Revista En Femenino

El llanto de la fantasma

Publicado el 06 agosto 2011 por Historiadea
No sé si he contado alguna vez en este foro cuánto me atraen los fenónemos paranormales desde que, a los diez años, leí casi del tirón la sin par novela El exorcista, de William Peter Blatty, en una edición de Círculo de Lectores que mis padres tenían muy a la vista entre las estanterías del mueble de la salita.
No recuerdo, con ninguno de los libros que he leído a lo largo de mi vida, una conmoción similar a la que me produjeron aquellas páginas desnudas de ilustraciones en las que, sin embargo, mi ya por entonces prodigiosa imaginación suplía eficazmente la ausencia de imágenes con una galería de fantasmas, héroes y antihéroes invisibles, puramente abstractos, que hubieran hecho palidecer de envidia a la mismísima Marvel.
Leía yo aquel libro _retapado sibilinamente con una sobrecubierta de Los Cinco para evitar la censura paterna_ con la misma voracidad con la que luego, a raíz de esa incursión impropia de mi edad, me dio por fagocitar la Enciclopedia Salvat de doce tomos a la búsqueda y captura de todas las palabras relacionadas con lo oculto: exorcismo, demonio, xenoglosia, impregnación, psicofonía, medium, cielo, infierno, evangelio, legión... Cuanto más avanzaba en la experiencia de Regan McNeil, la niña protagonista de la novela, más se ampliaba el horizonte de mi conocimiento, más aprehendía y, paradójicamente, menos sabía por cuanto el volumen de preguntas que suscitaba aquel periplo lector era infinitamente mayor que el de las respuestas encontradas en la Salvat.
Tardé muchos años en introducir, en medio de aquel conocimiento puro adquirido tempranamente al respecto de estas cuestiones, la intuición, un don que llevo a gala y que jamás me ha traicionado a la hora de olfatear y presentir cielos e infiernos varios sin necesidad ya de ninguna enciclopedia. Una intuición que, junto a un poderoso onírico _muchas veces preclaro_, conforman la parte más recoleta de mi personalidad, esa por la que se me cuelan constantes alusiones a los arquetipos y a través de la cual, de vez en cuando, se asoma la niña Regan poniéndome los pelos como escarpias.
Estos días, con mis habitaciones y pasillos repletos de cajas y el desorden lógico aparejado a una inminente mudanza, no puedo evitar la sobrecogedora sensación de que, poco a poco, quienes aún merodeamos por estos espacios nos vamos desdibujando _como fantasmas_ de un lienzo domiciliario del que partiremos muy pronto. Me pregunto, como me lo preguntaba a los diez años absolutamente sobrecogida por el relato de Blatty, hasta qué punto las casas son capaces de impregnarse del alma de sus habitantes, cuánto de lo vivido _bueno, malo, vulgar o extraordinario_ por sus inquilinos es capaz de pervivir en el futuro, cómo el eco de unas vidas que un día hicieron la maleta dejando tras de sí el halo invisible de su risa y su llanto pueden resonar en otras vidas que, de repente, se asoman a los escenarios de las existencias que las precedieron.
Trato, en consecuencia, como el Padre Merrin, de bendecir y dar las gracias por todos y cada uno de los rincones de esta casa en la que dejo tres de los años más amargos de mi vida. Quiero, muy pronto, cerrar tras de mí la puerta que tantas veces me ha visto entrar y salir. Y quiero hacerlo sabiendo que la furia, la ira, el dolor y los sinsabores que podrían quedarse entre estas paredes por los siglos de los siglos _como un uranio venenoso_ son definitivamente exorcizados.
Quiero, por último, si ha de permanecer, que estos muros devuelvan a sus próximos inquilinos la frecuencia psicofónica de mis mayores alegrías: las risas infantiles de mis hijas, el crepitar de las velas de tantos cumpleaños, el sonido de las teclas con que he escrito algunas de mis mejores páginas, el eco gozoso de mis orgasmos... Los roces de las pieles, el susurro de los besos, el mágico aleteo de la esperanza _siempre_ sobrevolando la abrumadora rutina, el tintineo de la intuición más pura...
Cualquier cosa, cualquier decibelio amable antes que el llanto repetido, lacónico y lastimero de esta fantasma que aquí escribe y que, como la Regan deBlatty, apenas recuerda ya el origen de tanta cicatriz y tanta herida.

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