Revista Comunicación

El jarrón

Publicado el 20 julio 2014 por Mandomando

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Jarrón de Jade | Visto en The Tao of Dana (http://www.fengshuidana.com/2014/07/07/blown-glass-home-beauty/) y oferta hecha a mano en Etsy | Glass Jar Demijohn Carboy Blown glass Flower pot Money por Oniroteo http://ow.ly/zlJUp

Jarrón de Jade | The Tao of Dana (http://www.fengshuidana.com/2014/07/07/blown-glass-home-beauty/)

Hay momentos que perduran. Unos por lo bello, otros por lo trágico. Uno de esos momentos tuvo lugar exactamente hoy, 22 años atrás con una fiesta en la playa  (Debeli Rtic, Eslovenia), un jarrón de 30 litros y un contacto perdido.

Casualidades y consecuencias

Julio, 20, 2014. En estos días estamos trabajando con un equipo que estudia montar un ecommerce de vino-artesanal-a-distancia. Una idea basada en The Wine Foundr y que -básicamente- nos permite producir vino y gestionar digitalmente nuestro mini viñedo al compartir recursos físicos y técnicos provistos por la plataforma (descubierto gracias a Mau Santambrosio y Patricia de Andrés). Mientras leía sobre medidas, entregas y demás factores físicos, dí con la tienda en Etsy que tiene la foto de marras. Y por un momento volví al sur de Trieste.

Julio, 20, 1992. Estábamos terminando un posgrado intensivo (de Marketing Estratégico, what else?) y decidimos salir de marcha casi todos los últimos días. Nos encontrábamos en Udine (Friul), al norte de Venecia, ciudad a la que nos habíamos hartado de ir de turista. En una de esas noches, conocí a un grupo que propuso montar una fiesta en un lugar prohibido en la playa cruzando la frontera por un paso privado. Esas cosas a las que cuando eres adolescente cuesta negarte. Ni bien estuvimos -ya tarde- en la casa del dueño del jarrón, aparcamos y cogimos la enorme botella llenándola de vino (aclaro que éramos más de 30 personas). Parecía una forma adecuada de transportar el líquido. Al menos en ese momento nos lo parecía.

Luego de caminar por un estrecho paso en medio de un bosque (si había fronteras, no las vi) llegamos a una verja. Por supuesto, con un cartel que no hacía falta traducir. El prohibido el paso es una señal que todos aprendemos pronto. Ignoro porqué, entre toda la gente del grupo y siendo el único nuevo y desconocido, me eligieron para saltar el primero. Supongo que porque estaba en buena forma. Lo ignoro. Subí, ayudé a una chica a pasar y lo siguiente que recuerdo es el momento en que todo se precipitó. Me pasaron el inmenso jarrón, lo cogí entre las dos manos, lo pasé sobre la verja y lo sostuve, al menos durante un momento.

Los acontecimientos se precipitan (junto con el jarrón)

Fue extraño. Sacando alguna cara de desencanto, nadie protestó. Se resbaló y se estrelló contra las piedras. La chica no pudo cogerlo. Se había perdido todo el vino que iba a acompañar nuestra cena, se había roto un jarrón con pinta de muy bueno, muy antiguo y muy caro pero no hubo culpas ni reproches. Comprobé que era bueno, era antiguo y era caro por la posterior charla frente al fuego. Es lo último que hablé sobre ese jarrón que no consigo olvidar.

Luego de esa cena no volví a ver al grupo. Terminó el curso, viajé de vuelta, los contactos cercanos se hicieron lejanos hasta desaparecer. He buscado por internet y ni noticias de alguien que recuerde esa noche, esa invasión, esa cena y ese jarrón.


 

Este es un post sin conclusión. Saber que ni siquiera con toda la monitorización de medios sociales al alcance, encuentro a ese grupo para decirles que todavía lo siento, aún 22 años después.

Este es un post sin conclusión, aunque de alguna manera, muestra que todavía queda un espacio para la privacidad, esa que está dentro de nosotros, que no tiene que ver con el derecho al olvido porque no la hemos digitalizado. Esa privacidad que ahora al escribir este post, ha dejado de estar oculta.


 


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