En estos días, se ha hablado mucho aquí sobre un principio que se palpa cada vez más en estos lares: el gobierno no es el orígen de todos los males de la sociedad o de la economía. Muy al contrario del dogma “la culpa de todo la tienen los gobiernos”, nosotros aquí no defendemos una idea tan simplista de las cosas.
A pesar de que en países como España la palabra “liberalismo” es ahora prácticamente un sinónimo de “dejar hacer”, “laissez faire”, o “capitalismo salvaje”, lo cierto es que el liberalismo que nosotros debemos defender puede ser caracterizado por dos rasgos: el Estado tiene un papel positivo y protagonista a la hora de mantener o sostener el orden económico liberal y también le damos importancia a la “cuestión social”, porque sin una sociedad fuerte no habrá un sistema económico sostenible a largo plazo. Es más, no sería exagerado en absoluto afirmar que nuestro liberalismo es humano y busca conseguir mantener un mercado adosado a través del sostén de un Estado.
Para que el mercado libre funcione correctamente, el Estado debe asumir un papel activo, fortalecido por un fuerte sistema legal y el marco de regulaciones apropiado y relevante en cada caso. Sin un gobierno fuerte, los intereses exclusivamente privados, en un sistema caracterizado por diferencias en poder relativo socavaría la competencia. Más allá de eso, las reglas del juego tampoco jamás deben favorecer exclusivamente a los ricos o poderosos.
Se habla mucho de la separación entre Iglesia y Estado, pero pocas veces se habla de la también necesaria separación entre Estado y sociedad civil. Ningún estado liberal que se de a respetar debe permitir ser colonizado por intereses privados (como ocurre en el caso de los EEUU, por cierto).
Nosotros NO estamos en contra, en fundamentos, de la intervención estatal o los impuestos para financiar actividades públicas. Eso sí, siempre nos ha atraído más la idea de un Estado del Bienestar social que sea conforme con las normas básicas de un mercado libre.
Creemos que el liberalismo — la libertad para que los individuos participen y puedan competir en los mercados debe ser separado del “laissez faire”, la libertad de los mercados de cualquier intervención estatal. Eso, sencillamente, NO puede ser. Por eso, en consecuencia, estoy a favor de leyes que regulan la competencia, castigando así la desleal. La intervención del Estado también es necesariia para des-concentrar el poder económico cuando éste domina todo el mercado. Siempre será preferible equivocarse con más regulaciones antes que equivocarse con más anarquía.
Para nosotros, al igual que muchos liberales menos conocidos de la Escuela de Chicago como el profesor Henry Simons, no es el Estado sino los monopolios privados los principales enemigos de una sociedad libre. Para mantener una sociedad libre, es necesario que el Estado sea fuerte para imponer una política agresiva contra la comptenecia desleal y los monopolios. De hecho, como ya había afirmado el autodenominado “neoliberal” Alexander Rustow, la razón de ser del Estado era precisamente mantener este tipo de orden. Lo mismo defendía Röpke.
Debemos ser conscientes de que no todas las relaciones de poder son iguales. No se puede ser serio y esperar sinceramente que un simple “obrero” vaya a poder competir en igualdad de condiciones con Bill Gates, por más que lo intente. Hay que ser conscientes de los límites de los mercados y la competencia, así como también de la legitimidad de otros principios que pueden perfectamente coexistir con la libertad de los mercados en otras esferas de la sociedad. Las fuerzas del mercado no son un principio absoluto y universal, sino algo que debe limitarse a un orden económico definido.
Como bien dijo Ropke, “debe existir un estado fuerte, alejado de las hordas hambrientas de intereses particulares, un alto nivel de ética empresarial, una comunidad que no sea degenerada de personas dispuestas y preparadas para cooperar entre ellas, que tengan un apego natural y firme a la sociedad”.
Desgraciadamente, desde los años 50, incluso los economistas de la Escuela de Chicago han ido acercándose cada vez más a la idea anárquica de que todo debería ser privatizado. Se sospecha, con cada vez más frecuencia, del papel del Estado a la hora de corregir los fallos del mercado. Esto lo vemos en muchas variantes, pero la más chocante ha sido en EEUU, donde vemos la privatización de muchísimas cárceles, convirtiendo así el delito en un negocio para unos pocos.
Desde mi punto de vista, el problema fundamental que caracteriza a prácticamente ahora todos los movimientos liberales en Occidente es el hecho de que en su mayoría, son productos del “miedo” anticomunista de la Guerra Fría norteamericana. Con cada vez más frecuencia en EEUU, se empezó a ver el estado del bienestar creado por Roosevelt como una “amenaza”. Se temía el “colectivismo” y el “socialismo”, temores nada difíciles de sentir en un contexto de Guerra Fría y un mundo bipolar definido por un EEUU anticomunista y la URSS, una sociedad mucho más colectivista que la americana. No es sorpresa, entonces, que precisamente la radicalización de la Escuela de Chicago surge en un contexto “anticomunista” con el auge del “macartismo” de los años 50 en EEUU. El enemigo entonces no era un creciente poder económico de ciertas élites lo que amenazaba la libertad de los americanos, sino el creciente poder del Estado.
En consecuencia, los liberales en EEUU empezaron a ver en las grandes empresas su aliado natural, pues al menos estas no eran “del Estado” sino precisamente enemigas de cualquier regulación o intervención. Esta actitud era relativamente nueva, pues hasta los años 40 los neoliberales dudaban muchísimo de las grandes empresas y para nada se consideraban sus aliados naturales. Liberales famosos como Milton Friedman defendían tácticas para romper monopolios. Incluso, Aaron Director, en su discurso presidencial a la Sociedad de Mont Pélerin en 1947 dijo que “el poder ilimitado de las empresas debe ser eliminado”. No muy “libertarian”, ¿verdad señores?
Debemos entender que ya casi nadie se acuerda de aquello del “gobierno por el pueblo, para el pueblo”. Es más, la aversión de muchos liberales hoy en díia hacia el Estado es justamente lo contrario a ese criterio democrático. Llevan décadas batallando contra el comunismo o el socialismo (definido por ellos), y han llegado al extremo incluso de comparar un estado democrático y social con regímenes autoritarios. Esto deja a muchas sociedades modernas desamparadas a la hora de tener medios para gobernar y restringir intereses económicos más poderosos y globales.
Debemos recordar que la lección más importante en todo esto es que la concentración de poder económico en pocas manos privadas así como el surgimiento del fenómeno de las “macro empresas” actuales dominantes érase una vez “anatema” para TODOS los liberales de TODAS las tendencias y vistas como una amenaza importante al orden económico social y más importante aún, a la sociedad democrática.
Ya nadie se acuerda de eso porque en estos contextos no interesa leer. Es más importante estar detrás del último artilugio fabricado en China y obedeciendo lo que dice la tele antes que pensar por ti mismo. Este cambio histórico de ver con sospecha a las grandes organizaciones a fiarse al 100% de “los mercados” sin regulación alguna puede haber contribuido al nacimiento de un sistema bancario insostenible como el que tuvimos hasta no hace mucho.
Este problema no es solo económico sino también político.
¿En qué podemos resumir todo esto? Creo que es un gran error de nuestra época en el liberalismo pensar que el “Estado” o el “gobierno” es el culpable de todos los males. Aquí vamos a ir hacia un liberalismo más , por llamarlo de alguna forma que no les gusta nada a los “libertarian”, “estatista”.