Fernando A. García. Buenos Aires, 10 de agosto de 2010. Charla en el local Rebelión Humanista (La Comunidad para el Desarrollo Humano), Frías 262, Buenos Aires, el 14 de agosto de 2010.
Manipular: Intervenir con medios hábiles y, a veces, arteros, en la política, en el mercado, en la información, etc., con distorsión de la verdad o la justicia, y al servicio de intereses particulares. (Diccionario de la R.A.E.)
Nuestra pasión por el comportamiento humano nos lleva a intentar retratar uno de los personajes más conspicuos del viejo mundo que se fue: el manipulador. Confiamos en que esto contribuya a identificarlo mejor cuando lo encontremos en museos o reservas naturales.
La manipulación es una de las formas que asume la violencia: es al menos violencia psicológica. Esto es así porque la manipulación presupone –como veremos- una cosificación de los otros, un intento de apropiación del todo por una parte de este, de concentración desproporcionada de poder decisorio, etc. La manipulación es intrínseca al sistema deshumanizante y violento, es parte de su modus operandi como lo son la censura, la represión, la discriminación, etc. Por lo tanto, esta se encuentra arraigada en el paisaje de formación de muchos, que se resignan a ser tanto víctimas como victimarios de la manipulación.
El manipulador es básicamente un cosificador: alguien que trata de usarnos como prótesis de su intención, controlando nuestra manera de pensar, de sentir o de actuar, según convenga a sus intereses. Dichos intereses son los personales, o bien los de la facción a la que pertenece. El manipulador puede hacer un uso retórico del interés conjunto, pero lo hace para manipular y porque asimila en mala fe el interés conjunto al interés propio o de parte.
Al manipulador no le interesa nuestra subjetividad, nuestra intencionalidad, sino sólo en función de operar sobre ella para que hagamos lo que él desea y a pesar de lo que nosotros deseemos. Aparentemente demuestra interés por nuestra opinión, pero sólo para descalificarla o buscar cómo usarla a su favor.
El manipulador puede mostrarse bondadoso y amable, pero es sólo una táctica para hacer que bajemos nuestras defensas y hacernos así más vulnerables a su manipulación.
Es claro que el manipulador es también un pragmático al que sólo le interesa lograr su objetivo, para lo cual se sirve de otros cuya intención desestima. Como pragmático, el manipulador se mueve por intereses y no por principios éticos. Su fin justifica los medios que usa.
El manipulador tiene muchas astucias y trucos. Una de ellas es el uso de la mentira.
Miente cuando lo que dice no se corresponde con los hechos, según él los entiende. O sea, piensa o sabe una cosa, pero dice otra. Miente cuando oculta selectivamente la información que no conviene a su caso, en todo o en parte. O sea, de todo lo que piensa o sabe, sólo presenta la parte que le conviene o bien omite la información completamente.
El manipulador es un hipócrita y un farsante, ya que siempre esconde su verdadera cara y sus verdaderas intenciones que no son las que proclama.
El manipulador tiende a instalar y controlar monopolios ideológicos y organizativos, de manera que toda opinión y acción pasen por su filtro. Para ello es importante para el manipulador dificultar o bloquear el acceso indiscriminado a las fuentes fidedignas de información, ya que el libre acceso a ellas disminuye su poder sobre los demás. Tampoco ve con buenos ojos la libre comunicación, contacto e intercambio entre todos. Al manipulador conviene el oscurantismo, el cerco mental que impide el cotejo, el juicio crítico, la opinión informada, etc.
Para lograr el monopolio, el manipulador a menudo se erige de manera inconsulta en mediador, portavoz, representante, y similares funciones con respecto a otros. Es ávido por tomar toda función pública o conjunta que le de poder, buscando concentrar varias funciones en su persona. De esta manera se reviste de atributos que le dan más autoridad y figuración. Se arroga un poder y un derecho que retóricamente está al servicio de todos, pero que de hecho maneja según su parecer y no comparte.
Por lo tanto, el manipulador también nos trata de desinformar. No sólo lo hace cuando la información que nos provee es insuficiente o cuando la omite, sino también cuando la información que nos provee es una mezcla confusa de datos fehacientes y datos falsos. De esta manera nuestro juicio acerca de lo que está en juego se hace muy difícil o imposible.
Algo similar ocurre cuando nos provee información que, aunque fidedigna, es irrelevante o secundaria. De esta manera intenta que nuestra atención se enfoque en la información equivocada, desviando así nuestro juicio hacia conclusiones erróneas.
De modo que el manipulador siempre está atento a manejar la circulación de información. Es un censor que abrirá o cerrará las válvulas de la información, de manera que los demás se enteren sólo de aquello que conviene al manipulador.
El manipulador también hace uso de las copresencias. Hace uso de cierta información (en forma de imágenes o palabras) sabiendo que mueve en nosotros asociaciones grabadas en nuestra memoria, asociaciones que mueven pensamientos, recuerdos, emociones, etc. que convienen a su discurso manipulador. En su boca, y por ejemplo, las palabras “dios”, “patria”, “familia”, etc. apuntan a asociar falsamente los mejores sentimientos de los otros a los propios designios.
Pero no sólo hace uso de información, sino también de gestos, poses, actitudes, tonos de voz, miradas, etc. que dotan a su discurso de connotaciones, de copresencias, que nuestra atención capta como un doble mensaje de manera presente o copresente. Así, el manipulador siempre podrá negar que haya dicho algo: por cierto, lo dio a entender, pero no lo dijo.
Otra marca distintiva del manipulador es que nada en él es un “dar” desinteresado, sino un cálculo de “recibir”, aunque mencione en vano términos tales como “amor”, “solidaridad”, “generosidad”, etc.
El manipulador hace uso de la extorsión. Para obligarnos a actuar en algún sentido, ejerce presión sobre nosotros mediante algún tipo de amenaza encubierta o no. En su discurso recurre al clásico juego de la recompensa y el castigo para obligarnos en el sentido que le conviene.
El manipulador, cuando es necesario, se apoya en otros para darle peso a su opinión. A veces le basta dar a entender que alguien por quien tenemos gran respeto y estima está de acuerdo con su discurso y lo avala. Otras veces nos da a entender que su posición es compartida por otros, por lo que la nuestra es minoritaria, y esto haría que supuestamente su razón fuera más válida que la nuestra. Esta es una muestra del uso que hace de una lógica falseada para manipularnos.
Por ejemplo, nos sugiere arteramente que dadas las premisas A y B (que son datos verdaderos) de su silogismo, la consecuencia “lógica” es D (que es falso). O sea, no son falsas las premisas de su discurso, sino las conclusiones que deriva de ellas y que nos presenta como “razonamientos indudables”. Así, dispone su razonamiento falaz de manera engañosa y fraudulenta, aprovechando nuestra distracción, ignorancia o confusión. En ese ejercicio de una lógica falseada, recurrirá a desproporcionar lo que compara, ofrecerá supuestas “pruebas” amañadas, atribuirá falsamente intenciones a otros, producirá mezclas de planos lógicos y saltos de puntos de vista, hará afirmaciones indemostrables, etc.
Cuando no puede fundamentar su postura o bien contrarrestar la ajena, recurre a trucos como, por ejemplo, degradar la personalidad (no las razones) de quienes sostienen la postura contraria. Según sea el caso y la conveniencia del momento, apelará a la demagogia y al populismo fáciles, o bien se refugiará en un elitismo exclusivista que marca distancias.
Cuando es necesario debilitar o desarmar las opiniones opuestas a la suya, el manipulador recurre a relativizar el punto de vista ajeno. Cuando es necesario afirmar la propia opinión, su interpretación y postura toman un carácter categórico y absoluto que descarta toda otra opinión.
El manipulador hace pie en las necesidades, los miedos y demás debilidades de los demás, promoviendo siempre la dependencia sicológica con respecto a él. Su empatía con los demás no está basada en advertir y favorecer lo mejor del otro, sino en una actitud predatoria que advierte en los demás los puntos débiles sobre los que ejercer presión.
El manipulador cuida su imagen pública de modo que ésta siempre esté asociada a atributos que le permitan manipular más y mejor. Según el caso, tratará siempre de quedar asociado a personajes y eventos importantes, haciendo así que su imagen crezca por los atributos transferidos gracias a su proximidad con ellos. Busca los lugares prominentes, los micrófonos, los reflectores, las fotografías y las tomas de video en primer plano: en definitiva, la figuración y el protagonismo. En todo lo que hace y dice el “yo” está muy presente y próspero.
El manipulador nos da siempre a entender que necesitamos de su opinión y aprobación. Los éxitos se deben a su intervención y los fracasos a la falta de ella. Todo lo que no pasa por su control es desestimado como irrelevante o negativo. Siempre habla con el aire de “autoridad moral”, la de aquel que aprueba o desaprueba lo que otros hacen, autorizando o desautorizando, con crítica velada o desembozada. Su tono es a veces condescendiente y paternalista, como afirmación de su superioridad y como modo de emplazar a los demás por debajo de él. Con esto trata de crearse un aura de “orientador” o “autoridad”, aunque tal pretensión no se corresponda con su capacidad demostrada.
El manipulador siempre hace cálculos políticos en términos similares a los de “aliados”, “adversarios” e “idiotas útiles”. Siempre se rodea de algunos obsecuentes, entre quienes se destacan los aspirantes a manipuladores o de segundo orden. La relación con ellos es frágil e inestable, ya que el aglutinante que los une es la conveniencia que varía según las circunstancias. Entre ellos, la palabra “amistad” tiene sólo un sentido utilitario.
Obviamente, no todos los manipuladores reúnen en si mismos todas las características antes descritas. Si bien hay buenos manipuladores, también los hay torpes y ridículos. Los hay que apuntan a manipulaciones mayores y los que sólo manipulan cuestiones menores. Está el manipulador permanente, pero la mayoría son manipuladores inconstantes u ocasionales. Aunque destaquemos al manipulador desembozado, también está aquel que actúa en las sombras y entre bambalinas.
El manipulador prospera en momentos de desinteligencia conjunta, de incertidumbre y confusión de referencias, de merma de la inteligencia, de debilidad, etc. Por el contrario, el manipulador detesta la descentralización del poder, el libre acceso de todos a las fuentes de información, la capacidad auto-organizativa de los conjuntos, las referencias claras y precisas, etc.
El gran error del manipulador es su cortedad de visión, su falta de verdadera inteligencia que confunde con astucia. Su desprecio por la subjetividad de los demás es su propia trampa. La conciencia del ser humano no es pasiva, sino que es una estructura evolutiva intencional que tiende cada vez a una mayor libertad. Todo retraso de tal proceso de liberación creciente es sólo provisorio. De manera que la manipulación y todo aquello que vaya en dirección contraria no puede sino tener vida corta y un éxito provisorio. Quien va contra la evolución de las cosas, va contra sí mismo. Así el manipulador se convierte, por su propia intención, en la primera y la última víctima de su manipulación.
Fernando A. García.
Buenos Aires, 10 de agosto de 2010.
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