Revista En Femenino

El maravilloso viaje del pequeño Nils

Por Expatxcojones

El maravilloso viaje del pequeño Nils

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No me acuerdo de cuándo ni porqué empecé a leer. No tengo memoria. Tiendo a olvidar las cosas con una facilidad que da miedo. Por eso escribo, supongo.
Entonces, un día de estas navidades, voy a casa de mi tía y me dice que tiene algo para mí. Y me da un libro. Viejo. De tapa dura. Páginas amarillentas. Cuando lo veo me invade una sensación agradable. Es instantáneo. El libro me trae buenos recuerdos aunque me cueste definirlos. Me gustó. Mucho. Ahora que lo tengo delante, lo sé.
En la portada aparece un niño, de entre diez y catorce años, que va montado en un pato. Están volando por el cielo. Me viene a la cabeza el nombre de NIL pero no estoy segura de que se trate del protagonista.
   —¿Y esto? —le pregunto intrigada a mí tía.   —Es tuyo. Lo encontré haciendo limpieza. He pensado que ahora que Terremoto es un poco más mayor puedes leérselo. A ti te encantó.   —Sí, ahora que lo he visto, me acuerdo. Sé que me gustó pero no sé nada más. Ni el título ni de qué va. No sabía ni dónde estaba.
Mi tía me lo da. Lo guardo en el bolso. Junto al montón de cosas que llevo: Las llaves de casa, las del coche, el paquete de tabaco, el teléfono móvil, la goma para el pelo, el biberón de La Peque, un par de pañales, los Klneenex, las galletas o lo que queda de ellas…
De regreso en Tánger, coloco el libro en la estantería y me olvido de él en el acto. Hasta ayer, que salió de su escondite.
Poco antes de las nueve de la noche. Hora de ir a la cama. Terremoto se hace el remolón (como siempre) y prueba a negociar.
   —Dos dibujos y ya está —me dice con carita de perro apaleado.   —No —intento no ceder.   —Por favooor.   —No —y cada vez me cuesta más.    —¿Sólo uno?   —Te propongo un trato —He caído de cuatro patas. —Tengo un libro que leí cuando era pequeña y me gustó mucho. Es una historia muuuy larga —Y mientras se lo digo se lo enseño. Para que vea que no se trata de un cuento. No hay dibujos y la letra es muy pequeña.—¿Quieres que te diga el título?    —Sí.—El maravilloso viaje del pequeño Nils. ¿Te gusta?   —¡Me encanta! —con sólo cuatro añitos y ya es más teatrero…
Le propongo leérselo a diario. Cada noche, un poquito. El libro está estructurado en capítulos muy cortos. De unas cuatro páginas cada uno. Es perfecto. Me recuerda a Sherezade. Que siempre termina con una intriga y nunca desvela el final.
Leemos el primer capítulo. Conocemos a Nils. Un muchacho un tanto travieso, perezoso y cruel con los animales. Un día, estando solo en casa, sufre un accidente. Al despertar, se da cuenta que se ha convertido en un duende. Pequeño. Diminuto.
Hace tanto tiempo que lo leí que, evidentemente, no me acuerdo de nada. Tengo una idea de lo que sucede pero es muy vaga. Empiezo y, enseguida, hay un par de cosas que llaman mi atención.
Una, es la constante mención que se hace de la religión. Palabras como sermón, biblia, misa, versículo, me hacen detenerme, a cada momento, para explicarle a Terremoto lo qué significan. Él no está bautizado y nunca ha entrado en una iglesia. Así que me las veo y me las deseo para lograr que lo entienda. Menudo lío.
Otra cosa, son las palabras, que de vez en cuando, aparecen subrayadas. En lápiz. Justo al lado, escrito hay un sinónimo. Como si alguien (que está claro que soy yo porque es mi letra, aunque no lo recuerde) hubiera buscado su significado en el diccionario.
La primera palabra que encuentro es Percance.Escrito al lado, Problema. La segunda, que me da la sensación de ser mucho más obvia, y por tanto, me fastidia haberla tenido que buscar es Ordinario. A su lado, escrito, Basto.
No tengo pajolera idea de que edad tendría cuándo leí este libro, pero tanto por su temática como por las observaciones, deduzco que fue pronto. Y me hace gracia porque, ahora, soy yo la que se lo leo a mi hijo. La historia se repite. Sólo cambian los personajes. Al mismo tiempo, siento vértigo de pensar que ha pasado tanto tiempo.
Cierro el libro. Apago la luz. Salgo de la habitación. Me dirijo al comedor. Me siento en el sofá. Me cubro con la manta. Estoy sola. A mí alrededor, oscuridad y silencio. Y empiezo a escribir este texto que no sé cómo terminar.

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