«Se diría que nuestros padres y la sociedad ficticia en la que creen han promulgado esta ley por nuestro bien. Y yo pienso que les deberíamos estar agradecidos. Esta ley es la expresión de las enormes esperanzas que tienen en nosotros. Pero representa también todos los sueños que nunca han sido capaces de realizar. Han supuesto, por el simple hecho de haberse atado ellos mismos de tal forma que no pueden ni moverse, que nosotros también somos unos seres indefensos. Y han sido lo suficientemente descuidados como para dejarnos en esta ley, y sólo en ella, un retazo de cielo azul y de absoluta libertad.Porque yo diría que esta ley es una especie de cuento infantil, un cuento infantil absolutamente mortífero. En cierta manera, es comprensible. Después de todo, hasta ahora no hemos sido sino críos, unos adorables, indefensos e inocentes críos».
Los cuentos infantiles pueden ser terroríficos. Me refiero a los cuentos de verdad y no a sus versiones edulcoradas. Y es que la inocencia infantil es algo absolutamente sobrevalorado. No siempre hay candor ni pureza tras esa inocencia; sí desconocimiento, falta de experiencia e incapacidad de prever consecuencias. Tal vez ni siquiera eso; tal vez se trate de lo contrario y la inocencia infantil consista en un conocimiento innato que vamos olvidando y sepultando con el paso de los años. La inocencia no se mancha con una especie de pecado original. La inocencia es el pecado original que, al dejarla atrás, vamos borrando. La infancia es a la vida de un hombre lo que la prehistoria a la historia de la humanidad, y cuando esos protohombres llegan al final de esa primigenia etapa se sienten todopoderosos, está tan imbuidos de vanidad que desprecian a aquellos que están recorriendo el camino que a ellos les falta andar. Se saben en un punto de no retorno y se aferran a él porque es el último momento de libertad sin límites; es la gloria o perecer. Sí, hacerse adulto es perecer, es renunciar por siempre a la gloria.
««¿De verdad vas a renunciar?» La percepción del mar, el ebrio y oscuro sentimiento que depara siempre ese deambular ultraterreno… El estremecimiento de decir adiós… Las dulces lágrimas que viertes con tu canción… ¿Vas a renunciar a la vida que te ha permitido marginarte del mundo, que te ha mantenido remoto, que te ha impulsado hacia la cima de la virilidad? El secreto anhelo de muerte. La gloria fuera de alcance, la muerte fuera de alcance. Todo estaba «fuera de alcance», para bien o para mal, y siempre lo había estado. ¿En verdad vas a renunciar? Su corazón, en continuo espasmo a causa de su contacto permanente con el oleaje oscuro del océano y con la altísima luz del borde de las nubes, contorsionándose y languideciendo hasta quedar bloqueado, y embraveciéndose de nuevo, y él incapaz de distinguir los sentimientos más elevados de los más mezquinos, y sin que ello importase realmente porque era el mar el responsable… ¿Vas a renunciar a tan luminosa libertad?»Cuando comienza la novela que os traigo hoy, Ryuji aún no ha renunciado al mar, a la gloria ni a la luminosa libertad. Ryuji aún no ha perdido la gracia del mar, no al menos a los ojos de Noboru. Probablemente tampoco la ha perdido a los suyos porque para perder algo primero hay que poseerlo y lo único que ha poseído Ryuji al respecto es la firme convicción de que la gloria le está, de alguna manera, destinada. Pero llega una edad en la que comenzamos a cuestionarnos ese destino guardado para nosotros y a revisar las añejas convicciones y a Ryuji le ha llegado esa edad. No así a Noboru, que se encuentra en el momento de dejar la infancia atrás.
Cuando comienza esta novela Ryuji y Noboru apenas se acaban de conocer. Igualmente sucede con Ryuji y Fusako. Fusako y Noboru sí se conocen puesto que la primera es la madre del segundo. Desde que hace cinco años murió su respectivo marido y padre, ambos forman una familia de dos. Noboru tiene ahora trece años y se siente deslumbrado por ese marino de piel curtida por el sol que ha vivido sinfín de aventuras y peligros que es Ryuji. Pero Noboru tiene también un grupo de amigos de su misma edad. Un grupo de aparentemente buenos chicos que vienen de lo que se entiende por buenas familias. Un grupo que tiene un líder y sus propios códigos. Un grupo que odia a los padres porque los padres representan todo eso que ellos no quieren ser, ese mundo falsificado el cual ellos se sienten con el deber de desenmascarar. Un grupo formado por lo que hasta hace bien poco eran unos adorables, indefensos e inocentes críos.
Ryuji representa para Noboru todo lo que él y sus amigos piensan que ha de ser un hombre de verdad. Sin embargo, a medida que el marido va introduciéndose en las vidas del muchacho y de su madre, a Noboru se le empieza a caer el mito. «Con el paso de los días, veía cómo se iba adhiriendo a Ryuji otro de los groseros olores de la rutina de tierra: el olor del hogar, el olor de los vecinos, el olor de la paz, de las frituras de pescado, de las bromas, del mobiliario que nunca cambiaba de lugar, de los libros del presupuesto familiar, de las excursiones de fin de semana… Todos los pútridos olores que despiden los hombres que habitan en tierra: el hedor de la muerte». Para Noboru —y en extensión para sus amigos— esta corrupción de lo que el marino simboliza es una traición a sus más altos ideales. «Si esto llega a destruirse un día —susurró Noboru, apenas consciente—, significará el final del mundo. Creo que sería capaz de hacer cualquier cosa para impedirlo por terrible que fuera».
Poco más os puedo contar, aunque en realidad hay tantas cosas de las que podría hablar... El primer capítulo de esta novela es espectacular. Sienta las bases de ese triángulo formado por los personajes principales. Anuncia los peligros acechantes cual canto de sirena que se cuela por un resquicio de nuestra mente. Será otra sirena la que embruja a Noboru en ese primer capítulo que, en su caso, se cuela por la rendija del armario desde la que el chiquillo observa la habitación materna. Hay belleza en ese capítulo. Hay belleza en toda la novela. Porque hay belleza en esos momentos deslumbrantes y reveladores. Hay belleza en la gloria. Hay belleza en lo que simboliza el mar. Hay belleza en la muerte. Hay belleza en todo lo efímero e inasible y hay belleza en lo absoluto y verdadero.
El marino que perdió la gracia del mar ha sido mi primer encuentro con Yukio Mishima, el cual está considerado como uno de los más grandes escritores japoneses del pasado siglo. A tenor de esta toma de contacto, puede decir que bien merecida tiene su fama. Si se indaga un poco en la vida del autor y en su muerte, no sorprende esa gracia que se persigue en esta novela. Tampoco sorprenden sus temas ni su trama, pero qué no se ha visto ya en literatura. En mi opinión, la fortaleza de esta novela está en su consistencia, en lo perfectamente que está orquestado su desarrollo, en sus personajes, las relaciones cambiantes entre estos y en lo bien que están descritos sus sentimientos y que se transmite lo que representan, y, por su puesto, en el pleno dominio de la prosa y el lenguaje por parte de Yukio Mishima.
La trama de la novela se desarrolla en el Japón de la posguerra y, aunque podría hacerse una lectura en base a esa contextualización (no he podido evitar acordarme en este sentido de la novela Nubes flotantes de Fumiko Hayashi; ambas, además, comparten cierta tendencia existencial), creo que, fundamentalmente, es una novela atemporal. Mishima nos cuenta la historia en tercera persona pero alternando el punto de vista de los tres protagonistas. Aun así, los vértices del triángulo que apuntalan esta novela son dos: Ryuji y Noboru. Tiene sentido, si se piensa bien. Ambos representan lo mismo pero en diferente momento vital. No en vano, conocerlos ha sido como asistir a una especie de cogida de testigo, de un matar al padre. Hay como una lucha soterrada, como una confrontación de la que uno de los dos no es consciente y que deriva en un final maravilloso no por lo que sucede sino por lo que representa. Uno de estos dos personajes vive en un mundo con reglas; el otro, en un mundo sin ellas. Tal vez, en última instancia, la adultez sea un mecanismo evolutivo de defensa para impedir la autodestrucción a la que nos asola la amoralidad primigenia. Sin embargo, a qué adulto no le acucia de tarde en tarde la tentación, colándose por un descuidado y apenas perceptible resquicio de nuestra ordenada existencia, de alcanzar por un momento el sueño de conquistar esa gloria que expide el pasaporte hacia la eternidad, a quién no le abruman los cantos de sirena que cubren de niebla la ordinaria realidad tornándola traicionera y que nos prometen, en cambio, la que quizás sea nuestra última oportunidad.
«Un día de verano, al ponerse el sol, aquella maravillosa gorra se había alejado sobre un mar deslumbrante, convirtiéndose en rutilante emblema del adiós, de lo desconocido; se había alejado hasta liberarse de los altos dictados de la existencia, constituyéndose en la elevada antorcha que ilumina el camino hacia la eternidad».
Ficha del libro:Título: El marino que perdió la gracia del marAutor: Yukio MishinaTraductor: Jesús Zolaika GoikoetxeaEditorial: AlianzaAño de publicación: 2020Nº de páginas: 224ISBN: 978-84-9181-982-0Comienza a leer aquí
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