Revista Cultura y Ocio

El libro del desasosiego, Fernando Pessoa

Publicado el 20 octubre 2009 por Unlibroabierto

Fernando Pessoa solía pasear por las calles de Lisboa enfundado en una humilde gabardina de color gris, mientras fumaba y expulsaba de su boca el humo de los cigarrillos consumidos y los versos inconclusos que su mente no paraba de producir. En uno de esos días de paseo, Pessoa pasó frente a un escaparate en el cual había un espejo, de reojo vislumbró un reflejo, siguió caminando y unos metros después, se percató de que el reflejo que había visto en el espejo no era el suyo, sino el de otra persona. Pensó que no había sido más que una ilusión óptica, pero su curiosidad le obligó a retroceder y volver frente al espejo. Al mirarse de nuevo en el mismo espejo, Fernando Pessoa observó que el hombre que tenía frente a él, no era él mismo, es decir Fernando Pessoa, sino que era otro; éste otro era un poco más bajo y tenía la piel más morena. Pessoa se movió juguetonamente, pero su reflejo de otra persona, no respondió a ese movimiento con otro similar. El reflejo permaneció quieto. Entonces Fernando Pessoa, mirando fijamente a los ojos de aquella otra persona sin lugar más allá del reflejo de la figura del propio Pessoa, dijo: “Me llamo Ricardo Reis”. El reflejo sonrió y desapareció. Pessoa se mantuvo frente al espejo vacio, esperando el retorno de Ricardo Reis, pero, momentos después, apareció otra imagen en el espejo. Inmediatamente Pessoa le saludó y dijo: “Me llamo Alberto Caeiro”. Esta nueva aparición no sonrió, su rostro, frio como la noche, desapareció. Volvióse a quedar Pessoa solo ante el espejo esperando y, como no hay dos sin tres, segundos después apareció una nueva figura; era un hombre exuberante y con los aires propios de esa grandeza anglosajona. Fernando dijo: “Me llamo Álvaro de Campos”, esta vez, asustado de que el proceso tuviera infinitas concatenaciones, fue el propio Fernando Pessoa el que desapareció del espejo, cansado de haber sido tantos en tan poco tiempo. Esa misma noche, ya de madrugada, Pessoa se despertó pensando si Álvaro de Campos se habría quedado atrapado en el espejo. Se levantó, fue al lavabo y se miró al espejo. Lo que allí encontró fue su propia cara. Dijo entonces: “Me llamo Bernardo Soares”, y se volvió a meter en la cama. (1)

Fernando Pessoa será siempre recordado por ser el poeta que desdoblaba su figura en innumerables heterónimos. Dichos heterónimos pueden ser vistos como la expresión de las diferentes facetas de la personalidad de su creador. Pero además de en los heterónimos, Pessoa se desdobló en diversas personalidades mucho más cercanas a su propia experiencia y carácter, una de estas personalidades fue Bernardo Soares. Pessoa describe a Soares como un semi-heterónimo, porque “no siendo su personalidad la mía, es, no diferente de la mía, sino una simple mutilación de ella. Soy yo menos el raciocinio y la afectividad.”

Pessoa, como Soares, pasó su vida de modesto funcionario viviendo en una habitación alquilada de una pequeña hostería y dedicando todo su tiempo a la escritura. Tanto Pessoa como Soares mantuvieron oculta su carrera literaria rechazando los honores y las glorias que quizá la vida de afamado escritor les habría podido proporcionar; a uno en vida y a otro en sueño. Por ello el Libro del desasosiego es la obra más propia de Pessoa; todo lo que subyace en la prosa poetizada de Bernardo Soares, es la figura del verdadero Pessoa. En el Libro de desasosiego Pessoa se quita la máscara, se muestra tal como es y por ello ha de firmar con el nombre de Bernardo Soares, nombre que no deja de ser el suyo propio.

Cuando Pessoa murió en 1935, dejó tras de sí una innumerable cantidad de fragmentos, fruto del trabajo de más de veinte años. Estos fragmentos debían de conformar el Libro del desasosiego, pero, aunque Pessoa también dejó algunas indicaciones para articular el libro, éstas resultaron de una ayuda muy relativa, puesto que eran contradictorias e indicaban que ni el propio autor sabía cómo ordenar los fragmentos. Por ello nos encontramos ante un libro que está vivo y que se puede articular de otras formas, y esa es, precisamente, su grandeza: la grandeza de dotar a cada lector con la libertad de configurarlo de nuevo y hacer, de este modo, que adopte sensaciones o reflexiones que hasta entonces se habían obviado. Por este motivo cada lectura del Libro del desasosiego es diferente y novedosa, aporta algo que antes no se había llegado a atisbar.

La lectura del Libro del desasosiego es, realmente, abrumadora, puesto que Fernando Pessoa supo insertar en el corpus del Libro del desasosiego, un corpus caótico formado por más de 500 fragmentos, no un único libro, sino millares de ellos, gracias, en parte, al uso que Pessoa hace del aforismo, hecho que le dota de una lujuria del pensamiento que le permite transmitir el máximo saber con el mínimo de palabras, y por ello, ser capaz de tratar un espectro de temas inconmensurablemente vasto, sin perder, por dicha vastedad, el poder del impacto de lo concreto.

El Libro del desasosiego no es la novela de la vida de Bernardo Soares, lo que a éste le sucede en el día a día apenas tiene lugar en el libro, ni es, tampoco, solamente su diario personal, sino que es un compendio de reflexiones sobre la vida, la filosofía, la literatura, la soledad, el arte de escribir…, que acaban por formar una perspectiva muy acertada, adecuada y perfectamente transpolable a la actualidad del hombre postmoderno.

Con lucidez poética y un arrullo desconsolador, pero sumamente persuasivo, el Libro del desasosiego esclaviza y va acaparando la atención del lector. Entre sus páginas se encuentra, volcada y perfectamente descrita por la prosa de Bernardo Soares, toda el alma de Pessoa; sus añoranzas, sus llantos, sus genialidades, sus soledades…, todas sus penas, que son muchas, y todas sus dichas, que son menos. Todo este caudal de sensaciones atrapa y propicia que el lector viva como propias las desventuras interiores de Bernardo Soares.

El lector, enfrascado en esta lectura, puede abandonarse al acto puro del sentir, en el cual se toma conciencia del abandono de la conciencia y del pensar, hasta llegar a un punto en el que, únicamente, el sentir se siente. Sintiendo como propias las angustias existenciales de Bernardo Soares, se siente, en lo más profundo del ser, su desapego a la vida y, al sentirlo en nosotros, lo vamos interiorizando. El libro nos intercede directamente y nos narra sentimientos que todos hemos llegado a experimentar, sensaciones, nada excepcionales, que son totalmente comunes a la mayoría de las personas. Por ello lo fascinante de la obra no es lo que en ella se expresa, puesto que los sentimientos que transmite Soares son de lo más común, sino que lo fascinante, lo genial, de esta obra pertenece a la forma con que dichos sentimientos están expresados: el libro susurra y tiene una voz melodiosa, pausada y armónica; una voz que respira con cadencia, una voz que precisa ser leída en voz alta para poder ser gozada en su plena musicalidad y belleza, una voz que juega con las comas y los puntos, para dotar de un ritmo poético a la prosa. Sin esta lectura en voz alzada, todo el abismo de sensaciones, todo el pozo de negruras, se pierde o se tergiversa en una lectura fugaz que no respeta las pausas que Bernardo Soares ha considerado necesario introducir para dotar al texto de un flujo de movimientos e interrupciones que lo engrandecen hasta lo impensable. Por eso mismo hay que respetar al texto, y realizar una lectura paciente y agónica, una lectura que permita profundizar, lentamente y con calma, en la vida de las páginas de un hombre que no fue y de otro que no llegó a ser todo lo que quiso ser.

(1) José Saramago



Volver a la Portada de Logo Paperblog