Basta con estar más o menos atentos para vislumbrar la suerte –grela como dice el tango– que las películas argentinas llamadas independientes o de autor corren cuando llegan a la instancia de exhibición. Los anuncios de estreno dan cuenta de la existencia de una cartelera cada vez más expulsora. Dos semanas consecutivas de proyección en el cine Gaumont y escasas funciones suplementarias en la sala Leopoldo Lugones, en el Malba y/o en los centros culturales San Martín y de la Cooperación conforman una suerte de (triste) destino promedio en territorio porteño.
Esta percepción encuentra asidero en el comunicado que el Colectivo de Cineastas emitió el 29 de enero. Sus autores sostienen que en la Ciudad de Autónoma de Buenos Aires el circuito de cine independiente “no da abasto” para contener los estrenos de las películas sin oportunidad en las salas comerciales, y que “las películas documentales de vía digital han quedado fuera de los Espacios INCAA por decisión de la gestión actual”.
Ese mismo día Fernando Krapp publicó en su muro de Facebook el siguiente texto sobre la proyección de su documental más reciente, El volcán adorado.
“Así las cosas. A pesar de haber hecho un buen número de espectadores estas dos semanas en cartel, El volcán adorado no va a seguir programada en la única sala más o menos digna que tiene la ciudad de Buenos Aires. La levantan el miércoles.
No importa que haya tenido buena prensa (sin agentes ni rosqueo ni manijeo), que uno haya estado 5 años para hacerla, ni que el INCAA no haya terminado de liquidar el subsidio. Tampoco esto: que dentro de lo que se pueda esperar de un documental, en verano y sin carteles en la calle, la película no pueda tener al menos un mes de continuidad para que el boca en boca la mueva, como ya estaba pasando.
Tampoco importa que me hayan sacado cuatro funciones (dos días) por un corte de luz (¿una sala nacional no tiene un generador para estos casos?). Es que el propio instituto no se hace cargo de sus producciones. Son apenas cifras en un conteo para discursos de gestiones políticas.
Y da bronca, también, que las distribuidoras metan presión a las salas INCAA para estrenar sus películas cuando deberían hacer cumplir la cuota de pantalla en las cadenas.
¿Por qué entonces uno sigue haciendo esto? ¿Por qué abandona laburos bien pagos, se endeuda, se la pasa pensando posibles formas de financiar una película si cuando llega el momento de estrenar se encuentra solo, sin fuerzas y con una casta de programadores que ni siquiera ven lo que programan? ¿Por qué uno tiene que llegar a la situación de pedir permiso y mendigar fechas cuando la película funciona sola?
Supongo que eso debe ser el amor que uno intenta ponerle a la profesión. Aunque a veces cueste y te la des contra una pared con tu copia de DCP en la mano.
En fin, quedan dos fechas: la de hoy y la de mañana. 12.15 y 18.00 horas. Después, quedará perdida en el limbo del cine argentino que supimos conseguir”.
Un mes ante de que Krapp y el Colectivo de Cineastas se pronunciaran online, la revista Haciendo Cine publicó el artículo Balance 2018: El cine nacional en estado de alerta. El autor del informe señala un “panorama complicado sobre la exhibición y distribución” y sostiene que “pocas producciones lograron mantenerse en las pantallas”.
La nota revela otra prueba del maltrato denunciado por el también co-autor de Beatriz Portinari. Un documental sobre Aurora Venturini: los directores y productores de las pequeñas películas argentinas se enteran de la(s) sala(s) donde se proyectará su obra recién el lunes anterior al jueves de estreno.
A este blog le consta el esfuerzo denodado que los agentes de prensa de films nacionales de autor o independientes hacen para promocionarlos, es decir, para despertar en la prensa –y por lo tanto en el público– al menos curiosidad por los largometrajes que desoyen las exigencias de un mercado cada vez más globalizado. Aunque constante y apasionado, el trabajo de estos prenseros resulta infructuoso en un contexto signado por políticas culturales (en realidad comerciales) que, entre otros daños, convierten progresivamente al Gaumont en última –y deteriorada– morada del cine que esas mismas políticas condenan a la extinción.
Antes de ese infierno, está el limbo que señala Krapp y que se extiende –el realizador no lo dice– hasta la programación de algunos canales premium de la TV paga y/o de algunas plataformas online. El cine nacional difícilmente pueda escapar de este confinamiento mientras la Argentina esté gobernada por funcionarios únicamente sensibles a los intereses de las grandes productoras locales y de las distribuidoras de tanques made in Hollywood.