Los antidisturbios se han equivocado esta madrugada de lugar y, en vez de desalojar a los verdaderos alborotadores, a los violentos, se han liado a mamporros contra los jóvenes que permanecían todavía acampados en la Puerta del Sol desde 15-M. Allí se habían instalado después de recorrer la ciudad el domingo (y otras 50 más en todo el país) para exigir una democracia real que garantice algo tan de cajón como respeto (la soberanía emana del pueblo, ¿se acuerdan?) y dignidad. Si eso se consigue, lo demás vendrá rodado: trabajo, vivienda, sanidad, educación e igualdad, que aquí se viene traduciendo por igualar a la baja: nadie (casi todos) sin oportunidades y unos pocos dirigiendo el cotarro y repartiendo la miseria entre los míseros.
Tras la carga, la plaza ha quedado anormalmente vacía. Demasiado ahínco por aparentar que allí no había pasado nada ha producido el efecto contrario y, de tanto intentar disimular a base de servicios de limpieza municipales, el estropicio ha quedado en evidencia. Ahora no dejan a estos cientos de jóvenes volver a la plaza, demasiado simbolismo. Tahrir queda demasiado cerca y, si aquello pilló a los políticos sin opinión, más inquietud provoca la protesta en la puerta de casa. Pero los violentos sí tienen vía libre en cualquier plaza mientras los antidisturbios velan por su seguridad. Hoy, sin ir más lejos, a Valencia concretamente, Rajoy vuelve a la plaza en la que, por primera vez, dio su confianza a Camps tras el escándalo de los trajes. Si eso no es violencia, que venga un antidisturbios y lo vea.
“Tuvo esperanzas mi ciudad
y no fueron delirios petrificados
ni profecías en alta voz
eran tan sólo sueños razonables
robustos como axionas o albañiles”
(Mario Benedetti, “Ciudad en la que no existo”).