Este reportaje, que habla de la buena vecindad entre Jalisco y Zacatecas, lo escribí en 1982, cuatro años antes de que entrara en servicio la carretera Guadalajara-Colotlán-Zacatecas, a la que por cierto se oponían entonces los comerciantes de la capital zacatecana por temor a que Guadalajara acaparara el comercio del Norte de Jalisco que tradicionalmente les perteneció.
Fue necesario que coincidieran en tiempo dos gobernadores progresistas como lo fueron Enrique Álvarez del Castillo, en Jalisco, y José Guadalupe Cervantes Corona, en Zacatecas, para que el viejo sueño de la carretera Guadalajara-Colotlán-Zacatecas se hiciera realidad. Cervantes Corona convenció sobre el proyecto a los comerciantes zacatecanos diciéndoles que “nunca una carretera perjudicó a nadie, porque siempre es de ida y vuelta”.
Después de 33 años, hace unos días (marzo de 2015) volví a El Malacate, ya con menos población que en 1982, aunque con mejores servicios. Ahí me dieron la mala noticia de que los dos principales protagonistas de mi reportaje escrito en 82, los comerciantes Pablo Larios y Santos Castañeda, habían fallecido, de suerte que este trabajo ya no es más que historia pura, pero con un profundo mensaje de fe y esperanza para jaliscienses y zacatecanos y para todos los mexicanos.
Javier Medina Loera.
El Malacate, entre Jalisco y Zacatecas.
El Malacate es una de esas raras aldeas de México, cuyos habitantes, a pesar de estar divididos por la línea fronteriza de dos estados, conviven fraternalmente, sortean las dificultades derivadas de la diferencia política territorial y conservan el orgullo de haber nacido o de vivir en uno u otro Estado, en uno u otro lado de la frontera, aunque ello represente solamente unos cuantos metros de distancia.
El alegre ranchito, de escasos 100 habitantes, está situado sobre la línea divisoria de los estados de Jalisco y Zacatecas, entre los municipios de San Cristóbal de la Barranca y Mezquital del Oro, justamente en el kilómetro 50 de la brecha que en tiempos del Virreinato y mucho después fue el camino real por donde transitaban millares de arrieros entre Guadalajara y los Cañones de Tlaltenango y Bolaños, sobre la ruta Guadalajara-Colotlán.
Las peligrosas curvas de El Malacate
La Cuesta del Malacate
Tiene curvas peligrosas,
Les encargo a los choferes
Que cuiden muy bien las cosas.
El corrido que Cornelio Castro le compuso a su tierra y que en las doradas tardes de tiempos de cosecha los campesinos cantan con tanto sabor, habla precisamente del origen del nombre de la aldea, que recuerda un instrumento giratorio, por estar situada al pie de una escarpada cuesta, de curvas muy peligrosas, por donde los sufridos choferes de camiones de línea suben a vuelta de rueda hacia El Teúl y otros pueblos del Sur de Zacatecas y Norte de Jalisco.
Un angosto callejón divide a los dos estados
En donde parece ser el centro del pueblito hay un callejón que constituye la línea fronteriza de Jalisco y Zacatecas. En sentido Sur a Norte, a la derecha, está Zacatecas con cinco casas, y a la izquierda Jalisco con siete casas. Aunque en total son sólo 12 viviendas, el movimiento de gente parece ser el de un pueblo mayor, pues hay una escuela rural a donde acuden niños de ranchos cercanos y además por ser el paso obligado de la gente que viaja por la región, lo que le da a este lugar una importancia comercial muy singular.
La escuela (Fotografía de Jaime Bañuelos).
Dos tiendas de abarrote, frente a frente
El rancho del Malacate
Es un rancho de primera,
Tiene dos abarroteras
Que venden la mercancía
A bordo de carretera.
Frente a frente, divididas sólo por el callejón ya mencionado, de no más de cuatro metros de ancho, funcionan dos tiendas de abarrote: la de la derecha, ubicada en Zacatecas, es atendida por su propietario, un hombre de tez morena y un poco excedido en peso, que es don Santos Castañeda, y en la de la izquierda, del lado de Jalisco, despacha su propietario, un hombre blanco y un poco excedido en ayuno, por lo delgado que está, que es don Pablo Larios; ambos comerciantes, nacidos y criados en El Malacate, y a cual más de orgullosos de pertenecer y atender, el primero a Zacatecas y el segundo a Jalisco.
Por las tardes, al salir de la escuela, los niños se arremolinan frente a las dos tienditas para comprar alguna golosina, mientras que los ancianos del rancho sacan sillas al callejón, se sientan con toda parsimonia y se ponen a torcer y luego a disfrutar un buen cigarro de hoja de maíz.
Ya sea que se viaje a caballo, camión de pasajeros o automóvil particular, llegando a El Malacate, es difícil resistir la tentación de apearse para reposar un poco y tomarse un refresco antes de continuar la jornada por aquella empinada cuesta que, por retorcida, hace verdadero honor a su nombre.
Competencia comercial hasta en el corrido
La empinada cuesta de El Malacate (foto satelital).
La primera vez que pasé por ahí me enteré del celo existente entre los dos comerciantes, que a propósito tienen sus tiendas a cual más de surtidas para no dejar ir un solo cliente. Dudé un poco entre visitar primero la tienda de Zacatecas o la de Jalisco, para no herir susceptibilidades, y sin pensarlo más entré a la de Jalisco.
La tienda de Pablo Larios
Es una tienda bonita;
Toda la gente dice
Que parece una botica.
Los versos que anteceden descubrieron el profundo celo y la competencia entre ambos comerciantes, pues cuentan que tan pronto don Santos Castañeda, el de Zacatecas, se enteró que en el Corrido del Malacate sólo se referían, con tan buena propaganda, a la tienda de su competidor Pablo Larios, buscó afanosamente al compositor Cornelio Castro para preguntarle si no habría modo de que le agregara otro versito al corrido, que hablara también de su establecimiento.
Entrevista con don Santos Castañeda, de Zacatecas
Una competencia comercial como la establecida entre don Santos Castañeda y don Pablo Larios es muy diferente a la que están acostumbrados los comerciantes de otros lugares de la República. Baste señalar que aunque sólo hay cuatro metros de distancia entre los negocios de ambos personajes, el de Jalisco paga 900 pesos bimestrales de impuestos, y el de Zacatecas sólo 440, o sea, menos de la mitad, de donde resulta que don Santos Castañeda podría estar en condiciones de vender más barata la mercancía, pero vea usted lo que dice:
“Nadie puede dar más barato. Compramos caro todos… No… No metemos competencia. Si se me acaba una caja de refresco, ellos, los de Jalisco, me la prestan, y así yo también”.
— ¿Entonces son buenos vecinos?
— “Para mí ellos son buenos vecinos. Yo para ellos no sé”.
— ¿Usted es de Zacatecas, don Santos?
— “Pura tierra santa, señor, tierra maciza, puro tepetate”.
— Y ya les van a echar la carretera, ¿verdad?
— ¿Cuál carretera?
— Pues la carretera Guadalajara-Colotlán, que va a pasar aquí por El Malacate.
— “Uuh –dice don Santos—esa platiquita la he óido desde más de 20 años. Vienen los ingenieros, miden y vuelven a medir, pero no…
— ¿Entonces usted cree que no la echan?
— “Pos mire, las promesas, debo decirlo, las oyemos a cada rato. A no ser que ‘ora que están estos señores de gobernadores, a lo mejor…”
Lo que dijo don Pablo Larios, de Jalisco
El Malacate, hoy.
El vecino de la izquierda, don Pablo Larios, el de Jalisco, no es menos guasón que don Santos. Los dos son gente cosmopolita, de frontera, acostumbrados a tratar con todo tipo de personas, y por lo mismo, ladinos:
— ¿Cómo anda la vida por acá en Jalisco, don Pablo?
— ¡Cara!
— ¿Igual que en Zacatecas?
— No, más cara todavía. Con lo que usted come en San Cristóbal de la Barranca (Jalisco) come dos veces en García de la Cadena (Zacatecas).
— ¿Y los impuestos?
— Cada quien siente el cabronazo de a como le llega, mi señor”.
— ¿Quién vende más, usted o su vecino de enfrente?
— Yo también trabajé allá…
— ¿Y qué tal las ventas por allá?
— Mal, pos al fin Zacatecas…
— ¿Quién da más barato, usted o don Santos?
— Pos nomás cálele. Tómese una cerveza aquí y otra allá.
— ¿Es usted de Jalisco, don Pablo?
— “Yo soy de todo México, señor”.
Ésta fue la respuesta, característica de un aldeano que ha hecho su vida en la línea divisoria de dos Estados de la República Mexicana, donde curiosamente no se borra, sino que por lo contrario se remarca la identidad estatal, pero por encima de ello, la conciencia nacional.
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