Revista Cine
Hay constantes en el cine danés que,presentes ya en la obra seminal del indiscutido maestro de susorígenes, Carl Theodor Dreyer, parecen impregnar la obra decualquier autor con un sello tan característico como inconfundible:el tono serio, hasta lo reconcentrado; una pulsión dramáticalindante con lo trágico; y una percepción del espíritu humano comorecipiente de sentimientos nada amables hacia sus semejantes. De todoello, y en dosis más que estimables, encontramos en 'El juez', filmdirigido en 2005 por Gert Fredholm —director que, pese a suveteranía (64 años en el momento en que dirigió este film), cuentacon una filmografía limitada a solo ocho títulos—, y que, pese asus buenas hechuras, se hace de difícil digestión por laacumulación de episodios y situaciones de dureza que, a lo largo desu trama, va efectuando sin la más mínima concesión al acongojadoánimo de su espectador.
La cinta —haciendo escrupuloso honora su título (hay que reconocer que, en esto, no hay el más mínimoengaño)— se centra en el personaje de un juez, Jens Christian,hombre reservado y solitario, volcado de manera obsesiva en sucarrera profesional (único elemento por el que manifiesta algúninterés vital), y que desempeña un importante cargo en laestructura judicial de su país, en su condición de presidente de lacomisión encargada de resolver las peticiones de asilo y refugio. Unpuesto que le va a situar en la difícil tesitura de resolver un casoespecialmente complejo, el de un activista que, según lasinformaciones de que dispone, ha estado implicado en hechosdelictivos gravísimos; su polémica resolución desencadena unterremoto político y mediático en cuyo centro se ve implicado, yque le someterá a una fuerte presión externa.
Con tal situación se entremezclan (enel desarrollo de las dos subtramas con que el film completa sudespliegue argumental) su relación sentimental, bastante peculiar,con una compañera profesional —algo que complica, aún más sicabe, su delicada situación— y la aparición de un hijoadolescente con el que no había mantenido vínculo alguno hasta esemomento, por determinación propia, y cuya atención le abocarátanto a una recuperación del contacto con una familia a la queignoraba totalmente, como a un replanteamiento de algunas de susconvicciones vitales que terminarán derivando en la toma dedecisiones de gran trascendencia.
Fredholm se desenvuelve con soltura yagilidad en el despliegue y entrecruzamiento de las tramas principaly secundarias, y la película, pese a la acumulación de situacionesque se mueven en ámbitos totalmente diferenciados, no resulta, encuanto a su ritmo, ni farragosa ni densa —además de estar resueltaen unos nada plúmbeos ochenta y seis minutos—; los trabajos deplanificación y montaje están solventados con eficiencia y nulaconcesión a la espectacularidad, y ello da un lugar a un resultadofinal que no cabe calificar de brillante, pero en el que no hayreproche alguno que hacer al respecto.
También constituye un acierto evidentela elección del actor protagonista, Peter Gantzler, un intérpreteque, aunque no se haya prodigado en producciones con gran proyeccióninternacional, sí que cuenta con una amplia y sólida carrera en elcine nórdico, y que demuestra capacidad más que suficiente paracargar sobre sus hombros (fuertes y poderosos, por cierto, tambiénen su apariencia física, de auténtico leñador centroeuropeo...) elpeso de una cinta que, al fin y a la postre, orbita de manera casiexclusiva alrededor de las vicisitudes que atañen a su personaje; unpersonaje al que dota, inicialmente, de ese halo de frialdad yconcentración que deriva naturalmente de su particularidiosincrasia, muy poco dada a efusiones ni a desviaciones fuera desu estricto ámbito de interés (ceñido a lo laboral), pero que,poco a poco, ha de ir incorporando matices de apertura, a medida quela relación con su hijo “reaparecido” va agrieteando la solidezde su edificio vital. Gantzler solventa la papeleta sin mayoresalardes, pero con total eficacia.
'El juez' es, pues, en suma, un filmpulcro en las formas y de interesante desarrollo temático, si biencabe apuntar, quizá, en su debe —y siempre que uno no esté dotadode una vena masoquista especialmente marcada— el que no disponga dela más mínima vía de escape (salvo el apunte, casi anecdótico, deuna secuencia que marca el único contrapunto humorístico a tantodrama) respecto a un ambiente especialmente denso y opresivo, que ,por momentos, llega incluso a acogotar. A este torpe escribiente, almenos, llegó a acogotarlo. ¿Ustedes, amigos lectores? Avisadosquedan...