Revista Coaching

El mal necesario

Por Jlmon

EL MAL NECESARIO
Hace aproximadamente diez años recibí una atractiva oferta de una más que conocida multinacional alimentaria que sin duda podía haberme solucionado la vida. Era una de esas ofertas que acostumbramos a definir como “la oportunidad de tu vida” y, sin embargo, acabé rechazándola. Los motivos no eran otros que el largo historial de “anomalías”, por llamarlo de alguna forma, que la corporación presentaba en su dilatada historia en todos los lugares que actuaba, fundamentalmente Sudamérica. Con el tiempo, suelo recordar de vez en cuando aquella “oportunidad” y aunque los tiempos que corren tientan a juzgarla de equivocación, siempre acabo llegando a la conclusión de que hice lo correcto porque tan culpable es quien decide como aquel que ejecuta lo decidido amparándose en el deber de obedecer. Traigo esto a colación porque tengo la impresión de vivir en un país donde esta sutil diferencia apenas tiene sentido a la vista de los hechos que se suceden día tras día como en los mejores momentos de El Caso, publicación cañí donde las haya. Fíjense en el fraude las preferentes. No tenemos más que ver el perfil de las victimas: jubilados sin apenas estudios o conocimiento mínimo de los entresijos financieros que disponen de pequeñas cantidades ahorradas con esfuerzo y empeño a lo largo de toda una vida de trabajo. Frente a ellos bancos y cajas necesitadas de captar fondos fuera como fuera emitiendo participaciones que computaran como fondos propios en los balances para mantener así su aparente solidez. El resultado es de sobra conocido, pero la pregunta es siempre la misma: ¿quién es el culpable?, ¿aquel que actuó deliberadamente diseñando y decidiendo o el conjunto de involucrados en el fraude? Recuerdo el matrimonio que acudió a la sucursal, ella ama de casa, él obrero de la construcción jubilado, ambos apenas sabían leer y escribían a duras penas, pero el director de la oficina les explicó que era absurdo que mantuvieran sus ahorros en un plazo fijo cuando tenían la oportunidad de su vida con el producto que les ofrecía. Tan culpable es la cúpula directiva de la entidad bancaria como el director de la sucursal. Qué decir del caso Bárcenas, ejemplo didáctico de la naturaleza extractiva de los grandes partidos políticos españoles. No hablamos del señor Bárcenas, estamos hablando del conjunto del partido con el señor Mariano Rajoy a la cabeza. ¿Cómo puede un personaje de jeta pendenciera desviar 22 millones a cuentas personales? Ya pasaron los tiempos del Hombre del Saco y Caperucita. Si lo consiguió, no hablamos de un partido político sino más bien de una concentración nacional de bobos y zopencos. No, hablamos de todos ellos, de quien lo tramó, quien colaboró, quien lo permitió y quien sabiéndolo o sospechándolo, simplemente miró para otro lado. No diga que no le va a temblar la mano Don Mariano, el Generalísimo también acostumbraba a utilizar esa amenaza y, al final, como en el cuento del lobo, el amigo Parkinson le visitó. Pero lo más triste de esta historia es que le ha tocado el pato al partido de la Señora Cospedal Nomeconsta, pero podía haberle ocurrido a cualquier otro de los grandes porque el mal está generalizado. No me consuela que algunos políticos protesten ante las acusaciones de corrupción generalizada sacando a colación aquello de todos no somos iguales, también hay políticos honrados. Desde el momento en que todos siguen en el mismo sitio, todos son iguales. Tanto monta la omisión como la comisión. Si no quieren ser iguales, abandonen esa formación, renuncien a su escaño, su dirección o secretaría y láncense a la aventura democrática. Mientras tanto, son igual de culpables que el director de la sucursal bancaria Estamos cansados de tanto corruptor, pero no menos de tanto corrompido y más aún de tanto espectador complaciente. Quienes corrompen nos llaman idiotas ante tanta ingenuidad, pero aún lo son más quienes consienten con su silencio amparándose en la doctrina del mal necesario porque llega un momento en que no hay nada más allá del mal. Decía Edmund Burke que para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada.

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