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El Libro de la Vida, parte X, Santa Teresa de Jesús

Por Jossorio

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El Libro de la Vida, parte X, Santa Teresa de Jesús

En que trata otro modo con que enseña el Señor al alma y sin hablarla la da a entender su voluntad por una manera admirable. -Trata también de declarar una visión y gran merced que la hizo el Señor no imaginaria. - Es mucho de notar este capítulo.

Pues tornando al discurso de mi vida, yo estaba con esta aflicción de penas y con grandes oraciones como he dicho que se hacían porque el Señor me llevase por otro camino que fuese más seguro, pues éste me decían era tan sospechoso.

Ver-dad es que, aunque yo lo suplicaba a Dios, por mucho que que-ría desear otro camino, como veía tan mejorada mi alma, si no era alguna vez cuando estaba muy fatigada de las cosas que me decían y miedos que me ponían, no era en mi mano desear-lo, aunque siempre lo pedía. Yo me veía otra en todo. No podía, sino poníame en las manos de Dios, que El sabía lo que me con-venía, que cumpliese en mí lo que era su voluntad en todo.

Veía que por este camino le llevaba para el cielo, y que antes iba al infierno. Que había de desear esto ni creer que era de-monio, no me podía forzar a mí, aunque hacía cuanto podía por creerlo y desearlo, mas no era en mi mano. Ofrecía lo que ha-cía, si era alguna buena obra, por eso. Tomaba santos devotos porque me librasen del demonio. Andaba novenas. Encomendá-bame a San Hilarión, a San Miguel Angel, con quien por esto tomé nuevamente devoción; y otros muchos santos importuna-ba mostrase el Señor la verdad, digo que lo acabasen con Su Majestad.

A cabo de dos años que andaba con toda esta oración mía y de otras personas para lo dicho, o que el Señor me llevase por otro camino, o declarase la verdad, porque eran muy continuo las hablas que he dicho me hacía el Señor, me acaeció esto: estando un día del glorioso San Pedro en oración, vi cabe mí o sentí, por mejor decir, que con los ojos del cuerpo ni del alma no vi nada, mas parecíame estaba junto cabe mi Cristo y veía ser El el que me hablaba, a mi parecer. Yo, como estaba ignorantísima de que podía haber semejante visión, diome gran temor al principio, y no hacía sino llorar, aunque, en diciéndo-me una palabra sola de asegurarme, quedaba como solía, quie-ta y con regalo y sin ningúntemor. Parecíame andar siempre a mi lado Jesucristo, y como no era visión imaginaria, no veía en qué forma; mas estar siempre al lado derecho, sentíalo muy claro, y que era testigo de todo lo que yo hacía, y que ninguna vez que me recogiese un poco o no estuviese muy divertida po-día ignorar que estaba cabe mí.

Luego fui a mi confesor, harto fatigada, a decírselo. Pre-guntóme que en qué forma le veía. Yo le dije que no le veía. Dí-jome que cómo sabía yo que era Cristo. Yo le dije que no sabía cómo, mas que no podía dejar de entender estaba cabe mí y lo veía claro y sentía, y que el recogimiento del alma era muy ma-yor, en oración de quietud y muy continua, y los efectos que eran muy otros que solía tener, y que era cosa muy clara. No hacía sino poner comparaciones para darme a entender; y, cierto, para esta manera de visión, a mi parecer, no la hay que mucho cuadre. Así como es de las más subidas (según después me dijo un santo hombre y de gran espíritu, llamado Fray Pe-dro de Alcántara, de quien después haré mención, y me han di-cho otros letrados grandes, y que es adonde menos se puede entremeter el demonio de todas), así no hay términos para de-cirla acá las que poco sabemos, que los letrados mejor lo darán a entender. Porque si digo que con los ojos del cuerpo ni del al-ma no lo veo, porque no es imaginaria visión, ¿cómo entiendo y me afirmo con más claridad que está cabe mí que si lo viese? Porque parecer que es como una persona que está a oscuras, que no ve a otra que está cabe ella, o si es ciega, no va bien. Alguna semejanza tiene, mas no mucha, porque siente con los sentidos, o la oye hablar o menear, o la toca. Acá no hay nada de esto, ni se ve oscuridad, sino que se representa por una no-ticia al alma más clara que el sol. No digo que se ve sol ni clari-dad, sino una luz que, sin ver luz, alumbra el entendimiento, para que goce el alma de tan gran bien. Trae consigo grandes bienes.

No es como una presencia de Dios que se siente muchas veces, en especial los que tienen oración de unión y quietud, que parece en queriendo comenzar a tener oración hallamos con quién hablar, y parece entendemos nos oye por los efectos y sentimientos espirituales que sentimos de gran amor y fe, y otras determinaciones, con ternura. Esta gran merced es de Dios, y téngalo en mucho a quien lo ha dado, porque es muy subida oración, mas no es visión, que entiéndese que está allí Dios por los efectos que, como digo, hace al alma, que por aq-uel modo quiere Su Majestad darse a sentir. Acá vese claro que está aquí Jesucristo, hijo de la Virgen. En estotra oración re-preséntanse unas influencias de la Divinidad; aquí, junto con éstas, se ve nos acompaña y quiere hacer mercedes también la Humanidad Sacratísima.

Pues preguntóme el confesor: ¿quién dijo que era Jesucris-to? -. El me lo dice muchas veces, respondí yo; mas antes que me lo dijese se imprimió en mi entendimiento que era El, y an-tes de esto me lo decía y no le veía. Si una persona que yo nun-ca hubiese visto sino oído nuevas de ella, me viniese a hablar estando ciega o en gran oscuridad, y me dijese quién era, lo creería, mas no tan determinadamente lo podría afirmar ser aquella persona como si la hubiera visto. Acá sí, que sin verse, se imprime con una noticia tan clara que no parece se puede dudar; que quiere el Señor esté tan esculpido en el entendim-iento, que no se puede dudar más que lo que se ve, ni tanto. Porque en esto algunas veces nos queda sospecha, si se nos an-tojó; acá, aunque de presto dé esta sospecha, queda por una parte gran certidumbre que no tiene fuerza la duda.

Así es también en otra manera que Dios enseña el alma y la habla de la manera que queda dicha. Es un lenguaje tan del cielo, que acá se puede mal dar a entender aunque más quera-mos decir, si el Señor por experiencia no lo enseña. Pone el Se-ñor lo que quiere que el alma entienda, en lo muy interior del alma, y allí lo representa sin imagen ni forma de palabras, sino a manera de esta visión que queda dicha. Y nótese mucho esta manera de hacer Dios que entienda el alma lo que El quiere y grandes verdades y misterios; porque muchas veces lo que ent-iendo cuando el Señor me declara alguna visión que quiere Su Majestad representarme es así, y paréceme que es adonde el demonio se puede entremeter menos, por estas razones. Si ellas no son buenas, yo me debo engañar.

Es una cosa tan de espíritu esta manera de visión y de len-guaje, que ningún bullicio hay en las potencias ni en los senti-dos, a mi parecer, por donde el demonio pueda sacar nada. Es-to es alguna vez y con brevedad, que otras bien me parece a mí que no están suspendidas las potencias ni quitados los senti-dos, sino muy en sí; que no es siempre esto en contemplación, antes muy pocas veces; mas éstas que son, digo que no obra-mos nosotros nada ni hacemos nada. Todo parece obra el Señor.

Es como cuando ya está puesto el manjar en el estómago, sin comerle, ni saber nosotros cómo se puso allí, mas entiende bien que está, aunque aquí no se entiende el manjar que es, ni quién le puso. Acá sí; mas cómo se puso no lo sé, que ni se vio, ni se entiende, ni jamás se había movido a desearlo, ni había venido a mi noticia podía ser.

En la habla que hemos dicho antes, hace Dios al entendim-iento que advierta, aunque le pese, a entender lo que se dice, que allá parece tiene el alma otros oídos con que oye, y que la hace escuchar y que no se divierta; como a uno que oyese bien y no le consistiesen tapar los oídos y le hablasen junto a voces, aunque no quisiese, lo oiría; y, en fin, algo hace, pues está atento a entender lo que le hablan. Acá, ninguna cosa; que aun esto poco que es sólo escuchar, que hacía en lo pasado, se le quita. Todo lo halla guisado y comido; no hay más que hacer de gozar, como uno que sin deprender ni haber trabajado nada para saber leer ni tampoco hubiese estudiado nada, hallase to-da la ciencia sabida ya en sí, sin saber cómo ni dónde, pues aun nunca había trabajado aun para desprender el abecé.

Esta comparación postrera me parece declara algo de este don celestial, porque se ve el alma en un punto sabia, y tan de-clarado el misterio de la Santísima Trinidad y de otras cosas muy subidas, que no hay teólogo con quien no se atreviese a disputar la verdad de estas grandezas. Quédase tan espantada, que basta una merced de éstas para trocar toda un alma y ha-cerla no amar cosa, sino a quien ve que, sin trabajo ninguno suyo, la hace capaz de tan grandes bienes y le comunica secre-tos y trata con ella con tanta amistad y amor que no se sufre escribir. Porque hace algunas mercedes que consigo traen la sospecha, por ser de tanta admiración y hechas a quien tan po-co las ha merecido, que si no hay muy viva fe no se podrán cre-er. Y así yo pienso decir pocas de las que el Señor me ha hecho a mí -si no me mandaren otra cosa-, si no son algunas visiones que pueden para alguna cosa aprovechar, o para que, a quien el Señor las diere, no se espante pareciéndole imposible, como hacía yo, o para declararle el modo y camino por donde el Se-ñor me ha llevado, que es lo que me mandan escribir.

Pues tornando a esta manera de entender, lo que me pa-rece es que quiere el Señor de todas maneras tenga esta alma alguna noticia de lo que pasa en el cielo, y paréceme a mí que así como allá sin hablar se entiende (lo que yo nunca supe cier-to es así, hasta que el Señor por su bondad quiso que lo viese y me lo mostró en un arrobamiento), así es acá, que se entienden Dios y el alma con sólo querer Su Majestad que lo entienda, sin otro artificio para darse a entender el amor que se tienen estos dos amigos. Como acá si dos personas se quieren mucho y tie-nen buen entendimiento, aun sin señas parece que se entien-den con sólo mirarse. Esto debe ser aquí, que sin ver nosotros cómo, de en hito en hito se miran estos dos amantes, como lo dice el Esposo a la Esposa en los Cantares; a lo que creo, lo he oído que es aquí.

¡Oh benignidad admirable de Dios, que así os dejáis mi-rar de unos ojos que tan mal han mirado como los de mi alma! ¡Queden ya, Señor, de esta vista acostumbrados en no mirar cosas bajas, ni que les contente ninguna fuera de Vos! ¡Oh in-gratitud de los mortales! ¿Hasta cuándo ha de llegar? Que sé yo por experiencia que es verdad esto que digo, y que es lo me-nos de lo que Vos hacéis con un alma que traéis a tales térmi-nos, lo que se puede decir. ¡Oh almas que habéis comenzado a tener oración y las que tenéis verdadera fe!, ¿qué bienes po-déis buscar aun en esta vida - dejemos lo que se gana para sin fin-, que sea como el menor de éstos?.

Mirad que es así cierto, que se da Dios a Sí a los que todo lo dejan por El. No es aceptador de personas; a todos ama. No tiene nadie excusa por ruin que sea, pues así lo hace conmigo trayéndome a tal estado. Mirad que no es cifra lo que digo, de lo que se puede decir; sólo va dicho lo que es menester para darse a entender esta manera de visión y merced que hace Dios al alma; mas no puedo decir lo que se siente cuando el Se-ñor la da a entender secretos y grandezas suyas, el deleite tan sobre cuantos acá se pueden entender, que bien con razón ha-ce aborrecer los deleites de la vida, que son basura todos jun-tos. Es asco traerlos a ninguna comparación aquí, aunque sea para gozarlos sin fin, y de estos que da el Señor sola una gota de agua del gran río caudaloso que nos está aparejado.

¡Vergüenza es y yo cierto la he de mí y, si pudiera haber afrenta en el cielo, con razón estuviera yo allá más afrentada que nadie! ¿Por qué hemos de querer tantos bienes y deleites y gloria para sin fin, todos a costa del buen Jesús? ¿No llorare-mos siquiera con las hijas de Jerusalén, ya que no le ayudemos a llevar la cruz con el Cirineo? ¿Que con placeres y pasatiem-pos hemos de gozar lo que El nos ganó a costa de tanta sangre? -Es imposible. ¿Y con honras vanas pensamos remedar un desprecio como El sufrió para que nosotros reinemos para siempre?-No lleva camino, errado, errado va el camino. Nunca llegaremos allá.

Dé voces vuestra merced en decir estas verdades, pues Dios me quitó a mi esta libertad. A mí me las querría dar siempre, y óigome tan tarde y entendí a Dios, como se verá por lo escrito, que me es gran confusión hablar en esto, y así quiero callar. Sólo diré lo que algunas veces considero. Plega al Señor me tr-aiga a términos que yo pueda gozar de este bien.

¡Qué gloria accidental será y qué contento de los biena-venturados que ya gozan de esto, cuando vieren que, aunque tarde, no les quedó cosa por hacer por Dios de las que le fue posible, ni dejaron cosa por darle de todas las maneras que pu-dieron, conforme a sus fuerzas y estado, y el que más, más! ¡Qué rico se hallará el que todas las riquezas dejó por Cristo! ¡Qué honrado el que no quiso honra por El, sino que gustaba de verse muy abatido! ¡Qué sabio el que se holgó de que le tuv-iesen por loco, pues lo llamaron a la misma Sabiduría! ¡Qué po-cos hay ahora, por nuestros pecados! Ya, ya parece se acaba-ron los que las gentes tenían por locos, de verlos hacer obras heroicas de verdaderos amadores de Cristo. ¡Oh mundo, mun-do, cómo vas ganando honra en haber pocos que te conozcan!

Mas ¡si pensamos se sirve ya más Dios de que nos tengan por sabios y por discretos! -Eso, eso debe ser, según se usa dis-creción. Luego nos parece es poca edificación no andar con mucha compostura y autoridad cada uno en su estado. Hasta el fraile y clérigo y monja nos parecerá que traer cosa vieja y re-mendada es novedad y dar escándalo a los flacos; y aun estar muy recogidos y tener oración, según está el mundo y tan olvi-dadas las cosas de perfección de grandes ímpetus que tenían los santos, que pienso hace más daño a las desventuras que pa-san en estos tiempos, que no haría escándalo a nadie dar a en-tender los religiosos por obras, como lo dicen por palabras, en lo poco que se ha de tener el mundo; que de estos escándalos el Señor saca de ellos grandes provechos. Y si unos se escanda-lizan, otros se remuerden. Siquiera que hubiese un dibujo de lo que pasó por Cristo y sus Apóstoles, pues ahora más que nunca es menester.

¡Y qué bueno nos le llevó Dios ahora en el bendito Fray Pedro de Alcántara! No está ya el mundo para sufrir tantaper-fección. Dicen que están las saludes más flacas y que no son los tiempos pasados. Este santo hombre de este tiempo era; es-taba grueso el espíritu como en los otros tiempos, y así tenía el mundo debajo de los pies. Que, aunque no anden desnudos, ni hagan tan áspera penitencia como él, muchas cosas hay -como otras veces he dicho-para repisar el mundo, y el Señor las en-seña cuando ve ánimo. ¡Y cuán grande le dio Su Majestad a es-te santo que digo, para hacer cuarenta y siete años tan áspera penitencia, como todos saben! Quiero decir algo de ella, que sé es toda verdad.

Díjome a mí y a otra persona, de quien se guardaba poco (y a mí el amor que me tenía era la causa, porque quiso el Se-ñor le tuviese para volver por mí y animarme en tiempo de tan-ta necesidad, como he dicho y diré), paréceme fueron cuarenta años los que me dijo había dormido sola hora y media entre no-che y día, y que éste era el mayor trabajo de penitencia que ha-bía tenido en los principios, de vencer el sueño, y para esto es-taba siempre o de rodillas o en pie. Lo que dormía era sentado, y la cabeza arrimada a un maderillo que tenía hincado en la pa-red. Echado, aunque quisiera, no podía, porque su celda -como se sabe- no era más larga de cuatro pies y medio..En todos es-tos años jamás se puso la capilla, por grandes soles y aguas que hiciese, ni cosa en los pies ni vestida; sino un hábito de sa-yal, sin ninguna otra cosa sobre las carnes, y éste tan angosto como se podía sufrir, y un mantillo de lo mismo encima.

Decíame que en los grandes fríos se le quitaba, y dejaba la puerta y ventanilla abierta de la celda, para que con ponerse después el manto y cerrar la puerta, contentaba al cuerpo, pa-ra que sosegase con más abrigo. Comer a tercer día era muy ordinario; y díjome que de qué me espantaba, que muy posible era a quien se acostumbraba a ello. Un su compañero me dijo que le acaecía estar ocho días sin comer. Debía ser estando en oración, porque tenía grandes arrobamientos e ímpetus de amor de Dios, de que una vez yo fui testigo.

Su pobreza era extrema y mortificación en la mocedad, que me dijo que le había acaecido estar tres años en una casa de su Orden y no conocer fraile, si no era por el habla; porque no alzaba los ojos jamás, y así a las partes que de necesidad había de ir no sabía, sino íbase tras los frailes. Esto le acaecía por los caminos. A mujeres jamás miraba; esto muchos años. Decíame que ya no se le daba más ver que no ver. Mas era muy viejo cuando le vine a conocer, y tan extrema su flaqueza, que no parecía sino hecho de raíces de árboles.

Con toda esta santidad era muy afable, aunque de pocas pa-labras, si no era con preguntarle. En éstas era muy sabroso, porque tenía muy lindo entendimiento. Otras cosas muchas quisiera decir, sino que he miedo dirá vuestra merced que para qué me meto en esto, y con él lo he escrito. Y así lo dejo con que fue su fin como la vida, predicando y amonestando a sus fr-ailes. Como vio ya se acababa, dijo el salmo de Laetatus sum in his quae dicta sunt mihi, e, hincado de rodillas, murió.

Después ha sido el Señor servido yo tenga más en él que en la vida, aconsejándome en muchas cosas. Hele visto muchas veces con grandísima gloria. Díjome la primera que me apare-ció, que bienaventurada penitencia que tanto premio había me-recido y otras muchas cosas. Un año antes que muriese, me apareció estando ausente, y supe se había de morir, y se lo avi-sé. Estando algunas leguas de aquí cuando expiró, me apareció y dijo cómo se iba a descansar. Yo no lo creí, y díjelo a algunas personas, y desde a ocho días vino la nueva cómo era muerto, o comenzado a vivir para siempre, por mejor decir..

Hela aquí acabada esta aspereza de vida con tan gran gloria. Paréceme que mucho más me consuela que cuando acá estaba. Díjome una vez el Señor que no le pedirían cosa en su nombre que no la oyese. Muchas que le he encomendado pida al Señor, las he visto cumplidas. Sea bendito por siempre, amén.

Mas ¡qué hablar he hecho, para despertar a vuestra mer-ced a no estimar en nada cosa de esta vida, como si no lo sup-iese, o no estuviera ya determinado a dejarlo todo y puéstolo por obra! Veo tanta perdición en el mundo, que, aunque no aproveche más decirlo yo de cansarme de escribirlo, me es descanso; que todo es contra mí lo que digo. El Señor me per-done lo que en este caso le he ofendido, y vuestra merced, que le canso sin propósito. Parece que quiero haga penitencia de lo que yo en esto pequé.

En que trata las grandes mercedes que la hi-zo el Señor y cómo le apareció la primera vez. - Declara qué es visión imaginaria. - Di-ce los grandes efectos y señales que deja cuando es de Dios. - Es muy provechoso ca-pítulo y mucho de notar.

1 Tornando a nuestro propósito, pasé algunos días, pocos, con esta visión muy continua, y hacíame tanto provecho, que no sa-lía de oración, y aun cuanto hacía, procuraba fuese de suerte que no descontentase al que claramente veía estaba por testi-go. Y aunque a veces temía, con lo mucho que me decían, durá-bame poco el temor, porque el Señor me aseguraba. Estando un día en oración, quiso el Señor mostrarme solas las manos con tan grandísima hermosura que no lo podría yo encarecer. Hízome gran temor, porque cualquier novedad me le hace grande en los principios de cualquiera merced sobrenatural que el Señor me haga. Desde a pocos días, vi también aquel di-vino rostro, que del todo me parece me dejó absorta. No podía yo entender por qué el Señor se mostraba así poco a poco, pues después me había de hacer merced de que yo le viese del todo, hasta después que he entendido que me iba Su Majestad llevando conforme a mi flaqueza natural. ¡Sea bendito por siempre!, porque tanta gloria junta, tan bajo y ruin sujeto no la pudiera sufrir. Y como quien esto sabía, iba el piadoso Señor disponiendo.

Parecerá a vuestra merced que no era menester mucho es-fuerzo para ver unas manos y rostro tan hermoso. -Sonlo tanto los cuerpos glorificados, que la gloria que traen consigo ver co-sa tan sobrenatural hermosa desatina; y así me hacía tanto te-mor, que toda me turbaba y alborotaba, aunque después quedaba con certidumbre y seguridad y con tales efectos, que presto se perdía el temor.

Un día de San Pablo, estando en misa, se me representó toda esta Humanidad sacratísima como se pinta resucitado, con tanta hermosura y majestad como particularmente escribí a vuestra merced cuando mucho me lo mandó, y hacíaseme harto de mal, porque no se puede decir que no sea deshacerse; mas lo mejor que supe, ya lo dije, y así no hay para qué tornar-lo a decir aquí. Sólo digo que, cuando otra cosa no hubiese pa-ra deleitar la vista en el cielo sino la gran hermosura de los cuerpos glorificados, es grandísima gloria, en especial ver la Humanidad de Jesucristo, Señor nuestro, aun acá que se mues-tra Su Majestad conforme a lo que puede sufrir nuestra miser-ia; ¿qué será adonde del todo se goza tal bien?

Esta visión, aunque es imaginaria, nunca la vi con los ojos corporales, ni ninguna, sino con los ojos del alma. Dicen los que lo saben mejor que yo, que es más perfecta la pasada que ésta, y ésta más mucho que las que se ven con los ojos corpora-les. Esta dicen que es la más baja y adonde más ilusiones pue-de hacer el demonio, aunque entonces no podía yo entender tal, sino que deseaba, ya que se me hacía esta merced, que fue-se viéndola con los ojos corporales, para que no me dijese el confesor se me antojaba. Y también después de pasada me aca-ecía -esto era luego luego- pensar yo también esto: que se me había antojado. Y fatigábame de haberlo dicho al confesor, pensando si le había engañado. Este era otro llanto, e iba a él y decíaselo. Preguntábame que si me parecía a mí así o si había querido engañar. Yo le decía la verdad, porque, a mi parecer, no mentía, ni tal había pretendido, ni por cosa del mundo dije-ra una cosa por otra. Esto bien lo sabía él, y así procuraba so-segarme, y yo sentía tanto en irle con estas cosas, que no sé cómo el demonio me ponía lo había de fingir para atormentar-me a mí misma..Mas el Señor se dio tanta prisa a hacerme esta merced y declarar esta verdad, que bien presto se me quitó la duda de si era antojo, y después veo muy claro mi bobería; por-que, si estuviera muchos años imaginando cómo figurar cosa tan hermosa, no pudiera ni supiera, porque excede a todo lo que acá se puede imaginar, aun sola la blancura y resplandor.

No es resplandor que deslumbre, sino una blancura suave y el resplandor infuso, que da deleite grandísimo a la vista y no la cansa, ni la claridad que se ve para ver esta hermosura tan divina. Es una luz tan diferente de las de acá, que parece una cosa tan deslustrada la claridad del sol que vemos, en compa-ración de aquella claridad y luz que se representa a la vista, que no se querrían abrir los ojos después. Es como ver un agua clara, que corre sobre cristal y reverbera en ello el sol, a una muy turbia y con gran nublado y corre por encima de la tierra. No porque se representa sol, ni la luz es como la del sol; pare-ce, en fin, luz natural y estotra cosa artificial. Es luz que no tie-ne noche, sino que, como siempre es luz, no la turba nada. En fin, es de suerte que, por gran entendimiento que una persona tuviese, en todos los días de su vida podría imaginar cómo es. Y pónela Dios delante tan presto, que aun no hubiera lugar para abrir los ojos, si fuera menester abrirlos; mas no hace más es-tar abiertos que cerrados, cuando el Señor quiere; que, aunque no queramos, se ve. No hay divertimiento que baste, ni hay po-der resistir, ni basta diligencia ni cuidado para ello. Esto tengo yo bien experimentado, como diré.

Lo que yo ahora querría decir es el modo cómo el Señor se muestra por estas visiones. No digo que declararé de qué ma-nera puede ser poner esta luz tan fuerte en el sentido interior, y en el entendimiento imagen tan clara, que parece verdadera-mente está allí, porque esto es de letrados. No ha querido el Señor darme a entender el cómo, y soy tan ignorante y de tan rudo entendimiento, que, aunque mucho me lo han querido de-clarar, no he aun acabado de entender el cómo. Y esto es cier-to, que aunque a vuestra merced le parezca que tengo vivo en-tendimiento, que no le tengo; porque en muchas cosas lo he ex-perimentado, que no comprende más de lo que le dan de co-mer, como dicen. Algunas veces se espantaba el que me confe-saba de mis ignorancias; y jamás me di a entender, ni aun lo deseaba, cómo hizo Dios esto o pudo ser esto, ni lo preguntaba, aunque -como he dicho- de muchos años acá trataba con bue-nos letrados. Si era una cosa pecado o no, esto sí;.en lo demás no era menester más para mí de pensar hízolo Dios todo, y veía que no había de qué me espantar, sino por qué le alabar; y an-tes me hacen devoción las cosas dificultosas, y mientras más, más.

Diré, pues, lo que he visto por experiencia. El cómo el Se-ñor lo hace, vuestra merced lo dirá mejor, y declarará todo lo que fuere oscuro y yo no supiere decir. Bien me parecía en al-gunas cosas que era imagen lo que veía, mas por otras muchas no, sino que era el mismo Cristo, conforme a la claridad con que era servido mostrárseme. Unas veces era tan en confuso, que me parecía imagen, no como los dibujos de acá, por muy perfectos que sean, que hartos he visto buenos; es disparate pensar que tiene semejanza lo uno con lo otro en ninguna ma-nera, no más ni menos que la tiene una persona viva a su retra-to, que por bien que esté sacado no puede ser tan al natural, que, en fin, se ve es cosa muerta. Mas dejemos esto, que aquí viene bien y muy al pie de la letra.

No digo que es comparación, que nunca son tan cabales, sino verdad, que hay la diferencia que de lo vivo a lo pintado, no más ni menos. Porque si es imagen, es imagen viva; no hom-bre muerto, sino Cristo vivo; y da a entender que es hombre y Dios; no como estaba en el sepulcro, sino como salió de él des-pués de resucitado; y viene a veces con tan grande majestad, que no hay quien pueda dudar sino que es el mismo Señor, en especial en acabando de comulgar, que ya sabemos que está allí, que nos lo dice la fe. Represéntase tan señor de aquella posada, que parece toda deshecha el alma se ve consumir en Cristo. ¡Oh Jesús mío!, ¡quién pudiese dar a entender la majes-tad con que os mostráis! Y cuán Señor de todo el mundo y de los cielos y de otros mil mundos y sin cuento mundos y cielos que Vos crearais, entiende el alma, según con la majestad que os representáis, que no es nada para ser Vos señor de ello.

Aquí se ve claro, Jesús mío, el poco poder de todos los de-monios en comparación del vuestro, y cómo quien os tuviere-contento puede repisar el infierno todo. Aquí ve la razón que tuvieron los demonios de temer cuando bajasteis al limbo, y tu-vieran de desear otros mil infiernos más bajos para huir de tan gran majestad, y veo que queréis dar a entender al alma cuán grande es, y el poder que tiene esta sacratísima Humanidad junto con la Divinidad. Aquí se representa bien qué será el día del juicio ver esta majestad de este Rey, y verle con rigor para los malos. Aquí es la verdadera humildad que deja en el alma, de ver su miseria, que no la puede ignorar. Aquí la confusión y verdadero arrepentimiento de los pecados, que aun con verle que muestra amor, no sabe adonde se meter, y así se deshace toda.

Digo que tiene tan grandísima fuerza esta visión, cuando el Señor quiere mostrar al alma mucha parte de su grandeza y majestad, que tengo por imposible, si muy sobrenatural no la quisiese el Señor ayudar con quedar puesta en arrobamiento y éxtasis (que pierde el ver la visión de aquella divina presencia con gozar), sería, como digo, imposible sufrirla ningún sujeto.

¿Es verdad que se olvida después? -Tan imprimida queda aq-uella majestad y hermosura, que no hay poderlo olvidar, si no es cuando quiere el Señor que padezca el alma una sequedad y soledad grande que diré adelante, que aun entonces de Dios parece se olvida. Queda el alma otra, siempre embebida. Paré-cele comienza de nuevo amor vivo de Dios en muy alto grado, a mi parecer; que, aunque la visión pasada que dije que repre-senta Dios sin imagen es más subida, que para durar la memor-ia conforme a nuestra flaqueza, para traer bien ocupado el pensamiento, es gran cosa el quedar representado y puesta en la imaginación tan divina presencia. Y casi vienen juntas estas dos maneras de visión siempre; y aun es así que lo vienen, por-que con los ojos del alma vese la excelencia y hermosura y glo-ria de la santísima Humanidad, y por estotra manera que que-da dicha se nos da a entender cómo es Dios y poderoso y que todo lo puede y todo lo manda y todo lo gobierna y todo lo hin-che su amor.

Es muy mucho de estimar esta visión, y sin peligro, a mi parecer, porque en los efectos se conoce no tiene fuerza aquí el demonio. Paréceme que tres o cuatro veces me ha querido representar de esta suerte al mismo Señor en representación falsa: toma la forma de carne, mas no puede contrahacerla con la gloria que cuando es de Dios. Hace representaciones para deshacer la verdadera visión que ha visto el alma; mas así la resiste de sí y se alborota y se desabre e inquieta, que pierde la devoción y gusto que antes tenía, y queda sin ninguna oración.

A los principios fue esto -como he dicho- tres o cuatro veces. Es cosa tan diferentísima, que, aun quien hubiere tenido sola oración.de quietud, creo lo entenderá por los efectos que que-dan dichos en las hablas. Es cosa muy conocida y, si no se quie-re dejar engañar un alma, no me parece la engañará, si anda con humildad y simplicidad. A quien hubiere tenido verdadera visión de Dios, desde luego casi se siente; porque, aunque com-ienza con regalo y gusto, el alma lo lanza de sí; y aun, a mi parecer, debe ser diferente el gusto; y no muestra apariencia de amor puro y casto. Muy en breve da a entender quién es. Así que, adonde hay experiencia, a mi parecer, no podrá el de-monio hacer daño.

Pues ser imaginación esto, es imposible de toda imposibi-lidad. Ningún camino lleva, porque sola la hermosura y blancu-ra de una mano es sobre toda nuestra imaginación: pues sin acordarnos de ello ni haberlo jamás pensado, ver en un punto presentes cosas que en gran tiempo no pudieran concertarse con la imaginación, porque va muy más alto -como ya he dicho-de lo que acá podemos comprender... ; así que esto es imposi-ble. Y si pudiésemos algo en esto, aun se ve claro por estotro que ahora diré: porque si fuese representado con el entendim-iento, dejado que no haría las grandes operaciones que esto hace, ni ninguna (porque sería como uno que quisiese hacer que dormía y estáse despierto porque no le ha venido el sueño: él, como si tiene necesidad o flaqueza en la cabeza, lo desea, adormécese él en sí y hace sus diligencias y a las veces parece hace algo, mas si no es sueño de veras, no le sustentará ni dará fuerza a la cabeza, antes a las veces queda más desvanecida), así sería en parte acá, quedar el alma desvanecida, mas no sus-tentada y fuerte, antes cansada y disgustada. Acá no se puede encarecer la riqueza que queda: aun al cuerpo da salud y que-da confortado.

Esta razón, con otras, daba yo cuando me decían que era demonio y que se me antojaba -que fue muchas veces- y ponía comparaciones como yo podía y el Señor me daba a entender. Mas todo aprovechaba poco. Porque como había personas muy santas en este lugar (y yo en su comparación una perdición) y no los llevaba Dios por este camino, luego era el temor en ellos; que mis pecados parece lo hacían, que de uno en otro se rodeaba de manera, que lo venían a saber, sin decirlo yo sino a mi confesor o a quien él me mandaba.

Yo les dije una vez que si los que me decían esto me dije-ran que a una persona que hubiese acabado de hablar y la co-nociese mucho, que no era ella, sino que se me antojaba, que ellos lo.sabían, que sin duda yo lo creyera más que lo que había visto. Mas si esta persona me dejara algunas joyas y se me que-daban en las manos por prendas de mucho amor, y que antes no tenía ninguna y me veía rica siendo pobre, que no podría creerlo, aunque yo quisiese. Y que estas joyas se las podría mostrar, porque todos los que me conocían veían claro estar otra mi alma, y así lo decía mi confesor. Porque era muy gran-de la diferencia en todas las cosas, y no disimulada, sino muy con claridad lo podían todos ver. Porque, como antes era tan ruin, decía yo que no podía creer que si el demonio hacía esto para engañarme y llevarme al infierno, tomase medio tan con-trario como era quitarme los vicios y poner virtudes y fortale-za. Porque veía claro con estas cosas quedar en una vez otra.

Mi confesor, como digo -que era un padre bien santo de la Compañía de Jesús-, respondía esto mismo según yo supe. Era muy discreto y de gran humildad, y esta humildad tan grande me acarreó a mí hartos trabajos; porque, con ser de mucha oración y letrado, no se fiaba de sí, como el Señor no le llevaba por este camino. Pasólos harto grandes conmigo de muchas maneras. Supe que le decían que se guardase de mí, no le engañase el demonio con creerme algo de lo que le decía. Traíanle ejemplos de otras personas. Todo esto me fatigaba a mí. Temía que no había de haber con quién me confesar, sino que todos habían de huir de mí. No hacía sino llorar.

Fue providencia de Dios querer él durar en oírme, sino que era tan gran siervo de Dios, que a todo se pusiera por El. Y así me decía que no ofendiese yo a Dios ni saliese de lo que él me decía; que no hubiese miedo me faltase. Siempre me ani-maba y sosegaba. Mandábame siempre que no le callase ningu-na cosa. Yo así lo hacía. El me decía que haciendo yo esto, que aunque fuese demonio, no me haría daño, antes sacaría el Se-ñor bien del mal que él quería hacer a mi alma. Procuraba per-feccionarla en todo lo que él podía. Yo, como traía tanto miedo, obedecíale en todo, aunque imperfectamente, que harto pasó conmigo tres años y más, que me confesó, con estos trabajos; porque en grandes persecuciones que tuve, y cosas hartas que permitía el Señor me juzgasen mal, y muchas estando sin cul-pa, con todo venían a él y era culpado por mí, estando él sin ninguna culpa.

Fuera imposible, si no tuviera tanta santidad -y el Señor que le animaba- poder sufrir tanto, porque había de responde-ra los que les.parecía iba perdida, y no le creían; y por otra parte, habíame de sosegar a mí y de curar el miedo que yo tra-ía, poniéndomele mayor. Me había por otra parte de asegurar, porque a cada visión, siendo cosa nueva, permitía Dios me que-dasen después grandes temores. Todo me procedía de ser tan pecadora yo y haberlo sido. El me consolaba con mucha piedad y, si él se creyera a sí mismo, no padeciera yo tanto; que Dios le daba a entender la verdad en todo, porque el mismo Sacra-mento le daba luz, a lo que yo creo.

Los siervos de Dios, que no se aseguraban, tratábanme mucho. Yo, como hablaba con descuido algunas cosas que ellos tomaban por diferente intención (yo quería mucho al uno de ellos, porque le debía infinito mi alma y era muy santo; yo sen-tía infinito de que veía no me entendía, y él deseaba en gran manera mi aprovechamiento y que el Señor me diese luz), y así lo que yo decía -como digo- sin mirar en ello, parecíales poca humildad. En viéndome alguna falta - que verían muchas-, lue-go era todo condenado. Preguntábanme algunas cosas; yo res-pondía con llaneza y descuido. Luego les parecía los quería en-señar, y que me tenía por sabia. Todo iba a mi confesor, porq-ue, cierto, ellos deseaban mi provecho. El a reñirme. 18. Duró esto harto tiempo, afligida por muchas partes, y con las merce-des que me hacía el Señor todo lo pasaba. Digo esto para que se entienda el gran trabajo que es no haber quien tenga exper-iencia en este camino espiritual, que a no me favorecer tanto el Señor, no sé qué fuera de mí. Bastantes cosas había para qui-tarme el juicio, y algunas veces me veía en términos que no sa-bía qué hacer, sino alzar los ojos al Señor. Porque contradic-ción de buenos a una mujercilla ruin y flaca como yo y temero-sa, no parece nada así dicho, y con haber yo pasado en la vida grandísimos trabajos, es éste de los mayores.

Plega al Señor que yo haya servido a Su Majestad algo en es-to; que de que le servían los que me condenaban y argüían, bien cierta estoy, y que era todo para gran bien mío.

Prosigue en lo comenzado y dice algunas mercedes grandes que la hizo el Señor y las cosas que Su Majestad la decía para asegu-rarla y para que respondiese a los que la contradecían.

Mucho he salido del propósito, porque trataba de decir las causas que hay para ver que no es imaginación; porque ¿cómo podríamos representar con estudio la Humanidad de Cristo y ordenando con la imaginación su gran hermosura? Y no era menester poco tiempo, si en algo se había de parecer a ella. Bien la puede representar delante de su imaginación y estarla mirando algún espacio, y las figuras que tiene y la blancura, y poco a poco irla más perfeccionando y encomendando a la me-moria aquella imagen. Esto ¿quién se lo quita, pues con el en-tendimiento la pudo fabricar? En lo que tratamos, ningún re-medio hay de esto, sino que la hemos de mirar cuando el Señor lo quiere representar y como quiere y lo que quiere. Y no hay quitar ni poner, ni modo para ello aunque más hagamos, ni pa-ra verlo cuando queremos, ni para dejarlo de ver; en queriendo mirar alguna cosa particular, luego se pierde Cristo.

Dos años y medio me duró que muy ordinario me hacía Dios esta merced. Habrá más de tres que tan continuo me la quitó de este modo, con otra cosa más subida -como quizá diré después-; y con ver que me estaba hablando y yo mirando aq-uella gran hermosura y la suavidad con que habla aquellas pa-labras por aquella hermosísima y divina boca, y otras veces con rigor, y desear yo en extremo entender el color de sus ojos o del tamaño que era, para que lo supiese decir, jamás lo he me-recido ver, ni me basta procurarlo, antes se me pierde la visión del todo. Bien que algunas veces veo mirarme con piedad; mas tiene tanta fuerza esta vista, que el alma no la puede sufrir, y queda en tan subido arrobamiento que, para más gozarlo todo, pierde esta hermosa vista. Así que aquí no hay que querer y no querer. Claro se ve quiere el Señor que no haya sino humildad y confusión, y tomar lo que nos dieren y alabar a quien lo da.

Esto es en todas las visiones, sin quedar ninguna, que nin-guna cosa se puede, ni para ver menos ni más, hace ni deshace nuestra diligencia. Quiere el Señor que veamos muy claro no es ésta obra nuestra, sino de Su Majestad; porque muy menos podemos tener soberbia, antes nos hace estar muy humildes y temerosos, viendo que, como el Señor nos quita el poder para ver lo que queremos, nos puede quitar estas mercedes y la gra-cia, y quedar perdidos del todo; y que siempre andemos con miedo, mientras en este destierro vivimos.

Casi siempre se me representaba el Señor así resucitado, y en la Hostia lo mismo, si no eran algunas veces para esforzar-me, si estaba en tribulación, que me mostraba las llagas; algu-nas veces en la cruz y en el Huerto; y con la corona de espinas, pocas; y llevando la cruz también algunas veces, para -como digo-necesidades mías y de otras personas, mas siempre la car-ne glorificada.

Hartas afrentas y trabajos he pasado en decirlo, y hartos te-mores y hartas persecuciones. Tan cierto les parecía que tenía demonio, que me querían conjurar algunas personas. De esto poco se me daba a mí: más sentía cuando veía yo que temían los confesores de confesarme, o cuando sabía les decían algo. Con todo, jamás me podía pesar de haber visto estas visiones celestiales, y por todos los bienes y deleites del mundo sola una vez no lo trocara.

Siempre lo tenía por gran merced del Señor, y me parece un grandísimo tesoro, y el mismo Señor me aseguraba muchas ve-ces. Yo me veía crecer en amarle muy mucho; íbame a quejar a El de todos estos trabajos; siempre salía consolada de la ora-ción y con nuevas fuerzas. A ellos no los osaba yo contradecir, porque veía era todo peor, que les parecía poca humildad. Con mi confesor trataba; él siempre me consolaba mucho, cuando me veía fatigada.

Como las visiones fueron creciendo, uno de ellos que antes me ayudaba (que era con quien me confesaba algunas veces que no podía el ministro), comenzó a decir que claro era demonio. Mándanme que, ya que no había remedio de resistir, que siempre me santiguase cuando alguna visión viese, y diese higas, porque tuviese por cierto era demonio, y con esto no vendría; y que no hubiese miedo, que Dios me guardaría y me lo quitaría. A mí me era esto gran pena; porque, como yo no podía creer sino que era Dios, era cosa terrible para mí. Y tam-poco podía -como he dicho- desear se me quitase; mas, en fin, hacía cuanto me mandaban. Suplicaba mucho a Dios que me li-brase de ser engañada. Esto siempre lo hacía y con hartas lá-grimas, y a San Pedro y a San Pablo, que me dijo el Señor, co-mo fue la primera vez que me apareció en su día, que ellos me guardarían no fuese engañada; y así muchas veces los veía al lado izquierdo muy claramente, aunque no con visión imaginar-ia. Eran estos gloriosos Santos muy mis señores.

6 Dábame este dar higas grandísima pena cuando veía esta visión del Señor; porque cuando yo le veía presente, si me hic-ieran pedazos no pudiera yo creer que era demonio, y así era un género.de penitencia grande para mí. Y, por no andar tanto santiguándome, tomaba una cruz en la mano. Esto hacía casi siempre; las higas no tan continuo, porque sentía mucho. Acor-dábame de las injurias que le habían hecho los judíos, y supli-cábale me perdonase, pues yo lo hacía por obedecer al que te-nía en su lugar, y que no me culpase, pues eran los ministros que El tenía puestos en su Iglesia. Decíame que no se me diese nada, que bien hacía en obedecer, mas que él haría que se en-tendiese la verdad. Cuando me quitaban la oración, me pareció se había enojado. Díjome que les dijese que ya aquello era tira-nía. Dábame causas para que entendiese que no era demonio. Alguna diré después.

Una vez, teniendo yo la cruz en la mano, que la traía en un rosario, me la tomó con la suya, y cuando me la tornó a dar, era de cuatro piedras grandes muy más preciosas que diaman-tes, sin comparación, porque no la hay casi a lo que se ve so-brenatural. Diamante parece cosa contrahecha e imperfecta, de las piedras preciosas que se ven allá. Tenía las cinco llagas de muy linda hechura. Díjome que así la vería de aquí adelante, y así me acaecía, que no veía la madera de que era, sino estas piedras. Mas no lo veía nadie sino yo.

En comenzando a mandarme hiciese estas pruebas y resistie-se, era muy mayor el crecimiento de las mercedes. En queriéndome divertir, nunca salía de oración. Aun durmiendo me parecía estaba en ella. Porque aquí era crecer el amor y las lástimas que yo decía al Señor y el no lo poder sufrir; ni era en mi mano, aunque yo quería y más lo procuraba, de dejar de pensar en El. Con todo, obedecía cuando podía, mas podía po-co o nonada en esto, y el Señor nunca me lo quitó; mas, aunque me decía lo hiciese, asegurábame por otro cabo, y enseñábame lo que les había de decir, y así lo hace ahora, y dábame tan bastantes razones, que a mí me hacía toda seguridad.

Desde a poco tiempo comenzó Su Majestad, como me lo te-nía prometido, a señalar más que era El, creciendo en mí un amor tan grande de Dios, que no sabía quién me le ponía, porq-ue era muy sobrenatural, ni yo le procuraba. Veíame morir con deseo de ver a Dios, y no sabía adónde había de buscar esta vi-da, si no era con la muerte. Dábanme unos ímpetus grandes de este amor, que, aunque no eran tan insufrideros como los que ya otra vez he dicho ni de tanto valor, yo no sabía qué me ha-cer; porque nada me.satisfacía, ni cabía en mí, sino que verda-deramente me parecía se me arrancaba el alma. ¡Oh artificio soberano del Señor! ¡Qué industria tan delicada hacíais con vuestra esclava miserable! Escondíaisos de mí y apretábaisme con vuestro amor, con una muerte tan sabrosa que nunca el al-ma querría salir de ella.

Quien no hubiere pasado estos ímpetus tan grandes, es im-posible poderlo entender, que no es desasosiego del pecho, ni unas devociones que suelen dar muchas veces, que parece aho-gan el espíritu, que no caben en sí. Esta es oración más baja, y hanse de evitar estos aceleramientos con procurar con suavi-dad recogerlos dentro en sí y acallar el alma; que es esto como unos niños que tienen un acelerado llorar, que parece van a ahogarse, y con darlos a beber, cesa aquel demasiado sentim-iento. Así acá la razón ataje a encoger la rienda, porque podría ser ayudar el mismo natural; vuelva la consideración con temer no es todo perfecto, sino que puede ser mucha parte sensual, y acalle este niño con un regalo de amor que la haga mover a amar por vía suave y no a puñadas, como dicen. Que recojan este amor dentro, y no como olla que cuece demasiado, porque se pone la leña sin discreción y se vierte toda; sino que mode-ren la causa que tomaron para ese fuego y procuren matar la llama con lágrimas suaves y no penosas, que lo son las de estos sentimientos y hacen mucho daño. Yo las tuve algunas veces a los principios, y dejábanme perdida la cabeza y cansado el es-píritu de suerte que otro día y más no estaba para tornar a la oración. Así que es menester gran discreción a los principios para que vaya todo con suavidad y se muestre el espíritu a obrar interiormente. Lo exterior se procure mucho evitar.

Estotros ímpetus son diferentísimos. No ponemos noso-tros la leña, sino que parece que, hecho ya el fuego, de presto nos echan dentro para que nos quememos. No procura el alma que duela esta llaga de la ausencia del Señor, sino hincan una saeta en lo más vivo de las entrañas y corazón, a las veces, que no sabe el alma qué ha ni qué quiere. Bien entiende que quiere a Dios, y que la saeta parece traía hierba para aborrecerse a sí por amor de este Señor, y perdería de buena gana la vida por El.

No se puede encarecer ni decir el modo con que llaga Dios el alma, y la grandísima pena que da, que la hace no saber de sí; mas es esta pena tan sabrosa, que no hay deleite en la vida que más contento dé. Siempre querría el alma -como he dicho- es-tar muriendo de este mal.

Esta pena y gloria junta me traía desatinada, que no po-día yo entender cómo podía ser aquello. ¡Oh, qué es ver un al-ma herida! Que digo que se entiende de manera que se puede decir herida por tan excelente causa; y ve claro que no movió ella por dónde le viniese este amor, sino que del muy grande que el Señor la tiene, parece cayó de presto aquella centella en ella que la hace toda arder. ¡Oh, cuántas veces me acuerdo, cuando así estoy, de aquel verso de David: Quemadmodum de-siderat cervus ad fontes aquarum que me parece lo veo al pie de la letra en mí!

Cuando no da esto muy recio, parece se aplaca algo, al menos busca el alma algún remedio -porque no sabe qué ha-cer- con algunas penitencias, y no se sienten más ni hace más pena derramar sangre que si estuviese el cuerpo muerto. Bus-ca modos y maneras para hacer algo que sienta por amor de Dios; mas es tan grande el primer dolor, que no sé yo qué tor-mento corporal le quitase. Como no está allí el remedio, son muy bajas estas medicinas para tan subido mal; alguna cosa se aplaca y pasa algo con esto, pidiendo a Dios la dé remedio para su mal, y ninguno ve sino la muerte, que con ésta piensa gozar del todo a su Bien. Otras veces da tan recio, que eso ni nada no se puede hacer, que corta todo el cuerpo. Ni pies ni brazos no puede menear; antes si está en pie se sienta, como una cosa trasportada que no puede ni aun resolgar; sólo da unos gemi-dos no grandes, porque no puede más; sonlo en el sentimiento.

Quiso el Señor que viese aquí algunas veces esta visión: veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corpo-ral, lo que no suelo ver sino por maravilla; aunque muchas ve-ces se me representan ángeles, es sin verlos, sino como la vi-sión pasada que dije primero. En esta visión quiso el Señor le viese así: no era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el ros-tro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan. Deben ser los que llaman querubi-nes, que los nombres no me los dicen; mas bien veo que en el cielo hay tanta diferencia de unos ángeles a otros y de otros a otros, que no lo sabría decir. Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consi-go, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bon-dad lo dé a gustar a quien pensare que miento.

Los días que duraba esto andaba como embobada. No quisiera ver ni hablar, sino abrazarme con mi pena, que para mí era mayor gloria que cuantas hay en todo lo criado.

Esto tenía algunas veces, cuando quiso el Señor me viniesen estos arrobamientos tan grandes, que aun estando entre gen-tes no los podía resistir, sino que con harta pena mía se comen-zaron a publicar. Después que los tengo, no siento esta pena tanto, sino la que dije en otra parte antes -no me acuerdo en qué capítulo-, que es muy diferente en hartas cosas y de mayor precio; antes en comenzando esta pena de que ahora hablo, pa-rece arrebata el Señor el alma y la pone en éxtasis, y así no hay lugar de tener pena ni de padecer, porque viene luego el gozar.

Sea bendito por siempre, que tantas mercedes hace a quien tan mal responde a tan grandes beneficios.

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