualmente salvador, que el propio autor esgrimió ya con su capacidad de expresión tan revolucionaria y atrevida. Comparándolas aquí, además, con dos obras impresionistas del genial Renoir de la misma temática, veremos ahora el modo tan diferente para encajar el apasionante mundo simbólico de Cézanne. Porque en sus obras hay ruptura, por supuesto; hay geometría diferenciadora y aperturista -la que llevaría al volumétrico cubismo, por ejemplo-; hay desgarro del color y de sus contornos que transformará por completo al Arte Moderno... Todo eso y mucho más, pero, sobre todo, hay desazón existencial, una crítica profunda ahora a través de las formas expuestas en un lienzo para sistematizar cosas, para exponerlas ahí meramente...
En su naturaleza muerta, Cézanne no solo modificará el impresionismo con su sentido de las cosas: éstas son lo que son siempre, indiferentemente de la luz que reciban; sus formas, además, no corresponderán a una sola perspectiva, serán formas independientes de su propia naturaleza. Pero no, no sólo hará todo eso el gran postimpresionista, sino que llevará el Arte a un magistral y personal simbolismo, uno muy emotivo, de su propia sensación vertiginosa de una sociedad cada vez más insensible. Así, en su obra Manzanas y Naranjas de 1899, Cézanne nos muestra aquí una estabilidad imposible: ¿cómo se mantienen algunas -no todas, como las personas- de esas frutas redondeadas sin perecer en el abismo, sin caer ahora desde donde están? Hay formas, como la del plato de la izquierda que soporta aquí varias frutas, que están ahora en un equilibrio claramente inestable. ¿Qué superficie es ésa, además, que sostendrá ahora todo ese conglomerado de formas que parecen aquí flotar más que sustentarse en un lugar articulado y visualmente estable para ello?
En su otra obra maestra, Las grandes bañistas de 1905 -un año antes de él morir-, Paul Cézanne llevará ese mismo mensaje de esperanza, su posibilismo inestable, al mayor efecto de su grandiosidad artística. La obra es definitoria, ¿cómo pueden sostenerse esa figuras humanas sin caer?, ¿cómo se mantienen ellas así, casi en el abismo existencial de su ahora inestable sostén? Porque es eso mismo lo que el creador transmitió aquí: inestabilidad y posibilidad. ¿Cómo aunar ambas cosas? ¿Cómo conseguir transmitir que es posible seguir creyendo en la vida, a pesar de las sensaciones demoledoras e inestables que la propia sociedad se encargará de comunicar con sus laceraciones? Eso es lo que, además de una maravillosa nueva expresión de formas, geometrías, colores y perfilaciones, consiguió Cézanne hacer con su última generación artística de Arte, con su canto del cisne artístico de la mayor revolución pictórica que jamás se alcanzó a plasmar en un lienzo con trazos.
(Obra de Paul Cézanne: Manzanas y Naranjas, 1899, Museo de Orsay, París; Óleo Las grandes bañistas, 1905, National Gallery, Londres; Obras de Renoir: Vida con frutas tropicales, 1881, Instituto de Arte, Chicago; y su obra maravillosa del mejor impresionismo, Almuerzo de Remeros, 1881, National Gallery de Washington.)
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