Revista Opinión

El Libro del Destino

Publicado el 30 abril 2014 por Jamedina @medinaloera

Libro de fuego

   En uno de sus famosos cuentos, el escritor y filósofo francés Voltaire habla de un viejo ermitaño que poseía lo que todos quisiéramos tener, El Libro del Destino, que en un extraño lenguaje revelaba la suerte de cada uno de los seres humanos habidos y por haber en este mundo.

   Al encontrar a este ermitaño tan concentrado en su libro, el sabio Zadig le hizo una profunda reverencia y le preguntó qué leía. El ermitaño le mostró el libro y lo invitó a leer, pero Zadig, aunque estaba instruido en muchas lenguas, no pudo descifrarlo. Total, se hicieron amigos y emprendieron un viaje juntos.

   En el camino el ermitaño hablaba del destino, la justicia, la moral, el sumo bien, la debilidad humana, los vicios y las virtudes con tan viva y conmovedora elocuencia que Zadig se sintió arrastrado hacia aquella persona por una fuerza irresistible.

   Una tarde los dos viajeros llegaron a una casa agradablemente construida, pero sencilla. El dueño era un filósofo retirado del mundo que cultivaba en paz la sabiduría y la virtud, y que, sin embargo, no se aburría. Se había complacido en construirse aquel retiro, donde recibía a los extranjeros con una nobleza que nada tenía de ostentación. Él mismo atendió de maravilla a sus huéspedes. Zadig, sobre todo, sintió mucha estima y admiración por un hombre tan agradable.

   En la madrugada del día siguiente, el ermitaño le dijo a Zadig: Es preciso partir, pero antes quiero dejar a este hombre un testimonio de mi aprecio. Y diciendo esto, tomó una antorcha y prendió fuego a la casa.

   Espantado, Zadig quiso impedirle que cometiese tan horrible acción, pero pronto la casa quedó presa de las llamas; el ermitaño, que se hallaba ya bastante lejos con su compañero, la veía arder tranquilamente.

   Zadig estuvo a punto de llenar de injurias al reverendo padre, pero se contuvo, y entonces el ermitaño le dijo:

   Las cosas de este mundo no marchan como las desean los sabios. No es casualidad que esa casa se queme. Sabed que bajo sus ruinas, el dueño ha encontrado un inmenso tesoro. La casualidad no existe, todo es prueba o castigo, recompensa o previsión.


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