Revista Cultura y Ocio
Este es el principio de "El jardín de Séforis", el manuscrito sobre el que trata mi novela "El evangelio de los Reyes Magos". Si os gusta podéis seguir leyéndolo aquí.
A Demetrio el filósofo, en Antioquía,
de Licino de Gádara, en el mes de noviembre del decimosegundo año de Tiberio César.
Salud.
Decía el más grande de nuestros sabios, Epicuro de Samos, que ninguno debía abstenerse de filosofar, ni por haber alcanzado una edad demasiado longeva, ni por hallarse todavía sumido en las pasiones de la juventud. Prueba de lo certero de este dictamen ha sido la convivencia a lo largo de los últimos años de dos hombres verdaderamente marcados por la sabiduría. El primero de ellos, tu viejo amigo y compañero de estudios Antifonte de Gádara, con gran pesar he de comunicarte que falleció el pasado quince de septiembre. Aunque su edad superaba con creces la setentena, disfrutó hasta el final de una salud envidiable, y seguía teniendo fuerzas suficientes para ir todos los días a por dos cántaras de agua a la fuente de nuestro jardín, pues era un trabajo que, como muchos otros, siempre había querido hacer por sí mismo; pero aquella mañana, cuando hablaba en la plaza con unos vecinos, se sintió mal, le obligaron a sentarse en un banco, y no dio tiempo a que acudiera el médico al que mandaron llamar, pues la vida del gran filósofo se había extinguido para siempre. El segundo de los hombres a los que me refiero es el joven filósofo Jesús de Nazaret, el “Adorado por los Magos”, para usar el sobrenombre con el que es habitualmente conocido en nuestro círculo. Jesús, del que ya nos has oído hablar otras veces, es de origen judío, pero, a pesar de su raza y de su juventud, pues aún no alcanza los treinta años, ha sido con gran diferencia el discípulo más destacado de Antifonte, y la asamblea del Jardín de Séforis no ha tenido la menor duda en designarlo su sucesor como escolarca.
Has de saber, Demetrio, que el cargo me fue ofrecido a mí en primer lugar, no pienses que nuestros compañeros se olvidaron de este maduro y quejumbroso pedagogo, y el propio Jesús insistió en que él no era digno de pasar por encima de mí, y en que se marcharía de Séforis en el caso de que yo renunciase. Pero, por una parte, mi inteligencia y mi sabiduría son demasiado limitadas como para que pueda hacer un buen trabajo al mando de una academia filosófica; y por otra parte, el expreso deseo de Antifonte y de Marco Fasael al crear nuestra escuela en Séforis había sido el de fusionar la sabiduría de los helénicos y la de los hebreos, de modo que nadie mejor que alguien como Jesús, en quien la síntesis de ambas filosofías ha llegado hasta alturas prodigiosas, para conducir la escuela en los próximos años. Poca filosofía habría aprendido yo mismo si no fuera capaz de darme cuenta de que el hecho de ser sobrino carnal del fundador, y el haberle acompañado y ayudado cuanto he podido durante todos estos años, no me da derecho a aspirar a la fama de ser lo que no soy, ni a privar a nuestra escuela de los enormes beneficios que recibirá de la dirección de alguien como Jesús. Así que me limité a recoger mis pocas pertenencias, a despedirme amablemente de todos, y a reconocer que, como decía Simónides,
lo que hay delante en el camino es siempre más hermoso
que lo que hemos dejado atrás,
y decidí cambiar la bella Séforis por la no menos esplendorosa Tiberíades, al fin y al cabo no muy lejos de allí, en donde rápidamente he podido encontrar bolsillos bien dispuestos a comprar a buen precio mis servicios como pedagogo, y desde donde, tras pasar varias semanas acostumbrándome a mi nueva ciudad y a mi nueva vida, he decidido por fin tomar la tinta, el papiro y el cáñamo para enviarte la triste noticia que ya te he dicho. Mas, siguiendo el consejo de Antifonte, cuadno decía que todo mal nos llega rodeado de bienes si sabemos buscarlos o propiciarlos, he pensado que sería agradable para ti si la pena por la muerte de tu viejo amigo te llega acompañada de un regalo que te lo haga aparecer lo más vivo posible en tu imaginación, de modo que he empezado a componer una pequeña historia de nuestra escuela (seguiré diciéndole “mía” pese a que ya no viva en ella), para que puedas en cualquier momento desenrollar estos libros e invocar los acontecimientos por los que llegó a existir, en la bellísima y feliz ciudad de Séforis, el Jardín de Antifonte.
Seguir leyendo El evangelio de los Reyes MagosEnrólate en el Otto Neurath
A Demetrio el filósofo, en Antioquía,
de Licino de Gádara, en el mes de noviembre del decimosegundo año de Tiberio César.
Salud.
Decía el más grande de nuestros sabios, Epicuro de Samos, que ninguno debía abstenerse de filosofar, ni por haber alcanzado una edad demasiado longeva, ni por hallarse todavía sumido en las pasiones de la juventud. Prueba de lo certero de este dictamen ha sido la convivencia a lo largo de los últimos años de dos hombres verdaderamente marcados por la sabiduría. El primero de ellos, tu viejo amigo y compañero de estudios Antifonte de Gádara, con gran pesar he de comunicarte que falleció el pasado quince de septiembre. Aunque su edad superaba con creces la setentena, disfrutó hasta el final de una salud envidiable, y seguía teniendo fuerzas suficientes para ir todos los días a por dos cántaras de agua a la fuente de nuestro jardín, pues era un trabajo que, como muchos otros, siempre había querido hacer por sí mismo; pero aquella mañana, cuando hablaba en la plaza con unos vecinos, se sintió mal, le obligaron a sentarse en un banco, y no dio tiempo a que acudiera el médico al que mandaron llamar, pues la vida del gran filósofo se había extinguido para siempre. El segundo de los hombres a los que me refiero es el joven filósofo Jesús de Nazaret, el “Adorado por los Magos”, para usar el sobrenombre con el que es habitualmente conocido en nuestro círculo. Jesús, del que ya nos has oído hablar otras veces, es de origen judío, pero, a pesar de su raza y de su juventud, pues aún no alcanza los treinta años, ha sido con gran diferencia el discípulo más destacado de Antifonte, y la asamblea del Jardín de Séforis no ha tenido la menor duda en designarlo su sucesor como escolarca.
Has de saber, Demetrio, que el cargo me fue ofrecido a mí en primer lugar, no pienses que nuestros compañeros se olvidaron de este maduro y quejumbroso pedagogo, y el propio Jesús insistió en que él no era digno de pasar por encima de mí, y en que se marcharía de Séforis en el caso de que yo renunciase. Pero, por una parte, mi inteligencia y mi sabiduría son demasiado limitadas como para que pueda hacer un buen trabajo al mando de una academia filosófica; y por otra parte, el expreso deseo de Antifonte y de Marco Fasael al crear nuestra escuela en Séforis había sido el de fusionar la sabiduría de los helénicos y la de los hebreos, de modo que nadie mejor que alguien como Jesús, en quien la síntesis de ambas filosofías ha llegado hasta alturas prodigiosas, para conducir la escuela en los próximos años. Poca filosofía habría aprendido yo mismo si no fuera capaz de darme cuenta de que el hecho de ser sobrino carnal del fundador, y el haberle acompañado y ayudado cuanto he podido durante todos estos años, no me da derecho a aspirar a la fama de ser lo que no soy, ni a privar a nuestra escuela de los enormes beneficios que recibirá de la dirección de alguien como Jesús. Así que me limité a recoger mis pocas pertenencias, a despedirme amablemente de todos, y a reconocer que, como decía Simónides,
lo que hay delante en el camino es siempre más hermoso
que lo que hemos dejado atrás,
y decidí cambiar la bella Séforis por la no menos esplendorosa Tiberíades, al fin y al cabo no muy lejos de allí, en donde rápidamente he podido encontrar bolsillos bien dispuestos a comprar a buen precio mis servicios como pedagogo, y desde donde, tras pasar varias semanas acostumbrándome a mi nueva ciudad y a mi nueva vida, he decidido por fin tomar la tinta, el papiro y el cáñamo para enviarte la triste noticia que ya te he dicho. Mas, siguiendo el consejo de Antifonte, cuadno decía que todo mal nos llega rodeado de bienes si sabemos buscarlos o propiciarlos, he pensado que sería agradable para ti si la pena por la muerte de tu viejo amigo te llega acompañada de un regalo que te lo haga aparecer lo más vivo posible en tu imaginación, de modo que he empezado a componer una pequeña historia de nuestra escuela (seguiré diciéndole “mía” pese a que ya no viva en ella), para que puedas en cualquier momento desenrollar estos libros e invocar los acontecimientos por los que llegó a existir, en la bellísima y feliz ciudad de Séforis, el Jardín de Antifonte.
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