Revista Filosofía

El juicio final

Por Juanferrero

No es habitual que aquí se traten temas de actualidad, y menos aún si el tema está en boca de todos. Haremos una excepción, pero desde una perspectiva teórica que tenga más que ver con el desarrollo propio del blog, que por formar parte de las opiniones más o menos brillantes. Por tanto, lo que aquí digamos al respecto de la ejecución de Ben Laden, debe más a nuestra tarea filosófica, que a otra cosa.

Ya han pasado unos días desde la ejecución y una de las noticias que me ha llamado más la atención es la afirmación de Obama, en la que rechaza las críticas de aquellos que cuestionaron el asesinato de Ben Laden. Ello me ha llevado a plantear algunas reflexiones. La primera de ellas es que prefiero a Ben Laden muerto que vivo, pero a partir de ahí no creo que se pueda hablar de que su muerte haya sido justa. Aunque puede ser justo lo que yo deseo, y muchos otros desean. Los que desean la muerte de Ben Laden pueden compartir algo, para lo que Ben Laden suponía una amenaza. En cierto modo Ben Laden hizo a muchos reconocer que tenía algo en común con gente a la que no ha visto jamás (el impacto del atentado de la Torres Gemelas es la causa de este reconocimiento). Por tanto, desde la perspectiva moral de aquellos que comparten algo con los que murieron aquel día, es correcto que haya sido asesinado Ben Laden, no puede ser de otro modo. Y la justicia de la que se puede hablar en este caso no es otra que Justicia poética, es decir, aquella que se imparte desde el mismo corazón de la comunidad (la que algunos reconocimos ese día). El problema, entonces, es quién la ha llevado a cabo, y que en ningún caso es la comunidad misma. La ejecución se ha llevado a cabo por mandato de un presidente de un Estado, haciendo uso de su poder ejecutivo. El cual se ha arrogado como propia la voluntad de toda la comunidad (y que los que nos reconocemos como pertenecientes a la misma, hemos aplaudido). Pero esta comunidad diluye en pos de su conservación a los que como el presidente del gobierno de los Estados Unidos, tiene capacidad para llevar a cabo acciones, ejecutarlas en un sentido antropológico, pero también político, es decir, diluye a cada uno de los individuos que la componen.

La cuestión es, qué es lo que ha proporcionado este poder ejecutivo al presidente Obama, habíamos dicho que la voluntad de la comunidad (que no se reduce ni coincide con los estadounidenses sino con aquellos que sintieron que tenían algo en común con los que murieron el 11 – S, entre los que me encuentro). Pero esto sólo le ha dado el ímpetu concreto, su poder ejectivo está asociado a que es la máxima representación de un Estado (en este caso el más poderoso del planeta tierra). Y este Estado dota a su jefe, de un poder inmediato de acción que pretende ser el de toda una comunidad (en este caso en un sentido más restringido, frente a la anterior), la que queda expresada en su constitución, apropiándose en cierto modo del poder ejecutivo de todos y cada uno de los ciudadanos americanos, que quedan diluidos en la comunidad que ha encontrado en la Constitución su forma de expresión concreta. De este modo la actuación de Obama es la propia de un Imperio (la de su emperador) en la cual es un individuo es el que actúa en sustitución de cada uno de los individuos, mediatamente, como representante de un Estado, pero inmediatamente según la comunidad (aunque a veces y así se expresa se recurre a fórmulas divinas, como podría ser la de "Dios mediante"). Una constitución que sancione este estado de cosas, por un lado da una imagen de la Justicia, y por otro delinea los fundamentos del Derecho de ese estado. Sin embargo, por el carácter poético, ficticio de toda constitución la Justicia y el Derecho allí configurados no son ni justicia ni derecho.

La justicia y el derecho sólo son posibles cuando el poder ejecutivo de los individuos no ha sido expropiado por ningún estado. Por tanto, la muerte de Ben Laden no está sujeta ni a derecho, ni puede denominarse como justa. Sólo en un régimen en el cual los individuos sean capaces de pudor y justicia, genera un derecho en el cual los principios afectan a cada uno y a sus relaciones, e incluso de manera dinámica a los posibles intermediarios. El Estado pervierte tal relación de modo que no responsabiliza a cada uno de sus acciones, muestra la tendencia a legislar según mandatos, a sustituir la acción individual por unos pocos que hacen del saber político, un saber especializado (y más si se enmaraña en toda la trama jurídica), y hacen de la justicia un falsa dramatización de las acciones individuales y de las relaciones que establecen. El deseo de la muerte de Ben Laden no puede confundirse con su justicia y legitimidad. Y por supuesto, las críticas por parte de algunos hacia aquellos que les gusta darle vueltas y reflexionar, frente a la acción, decirles que ni siquiera se preocupan por la acción propia ya que delegan en otros para evitar así su responsabilidad.


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