Un día después de terminar de leer Tauroética, de Fernando Savater, no se por qué me prometí no volver a hablar jamás de tauromaquia. Me pareció entonces que era una forma de zanjar el debate entre mí mismo y el resto de la sociedad, puesto que había leído una opinión bastante lúcida sobre el contexto de las corridas de toros y ya era hora de ignorar todo el ruido que producían.
Un día de después de la muerte de Víctor Barrio me prometí escribir esta entrada, pero desistí cuando llevaba escritas unas pocas líneas porque supuse que entre tanto polvo y tanto lodo nadie encontraría dos minutos para prestarle atención a mi opinión y sumar un par de puntos a mi ego, por qué no decirlo.
Entre ambos momentos han podido pasar perfectamente unos tres años. Lo único que me ha movido a dar mi opinión sobre un tema tan manido, maltratado, lleno de mentiras e intereses tanto sociales como políticos es la lectura de este brillante artículo al que he llegado hoy por casualidad.
Casi no merece la pena añadir más pero creo que debo hacerlo. La muerte de Víctor Barrio en su día y la cantidad de sinvergüenzas que se aprovecharon de ella para sacar su lado más animalista - y más inhumano también - me recordó también la cantidad de políticos que se aprovechan de su posición, día tras día, para darle argumentos a sus aspiraciones independentistas - no hace falta decir dónde - o a sus objetivos electoralistas. Me acordé también de los animalistas que han caído en la trampa política y de las personas que como yo o como cualquiera que esté leyendo esto estamos en medio - muchos, creo - que sentimos una cierta indiferencia, porque ni nos gustan las corridas de toros pero tampoco es que seamos muy amigos de las imposiciones morales.
El debate de las corridas de toros se ha tomado sobre todo desde el punto de vista económico - beneficios de la fiesta - político o social - comunidades o municipios que lo prohíben, incluyendo también la postura animalista en tanto en cuanto ha aparecido un partido político con medidas concretas respecto a este tema - y se ha descuidado sobre todo, el moral, el ético y el filosófico. Lo tocante básicamente, como bien dice Savater en su libro, a nuestra relación con los animales.
Obviemos la política, las aspiraciones animalistas, el dinero y todo el meneo sensacionalista de este o aquel color, hablemos desde la ética que nos hace a unos humanos y a otros animales.
El gran error de las corridas de toros es considerar o dotar de derechos humanos a un animal, verlos como nosotros sin acordarnos de la hipocresía del especismo, esa que construye escalones de importancia en la compasión que se crea según la víctima y quien sea su verdugo.
No imaginamos a un gato en una corrida como tampoco imaginamos a un toro ronroneando en un sofá porque como humanos, hemos repartido roles entre los seres vivos porque hemos considerado que están por debajo de nosotros, hemos ejercido un control total sobre su existencia. Eso es injusto con los animales dirán algunos. Pues sí, lo es. Lo es con el cerdo, con la gallina y lo es con el toro, que muere de la forma que muere en la plaza, pero oye, qué suerte han tenido los perros, los gatos, los canarios, los caballos pura sangre y los hámsters. Y no olvidemos al pedigrí - eso da o quita derechos - algo muy democrático también y sobre todo justo.
Lo que convierte a los toros en objeto de debate es su protagonismo como víctimas en un espectáculo que se puede considerar violento siempre que consideremos al toro con la sensibilidad y el rol que tenemos como humanos, con nuestros deberes, obligaciones y he aquí la cuestión, nuestros derechos.
Si el toro como ser vivo comprende unos derechos desde el momento en que lo consideramos víctima de la tauromaquia, ¿qué hacemos con el resto de animales que sufren nuestra opresión como especie reinante en el mundo que vivimos?
No se trata se obviar la tauromaquia como espectáculo, no me gusta, pero hablemos también de considerar a los perros casi como personas cuando les ponemos un jersey o un abrigo o al gato cuando le ponemos un nombre y le compramos una camita para que duerma a gusto las noches de enero.
Se trata de humanizar a los animales y de animalizar a los humanos. No me gustan las corridas de toros, no son necesarias, son violentas para según qué sensibilidades, pero tampoco me gusta esta deriva floripondiosa en la que hemos entrado, en la que se reparten derechos sin prestar atención a las obligaciones que como humanos tenemos, y por supuesto, ésta manía de imponer valores morales continuamente, de juzgar a una sociedad por lo que considera violento, bello o estético en lugar de por las libertades que otorga a sus ciudadanos para decidir como crean conveniente, desde su libertad individual.
No me gusta tampoco que me digan lo que es cultura y lo que no, lo que es estéticamente bello y lo que no y por supuesto no voto para que otros lo decidan por mí, sean de la comunidad que sean. De lo que es violento y lo que no, de lo que merece una subvención y lo que no. Odio esta mojigatería palurda que se nos está inoculando y que nos convierte en máquinas lacrimosas selectivas.
Me molesta que nos hayamos vuelto tan vulnerables a la sangre y tan ignorantes con nuestras libertades. Y en cierta forma eso explica y demuestra lo bien que va el mundo, que debate sobre la sangre que se vierte según de quién sea.