El 6 de marzo del año 1714, hace hoy 300 años, se puso fin a la Guerra de Sucesión Española, un conflicto que, a pesar de su nombre, involucró a toda Europa en una lucha sangrienta de más de una década. La guerra le costó la vida a más o menos un millón de personas y terminó cuando los diplomáticos borbones y habsburgo sellaron la paz a cambio de repartirse las antiguas posesiones españolas en el Viejo Continente. Sin embargo, quedaba una última cuestión: ¿qué pasaría con los catalanes que habían luchado contra los borbones? Fueron sacrificados en la primera de las llamadas guerras de gabinete del S. XVIII, el gran juego de los reyes de Europa.
Hace tres siglos la pequeña ciudad alemana de Rastatt fue testigo de un hecho histórico: el fin de la Guerra de Sucesión Española. Este conflicto había empezado en 1701 y había dividido a Europa entre dos bandos. Las monarquías borbónicas del 'rey sol' Luis XIV de Francia y su nieto Felipe V de España contra el resto del continente: Austria, Holanda, Gran Bretaña y Prusia, sólo por nombrar a los países más importantes.
La guerra comenzó después de que el último rey español de los Habsburgo, Carlos II, muriera en 1700 sin descendencia y legara su reino a su sobrino-nieto Felipe. Éste, sin embargo, era Borbón y nieto del poderosísimo rey de Francia Luis XIV, que vería así ampliado su autoridad con un nuevo reino amigo que contaba con un enorme imperio colonial en América y Asia. Francia y España, una alianza imbatible. Sin embargo, la rama austriaca de la Casa de los Habsburgo no quería que la Monarquía Hispánica se escapara de su familia, por lo que presentó a su vez a otro pretendiente: el Archiduque Carlos, el hijo menor del emperador Leopoldo y sobrino-nieto también del último Habsburgo español.
El testamento de Carlos II acabó por no importar nada. Se planteó un gran conflicto entre Francia y Austria por el control del imperio español, un imperio que si caía en manos borbónicas podía convertir a Luis XIV en el amo de Europa. Se lucharon batallas en todo el continente e incluso en las colonias americanas y asiáticas. Fue una lucha mundial. Pero también una guerra civil española.
La España que heredó Felipe V no era un reino sino en realidad eran dos: la Corona de Castilla y la Corona de Aragón. Cada uno de estos reinos tenía sus propias costumbres, culturas y, sobre todo, leyes. Los reyes no podían gobernar a su antojo, sobre todo en la Corona de Aragón, que estaba compuesta por los reinos de Valencia y Aragón, Cataluña y las Islas Baleares.Cada uno de estos territorios contaba con unas Cortes -una especie de parlamento primitivo- que controlaban la acción del monarca porque decidían el dinero que podía recaudar y los tribunales. Es decir, en Aragón el rey no podía cobrar los impuestos a su antojo y sin explicar para qué, ni tampoco podía juzgar a sus súbitos a placer, justo lo que el abuelo de Felipe, el rey Luis XIV, estaba haciendo en Francia a través de una forma de gobierno que se conocería posteriormente como "absolutismo".
Así que cuando Felipe V llegó a España se encontró con que no podía realizar la misma política que su abuelo y que tendría que respetar las leyes de sus reinos. Pero nada más lejos de su intención.
Como las leyes de la Corona de Aragón eran muy restrictivas para su poder, eligió las leyes de Castilla, una corona que ya había sufrido el poder de los anteriores reyes Habsburgo y cuyas Cortes eran mucho más débiles que las aragonesas y, por ello, mucho más dóciles para los planes de Felipe. El primer Borbón español decidió así Felipe quiso unificar sus reinos en uno solo y darle la misma ley. sustituir las leyes de cada uno de los territorios de la Corona de Aragón por las leyes de Castilla a través de los llamados Decretos de Nueva Planta.
Evidentemente los habitantes de la Corona de Aragón se negaron a ello y para resistir decidieron reconocer al Archiduque Carlos como su legítimo rey en vez de a Felipe. Esto significó la guerra en España fundamentalmente entre Castilla y los reinos de la Corona de Aragón, una guerra que aún hoy, tres siglos después, sigue teniendo sus secuelas políticas, por ejemplo en el debate sobre el soberanismo catalán.
Esto no quiere decir que los aragoneses, catalanes, valencianos y baleares prefirieran al príncipe austriaco por una cuestión anticastellana o de simpatía por los Habsburgo (en 1640 los catalanes precisamente habían protagonizado una rebelión espectacular contra el rey Felipe IV y puesto en jaque a la Monarquía Hispánica durante años), ni que Felipe prefiriera a los castellanos por una cuestión de odio hacia el resto. En ambos casos primó el interés: Carlos se comprometió a mantener las leyes de la Corona de Aragón como precio para llegar al trono, y Felipe utilizó las leyes de Castilla porque eran mucho más dóciles y le servían mejor para afianzar su poder personal.
La guerra tuvo varios altibajos mientras Francia, Austria, Gran Bretaña y Holanda sufrían graves pérdidas en el escenario de guerra europeo. En 1711 ingleses y holandeses se retiraron del combate y firmaron el Tratado de Utrecht, un acuerdo desde el cual Gibraltar es colonia británica.
Ese año fue también clave porque el Archiduque Carlos, el pretendiente al trono de España, fue nombrado emperador del Sacro Imperio Romano Germano tras la muerte de su padre. Eso lo cambió todo. En un principio Carlos no iba a ser el heredero de su padre porque tenía un hermano mayor al que le correspondía ese papel. Por eso buscó fortuna en España. Pero su hermano murió. El Archiduque Carlos pasó a ser Carlos VI y con ello perdió interés por la guerra en España.
Así se llegó al Tratado de Rastatt. Significó la paz entre Austria, Francia y la España de Felipe V, que aceptó perder los territorios españoles en Europa a favor de Austria. Fue así como se perdieron territorios como Milán, Nápoles, Cerdeña y los Países Bajos españoles (la futura Bélgica), un territorio conocido en España como Flandes y por el que se habían derrochado miles de vidas y riquezas impresionantes en una guerra eterna de 80 años tan sólo un siglo antes.
Sin embargo quedaba un problema. Cuando Carlos se retiró de España para instalarse en su nuevo imperio, la guerra en la Península Ibérica estaba lejos de terminar. Felipe V iba ganando, sobre todo desde la batalla de Almansa. Había vencido a Aragón y a Valencia, pero aún quedaban fuera de su control Cataluña y las Baleares, dos territorios a los que quería llevar los Decretos de Nueva Planta.
Los soldados de Felipe habían entrado en Cataluña y estaban asediando Barcelona desde julio de 1713. La ciudad estaba resistiendo porque contaba con el apoyo de los austriacos, todavía en guerra con Felipe y con Francia. Los barcos aliados de Carlos entraban y salían del puerto abasteciendo a la ciudad, pero la situación iba a cambiar a raíz del Tratado de Rastatt.
A cambio de que se le reconociera como nuevo emperador austriaco y de recibir los antiguos territorios españoles en Europa, Carlos iba a abandonar a sus aliados catalanes a su suerte. Debió sentir algún remordimiento porque trató de negociar una amnistía con Felipe V y la promesa de que no implantaría la Nueva Planta. Pero fue en vano. En una carta a su abuelo Luis XIV, Felipe explicó por qué no podía ser indulgente:
"No es por odio ni por sentimiento de venganza por lo que siempre me he negado a esta restitución, sino porque significaría anular mi autoridad y exponerme a revueltas continuas, hacer revivir lo que su rebelión ha extinguido y que tantas veces experimentaron los reyes, mis predecesores, que quedaron debilitados a causa de semejantes rebeliones que habían usurpado su autoridad. [...] Si [Carlos VI] se ha comprometido en favor de los catalanes y los mallorquines,ha hecho mal".
Carlos se retiró de España y los catalanes se quedaron solos. Barcelona logró resistir unos cuanto meses más hasta que finalmente las tropas de Felipe V la conquistaron el 11 de septiembre de 1714.