Fragmento de la novela "El juez ciego" de Bruce Alexander, ambientada en Londres a fines del siglo XVIII. En el mismo se hace una pequeña, pero muy interesante referencia a la Ilustración y cómo se difunden los pensadores franceses en Inglaterra, pero especialmente el rechazo conservador a dichas ideas y los riesgos que se corría, por ejemplo a la hora de difundir las ideas de Voltaire.
"Nací en el año 1755 en la localidad de Lichfield... allí mi padre, impresor de oficio, ganaba sustento de manera honorable para sí mismo y para su pequeña familia con la ayuda de un maestro impresor, un tal John Berkeley. Nosotros los Proctor no éramos más que cuatro: mi padre, mi madre, mi hermano Matthew, dos años menor que yo, y yo mismo. Cuando una epidemia de tifus se asentó en Lichfield en el verano de 1765, se llevó a mi madre y a mi hermano. No teniendo entonces más que dos bocas para alimentar y siendo emprendedor por naturaleza, al año siguiente mí padre se puso en camino hacia el pueblo de Stoke Poges con sus ahorros y conmigo, resuelto a hacer fortuna con una imprenta propia. Debería haber elegido mejor emplazamiento.
Al principio prosperó gracias a los abundantes encargos de parroquias de la zona, unos cuantos mercaderes y el señor de la villa... También me enseñó el oficio y aún hoy mis habilidades tipográficas son causa de asombro entre mis colegas... Mi padre me enseñó también las letras y los números, y cerca de mi decimotercero cumpleaños empezó a enseñarme algo de latín y lo que sabía de francés... Pese a ser autodidacta, sentía un profundo interés por la lengua y la literatura de nuestros vecinos del otro lado del Canal. Sin embargo, aquí en Inglaterra, el interés por las cosas francesas ha comportado siempre cierto riesgo, y así fue también para él... Sentía un gran entusiasmo por la obra del filósofo y novelista Voltaire. Mi padre deseaba demostrar que en su oficio era capaz de algo más que los prospectos que producía diariamente, de modo que decidió imprimir un panfleto. Dado que no se consideraba escritor, y también porque deseaba difundir las ideas de Voltaire, mi padre se dispuso a traducir un panfleto del francés cuyo título se ha borrado de mí memoria. Esperaba vender el trabajo resultante que él tituló "Una llamada a la reflexión", por unos peniques. Sin embargo lo distribuyó gratuitamente por la aldea, asegurándose de que sus clientes habituales recibieron un ejemplar. Entre ellos se hallaba, como ya he mencionado, ciertos miembros del clero. El panfleto les desagradó, no por la impresión de mi padre... ni por su traducción..., sino por las opiniones del señor Voltaire, al que condenaban como ateo y perturbador. Uno de ellos comentó agriamente el contenido del ensayo con mi padre, y él no tuvo la prudencia de callar.
Aquel hombre, el señor Pettigrew, quien dirigía una congregación de hermanos, se sintió especialmente ofendido por el panfleto, y fue con él con quien mi padre discutió del modo más apasionado e imprudente, pues Pettigrew predicó un sermón un domingo contra el ateísmo en general, Voltaire en particular y mi padre en concreto. No sé qué dijo, pues no se me comunicó, ni entonces ni después, pero fue suficiente para provocar la ira de la congregación... Marcharon directamente hacia la imprenta y aporrearon exigiendo entrar. Mi padre me advirtió que permaneciera en nuestras habitaciones de arriba y bajó valientemente con la intención de calmar y dispersar a la turba. Sin embargo, tan pronto como apareció ente ellos, se abalanzaron sobre él y lo golpearon sin piedad. Yo lo observé desde arriba, escondiéndome cobardemente, lo reconozco, mientras ellos le dejaban sin sentido a puñetazos y puntapié, lo arrojaban a un lado y entraban en nuestro taller. Una vez dentro, destrozaron la imprenta... Completada la destrucción, la ira de la turba se apaciguó un poco. Las 'buenas gentes' de Stoke Poges se retiraron, llevándose el cuerpo inerte de mi desvanecido padre.
Cuando volví a verlo, lo habían puesto en el cepo. Llevado ante el juez local bajo la acusación de blasfemia y condenado sin más, lo habían sentenciado a una semana en el cepo. Debían liberarlo el domingo siguiente, para poder ir a la Iglesia y pedir perdón a Dios, a la congregación y a Pettigrew, por supuesto. Sin embargo, mi padre no pasó del martes. ¿Qué sabes tú, lector, de ese castigo cruel y humillante que se practica aún en ciertos rincones del reino donde impera la ignorancia? No es una broma, como algunos creen, tener la cabeza y las manos entre dos bloques de madera y que tu rostro sea el blanco de toda suerte de porquerías que a los brutos se les antoje arrojarte.
Fui a visitarlo una sola vez en aquel estado. Limpie con cuidado su rostro de inmundicias y de barro con el faldón de mi casaca. Él me miró agradecido y expresó su pesar porque tuviera que verlo en semejante condición. Una vez limpio, su rostro apareció lleno de magulladuras de la paliza propinada... también tenía cortes y verdugones recientes por las piedras que le arrojaban. Pese a estar apenas consciente, me exigió gravemente a que me marchara. 'Aquí no hay nada para ti, Jeremy me dijo _. Cierra la casa y el taller. Ve a Lichfield, a casa de John Berkeley. Yo me reuniré allí contigo.'
Yo asentí y susurré la promesa de hacer lo que me pedía, y salí corriendo hecho un mar de lágrimas... Fue la última vez que vi a mi padre con vida. Antes de terminar los preparativos para el viaje a Lichfield, me comunicaron que mi padre había muerto apedreado..."
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