Revista Cultura y Ocio

El maestro de lo concreto, Elias Canetti

Publicado el 25 octubre 2018 por Kim Nguyen

PETER LAEMMLE: Es llamativo que los temas más importantes de su obra arraigan en experiencias de orden autobiográfico. Masa y poder, el problema de la muerte, los caracteres, la sátira: todos estos asuntos están relacionados con experiencias concretas que tuvo usted, probablemente, muy temprano. Y su obra entera se distingue por la concreción de sus puntos de referencia, sería posible calificarla como una excursión a lo concreto. Sabemos que tiene usted una especial aversión al pensamiento abstracto, a los sistemas de pensamiento. A mí me interesaría saber de dónde viene esa tendencia temprana a la observación concreta, qué la ha facilitado, si le llegó a usted a través de su familia y con qué experiencias personales está relacionada.

ELIAS CANETTI: La conciencia más temprana de lo concreto llegó con la lectura de Robinson Crusoe, a los siete años. Ese hombre solitario en una isla, que tiene que recolectar o hacer él mismo todo lo que necesita para vivir. El individuo tiene tanta importancia, se carece de tanto, falta tanto, que cada detalle necesario para la vida importa. Desde entonces, lo concreto ya nunca perdió importancia para mí. A veces pasaba a segundo plano, en el curso de los muchos procesos de aprendizaje que conforman la juventud, pero enseguida era reavivado por una nueva y decisiva intervención. Quizá el impulso más fuerte que recibí en esa dirección fueron los cuadros de Brueghel, en Viena. Los conocí cuando regresé a Viena con diecinueve años, y eran tan distintos de todos los demás cuadros que había visto hasta entonces, que durante un tiempo iba todos los días al Kunsthistorisches Museum y pasaba horas y horas delante de ellos. Las innumerables figurillas de sus cuadros eran tan aprensibles como objetos. Su variedad y riqueza eran tales, que uno no podía cansarse de verlos. Brueghel fue entonces para mí el más importante de los pintores. Y más que eso: se convirtió en el maestro de lo concreto. Al mismo tiempo, se trataba de un reconocer y ponderar materias. Uno de los principales estímulos de la Química, que estudiaba en aquellos años, es ese trato con sustancias tangibles. Iba todos los días al laboratorio, y pasé un primer año ocupado en análisis cualitativos y un segundo en análisis constatativos. No había mucha distancia de la Facultad de Química a los Brueghel, iba a verlos siempre que podía, aunque solo fuera una hora. De ese modo, estuve expuesto a dos influencias muy distintas que, no obstante, incidían al mismo tiempo sobre mí, y que se pueden entender como un ejercicio de lo concreto. En Brueghel admiraba la exactitud de la observación, y trataba de hacer lo mismo en el círculo de mi propia vida. Pero no puedo decir que mi tendencia a la observación concreta, que entonces se vio sin duda reforzada, surgiera en ese momento: ya estaba ahí antes. Creo que fue provocada por los traslados a otros países, ya durante la primera infancia. Nunca estábamos más de algunos años en una ciudad: seis años en Bulgaria, dos años en Inglaterra, tres en Viena, cinco en Zúrich, tres en Frankfurt… Nuevas lenguas, nuevos colegios, nuevos compañeros de clase, nuevos profesores… Era imposible no prestar atención a las diferencias entre las experiencias anteriores y las nuevas. Casi diría que era vital hacerlo cuando se trataba de nuevas lenguas. El cambio frecuente, el viaje temprano, le daba a uno un sentimiento de lo lineal, de la convivencia entre muchos objetos, criaturas y costumbres, con derecho a existir todas ellas. Todo lo que terminaba demasiado pronto me parecía una limitación y un empobrecimiento. La lectura de viajes de exploradores, una auténtica pasión, me reforzó esa tendencia a una dedicación plural al mundo. Junto a las experiencias propias, sin duda ya abundantes, y a la lectura, yo sabía que había infinidad de cosas más, y también eso se podía experimentar, aún estaba esperándome. Me habría sido imposible hacer como si no existiera sólo porque aún no lo conocía. La sensación de la multiplicidad de lo vivible, del carácter abierto del mundo, se hizo tan fuerte que desconfiaba de todo sistema cerrado. Siempre que sentía que estaba a punto de enredarme en un sistema me salvaba dando un repentino salto, tan fuerte como si me fuera la vida en él.

Elias Canetti
Conversaciones con Peter Laemmle (1994)

Foto: Elias Canetti

Previamente en Calle del Orco:
El pensamiento fragmentario permanece libre, Emil Cioran


Volver a la Portada de Logo Paperblog