A diario surgen situaciones en donde los individuos nos comparamos con otros en lo que respecta a pertenencias, experiencias, cualidades, etc., y si no salimos favorecidos ―aunque nos cueste admitirlo― nos sentimos molestos.
Esta sensación incómoda cuando a alguien le va muy bien o logra algo que nosotros queremos, así como también de placer que aparece cuando algo le sale mal a ese mismo individuo, es una reacción humana conocida como envidia (del latín invidia: mirar con malos ojos).
Este sentimiento no nos permite prestarle atención a nuestra vida ni superarnos a nosotros mismos. Sin embargo, investigaciones como las realizadas en la Universidad Cristiana de Texas, en Fort Worth, y en la Universidad Texas, en Austin, presentan que esta emoción nos posibilita comprender el lugar en donde nos encontramos para contrarrestarlo.
Para llegar a esta conclusión, los científicos Sarah Hill y David Buss efectuaron un estudio en donde dividieron un grupo de estudiantes en dos: el grupo A fue de control, mientras que al B le pidieron que recordara situaciones en las cuales hubieran sentido envidia de amigos o conocidos, para así despertar esta emoción.
Quienes habían sentido envidia sana se esforzaban más en la tarea
Luego a todos los participantes se les entregó para que leyeran unas entrevistas realizadas a estudiantes de edades similares en las cuales respondían sobre sus metas, logros y otros temas. Los contenidos no eran reales, sino que habían sido diseñados por los investigadores.
El trabajo arrojó como resultado que los estudiantes del grupo B ―es decir, los “envidiosos”―, invertían más tiempo en leer las entrevistas. Asimismo, en una prueba posterior de memoria sobre lo que recordaban del texto, ellos expresaron muchos más detalles, lo que demostraba que habían estado más atentos a los posibles competidores.
De este modo, se puede ver este estado mental ―según la opinión de los psicólogos evolutivos― como algo que nos motiva a mejorar, difiriendo de otros estudios que presentan sólo el lado desfavorable que este sentimiento puede producir.
Por su parte, Neils Van de Ven, de la Universidad de Tilburg, en Holanda, es otro investigador que intenta buscar el lado positivo de la envidia. En uno de sus trabajos sobre el tema pidió a estudiantes universitarios que vieran el perfil de un alumno exitoso, e imaginaran la envidia sana, la envidia maliciosa o admiración. Después de lo anterior, realizaron un ejercicio mental.
El equipo de la Universidad de Tilburg pudo observar que quienes habían sentido envidia sana se esforzaban más en la tarea, e incluso sus puntaciones eran mejores de las de aquellos que habían experimentado admiración.
La envidia ha sido y es estudiada también desde los circuitos neuronales que estimula, permitiendo así su mejor comprensión. Investigadores del Instituto de Ciencias Radiológicas de Japón, al trabajar con voluntarios que se imaginaban confrontados con personajes de mayor o menor estatus o éxito, pudieron ver a través de imágenes del cerebro que cuando los participantes vivían este sentimiento las regiones cerebrales involucradas en el registro del dolor físico se encendían. Asimismo, observaron que cuanto más profunda era la sensación, más se activaban los centros de dolor de la corteza cingular anterior, entre otras zonas.
En cambio, si se les pedía que imaginaran que la persona envidiada caía en desgracia, se activaban los circuitos de recompensa cerebral, también en forma proporcional a qué tan grande era la envidia. Aquellos que la sintieron en mayor medida reaccionaron a la noticia de la desgracia ajena con una respuesta comparativamente más activa en los centros dopaminérgicos del núcleo estriado.
La envidia parece ser algo común en nuestras vidas, pero la manejamos y la mantenemos a raya gracias a nuestra función ejecutiva de autocontrol. Sin embargo, tal como se presentó en diversos artículos de la revista Descubriendo el cerebro y la mente, el autocontrol puede verse disminuido fácilmente por las exigencias diarias, la falta de tiempo, el poco descanso, la baja de glucosa o el esfuerzo que hacemos para controlarnos.
Imaginemos que nos peleamos con nuestra pareja a la mañana y nos enfadamos mucho, al llegar a nuestro lugar de trabajo debemos actuar de un modo agradable y sonriente con nuestros compañeros que compraron bombones para compartir y festejar un éxito que logramos como equipo. Esto exige un gran esfuerzo que agota nuestros recursos de autocontrol, lo que puede hacer que no podamos resistirnos a la tentación y, pese a estar a dieta, encontrarnos comiendo un buen número de chocolates.
Los científicos Jan Crusus y Thomas Mussweiler del departamento de Psicología de la Universidad de Colonia, Alemania, buscaron descubrir si el autocontrol también interviene en la envidia. Para su estudio, realizaron una degustación ficticia durante un festejo de carnaval mientras pasaban las carrozas. El contexto elegido no fue casual, ya que durante estas celebraciones las personas están alcoholizadas y este era uno de los puntos que los investigadores deseaban tener en cuenta para su experimentación.
Ellos deseaban comprobar si el alcohol influía en el autocontrol y con ello en la manifestación de este sentimiento. Durante la prueba, los profesionales realizaron un sorteo a través del cual las personas podían recibir un caramelo o un bombón, pero en realidad siempre conseguirían un caramelo, ya que los bombones los obtendrían únicamente los miembros del equipo de investigación, que los acompañaban como si fueran parte del público. El resultado permitió concluir que a medida que la ingesta de alcohol era mayor, las personas sentían más celos hacia quienes lograban el bombón.
Para acompañar lo anterior con una prueba control, realizaron también “el sorteo”, pero en este segundo caso, sin participantes de su equipo, y si bien la gente siempre ganaba un caramelo, se les comentaba que otros habían conseguido el bombón. En esta situación, pese al alcohol, no había aparecido la envidia, lo que hace parecer necesaria la presencia del otro para sentir esta emoción.
La envidia y su intensidad pueden ser modeladas a través del autocontrol
Otra experimentación la realizaron en su laboratorio, en donde ofrecían a algunos participantes una galletita con manteca y a otros, un delicioso helado. Para disminuir el autocontrol, a algunos de ellos se los sometía anteriormente a complicados ejercicios de memoria. Al estar cansados por el esfuerzo cognitivo, los participantes que habían realizado el ejercicio contaban con menor dominio de su persona, lo que los llevaba a sentir fácilmente envidia y desear el helado que el otro tenía; incluso llegaban a ofrecer pagar más de lo debido por obtenerlo.
Resumiendo podemos concluir que:
- Todas las emociones son positivas ya que nos informan de algo. En al caso de la envidia, nos avisa cuándo estamos en desventaja con respecto a los demás.
- La envidia y su intensidad pueden ser modeladas a través del autocontrol.
- El cansancio mental, el estrés, la falta de sueño y el alcohol disminuyen el autocontrol y pueden acentuar los sentimientos envidiosos.
A esta altura cabe preguntarse si la envidia evolucionó hasta nuestros días sólo para hacernos sentir mal o molestos con otros.
Seguramente, como dicen los científicos evolucionistas, debe haber otro sentido, y es el de hacernos prestar atención para que veamos qué hacer para superarnos. Esta mirada evolucionista permite también explicar por qué los seres humanos somos comparativamente menos jerárquicos que otras especies de primates y con más deseos de equidad.
Conocer sobre nuestras emociones ―en este caso a la envidia―, nos permite comprenderlas, modelarlas y dirigirlas hacia su función más humana. No es necesario sentirnos molestos para vernos impulsados a mejorar, aunque esa sea la intención de la envidia y no podamos dejar de sentirla en primera instancia, pero sí modelarla y saber que es posible aprender de los otros y de sus experiencias para lograr una vida más trascendente, pasando de la sana envidia al sano aprendizaje social.
Escrito por: Dr. Nse. Carlos A. Logatt Grabner – Presidente de Asociación Educar
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