Periodo Cretácico, hace ciento veinte millones de años. En una época en donde los restos fragmentarios del antiguo supercontinente Pangea se resquebrajan y separan dando forma a un mundo que antes y después hubiese resultado casi irreconocible, no es extraño contemplar como las aguas de Panthalassa se filtran abriéndose paso entre las fisuras abiertas por el movimiento tectónico en un continente que antaño estaba conformado por la práctica totalidad de la tierra emergida.Hacía apenas treinta millones de años que el mar de Tetis había colmado la cuenca ocasionada por la escisión de Laurasia, al Norte y Gondwana al Sur extendiendo sus aguas desde el mar Paleotetis emplazado en el sector centro oriental de Pangea con ciento treinta millones de años de anterioridad, cuando corrían los tiempos del periodo Pérmico. Durante el Cretácico, Tetis ya ocupaba el sector central del antiguo Pangea, formando un cinturón marítimo entre las dos tierras separadas, las cuales se estaban fracturando a un ritmo considerable, marcando el patrón continental que tras millones de años de ajustes y cambios darían forma a los continentes que tan familiares nos resultan hoy.Un retrato planetario de la época mostraría un gran continente norteño, precursor de la actual Asia, aunque su posición y forma no invitaría en absoluto a identificarlo como tal; al Oeste, un grupo de islas y archipiélagos esparcidos por el centro de Tetis constituiría la promesa del subcontinente europeo; echando una mirada a este arcaico planisferio, Norteamérica se dibujaría como una gran masa de formas retorcidas. Al Sur, una extensión de tierra marcada por una lengua marina bien nos recordaría a Sudamérica, con una forma bien definida. África se aparece ante nosotros como tres moles continentales, una al Sur, cuya forma ya recuerda a las tierras subsaharianas y dos más reducidas al Norte inundadas por el mar que ocupa gran parte del Sahara moderno. Todavía es posible ver al subcontinente indio ubicado en el punto de partida, frente a las costas surorientales de África y la Antártida y Australia fusionadas más al Sur.Un panorama ancestral que sirvió de escenario de uno de los acontecimientos geológicos más llamativos de su tiempo desde mi punto de vista. Se trata de la conformación y evolución del mar de Niobrara, en las inmediaciones del continente de Norteamérica.Hace unos doscientos ochenta millones de años, la placa tectónica de Norteamérica chocó frontalmente con la del Pacífico Norte, generando una proyección vertical del terreno; esta orogénesis dio origen a la cordillera de las montañas Rocosas, constituidas por una peculiar geología que merece la pena mencionar.Durante las primeras etapas del Paleozoico, esta parte del continente se hallaba bajo las someras aguas de un mar poco profundo, lo cual propició la acumulación estratigráfica de roca Caliza y Dolomita, pero un alzamiento de la superficie no solo emergió el antiguo lecho, sino que fomentó la creación de Argilita y material rocoso metamórfico. Un levantamiento muy posterior, acaecido hace unos trescientos millones de años dio como resultado la aparición de una cadena montañosa primaria, que discurría a lo largo del trazado sureño de la actual cordillera. La aparente estabilidad de Pangea supuso el cese del empuje para aquella primitiva serranía, la cual sufrió paulatinamente los efectos de la erosión hasta el punto de quedar reducida a vastas extensiones costeras de material sedimentario. En cualquier caso resultó tratarse de una situación provisional, pues el movimiento tectónico de la placa norteamericana terminó por desgajar Laurasia no mucho después de que éste se disgregase del supercontinente, el choque consecuente impulsó la sólida roca metamórfica de la corteza hacia cotas hasta entonces inauditas en la región. Atravesando las capas más superficiales y blandas de Caliza y otros sedimentos. Tan notable verticalización del terreno conllevó inevitablemente una depresión continental adyacente que propició la inundación del territorio emergido en dos fases.
Mar de Niobrara a mediados del Cretácicocomparado con el continente actual.
En primera instancia, una lengua acuática se vertió desde el Noreste, generando el mar de Mowry, una extensión del primigenio mar Ártico que más tarde formaría parte del emergente océano Atlántico. El elevado nivel del mar, propio del Mesozoico a causa de las altas temperaturas que expandían el elemento vital y la inexistencia de casquetes polares y grandes extensiones glaciares ocasionó que el mar de Tetis anegara las zonas bajas del continente desde lo que hoy es el mar Carebe, fusionándose con el mar de Mowry para generar una vasta extensión marítima de interior, denominada mar de Niobrara aunque más conocida como mar interior occidental o mar cretáceo de Norteamérica.Esta nueva situación implicaba la presencia de un mar interior relativamente superficial rodeado de tres grandes masas continentales; una vasta y alargada extensión de tierra que discurría de Norte a Sur a lo largo de la orilla occidental, presidida por la cordillera de Las Rocosas; una gran isla norteña ubicada a mayor latitud que los grandes lagos actuales y un extenso territorio oriental a medio camino entre el recién aparecido mar y el incipiente Atlántico. A finales del periodo Cretácico, hace unos ochenta y cinco millones de años, el mar interior occidental llegó a ocupar una extensión de casi un millar de kilómetros de anchura y más de tres mil doscientos cincuenta de longitud de Norte a Sur. Pese a su condición de mar continental, en algunos puntos alcanzó casi novecientos metros de profundidad, una cota reducida para un mar, pero suficiente para generar un notable rango de ecosistemas a diferentes profundidades.El estudio estratigráfico confirma que el Cretácico fue un periodo cálido; el mar de Niobrara gozaba de el clima cálido al que sus aguas contribuyeron a generar localmente en consonancia con la climatología global y un ambiente tropical, por lo que en él proliferaban las Algas calcáreas que condicionaron su estratigrafía. Un ecosistema marino rico y próspero se desarrolló en la región, tal y como demuestra el registro fósil en el que están presentes desde grandes Mosasauróideos, Escualos y notables Peces óseos hasta diminutos Crustáceos, Moluscos y Corales pasando por los típicos Ammonoideos y otras criaturas contemporáneas propias de cualquier otra extensión marina del planeta.Resulta obvio al juzgar por la situación actual que el mar interior occidental terminó retirándose, un proceso gradual pero ininterrumpido de elevación del lecho marino fomentado por la misma tectónica de placas que le dio origen terminó por empujar sus aguas, vertiéndolas en el creciente océano Atlántico, completando el proceso hace unos setenta millones de años.Desde entonces, el continente norteamericano ha estado alejándose cada vez más de Eurasia, de hecho, todavía hoy sigue moviéndose en esa misma dirección, pero han tenido que alternarse multitud de acontecimientos geológicos y climáticos para que este continente tome la forma que hoy nos resulta tan conocida, aunque será en otra ocasión cuando narre esa caprichosa cadena de acontecimientos.