¿Hay algo peor en un actor que caer en el encasillamiento? Sí, lo hay, caer en el conformismo tras ser consciente de tal circunstancia. Como le decían a Bruce Wayne en la película “Batman Begins”: “¿Por qué nos caemos? Para aprender a levantarnos”. El problema no está en el encasillamiento, sino en la apatía del artista que se deja llevar por la fama de su personaje para dedicar su carrera a reiterar lo ya interpretado. Bruce Willis es un ejemplo de un buen actor que brilló en el cine de acción y comenzó a despuntar con papeles más arriesgados y diferentes, para terminar en los últimos años a ser una caricatura de lo que fue. “Jungla de cristal” es una magnífica película de acción que dio origen a una saga irregular, pero que aportó muchas cosas buenas a esta modalidad cinematográfica. Durante unos años, Willis se dedicó a probar cosas nuevas, unas con notable acierto (“Pulp Fictión”, “La muerte os sienta tan bien”, “Doce monos”, “El sexto sentido”, “El protegido”) otras sin demasiada suerte (“El último hombre”, “La hoguera de las vanidades”) pero se hizo un nombre a base de éxitos y trabajos diversos. Sin embargo, llegó un momento en el que se limitó a explotar su faceta de tipo duro y correoso. Estiró demasiado el papel de John McClane, se apuntó a otros seriales en la gran pantalla como “Los mercenarios”, “G.I. Joe” o “Red”, y participó en proyectos como “El último disparo” o “Actos de violencia”. En lo que llevamos de milenio, tan solo “Looper” merece ser destacada. Dentro de esa dinámica apática de reincidir en tópicos, reproducir viejos y usados estereotipos y repetir fórmulas se encuadra “El justiciero”, enésima propuesta que usa la violencia como fórmula para presentar una trama simple, básica y para justificar el desenlace. Algo que puede funcionar la primera docena de veces que lo ves, pero que cuesta digerir cuando son centenares las obras similares que ya han pasado por la cartelera. El principal reclamo, ver a Bruce Willis queriendo ser un tipo norma y afable pero que ante un cruel acto de maldad no duda en coger un arma y liarse a mamporrazos para conseguir la Justicia que civilizado sistema judicial no puede conseguir. Así, el protagonista es un tranquilo cirujano en un hospital. Hogareño y cariñoso. Pero su vida cambia de forma traumática cuando tres criminales asaltan su casa, matan a su mujer, y dejan a su hija malherida. Ante la pasividad de la policía, Kersey decidirá llevar a cabo su propia justicia y su plan de venganza, empezando por dar caza a los culpables. Cierto que no creo que existan malentendidos entre el espectador que compra una entrada para ver esta película y lo que al final se le ofrece. No hay expectativas frustradas porque, ciertamente, la cinta da lo que promete. Una historia plana, lineal, previsible y conocida que concluye con la satisfacción de los malos muertos y el bueno calmado (en parte) en su búsqueda de un castigo. Se entiende perfectamente que sea un remake de “El justiciero de la ciudad”, el largometraje que, en 1974, protagonizó Charles Bronson. Es evidente que Willis es un actor mucho más versátil y efectivo que Bronson. Juega mucho mejor con el humor y tiene más capacidad para sustentar sobre sus exclusivos hombros pero, personalmente, viéndole en la pantalla, no puedo evitar preguntarme por el talento desaprovechado ante la claudicación por el encasillamiento permanente. Le acompañan otros actores con momentos álgidos antaño, pero con escasa repercusión desde hace años. La oscarizada Elisabeth Shue (“Leaving Las Vegas”, “El hombre sin sombra” o las dos últimas entregas de “Regreso al futuro”) o Vincent D'Onofrio (“Men in Black”, “Ed Wood” o “J.F.K. Caso abierto”).
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Datos del filmTítulo original: Death Wish
Año: 2018
Duración: 107 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Eli Roth
Guion: Joe Carnahan, Wendell Mayes (Novela: Brian Garfield)
Música: Ludwig Göransson
Fotografía: Rogier Stoffers
Reparto: Bruce Willis, Vincent D'Onofrio, Elisabeth Shue, Dean Norris, Kimberly Elise