Revista Arte

El más humano de los grandes creadores, el más capaz de hacerlo ver ya con su extraordinario Arte.

Por Artepoesia
El más humano de los grandes creadores, el más capaz de hacerlo ver ya con su extraordinario Arte. El más humano de los grandes creadores, el más capaz de hacerlo ver ya con su extraordinario Arte. El más humano de los grandes creadores, el más capaz de hacerlo ver ya con su extraordinario Arte. El más humano de los grandes creadores, el más capaz de hacerlo ver ya con su extraordinario Arte. El más humano de los grandes creadores, el más capaz de hacerlo ver ya con su extraordinario Arte.
¿Qué tendrá la biografía que ver exactamente con la forma en que la creatividad de un autor será reflejada ya en su obra? Porque la creatividad será una cosa, pero, otra diferente la manera en que veremos la luz, las sombras, los encuadres, las líneas, los ademanes y las formas con las que sus composiciones las hubiesen realizado. En definitiva, su impronta artística, su estilo, su Arte...; pero, también su vida. Porque, en Rembrandt, en las creaciones de Rembrandt, no es posible separar vida y Arte, como no es posible separar ya la propia realidad de la misma fantasía. 
Si debemos definir, en general, la vida del ser humano, si debemos elegir ahora ya una, como ejemplo de lo que es, con sus azares, sus ilusiones, sus anhelos, sus fracasos, sus desvelos, sus sufrimientos, sus debilidades, sus errores y sus trasiegos, qué mejor modelo ya, además, que la de uno de los más grandes pintores que haya tenido la Humanidad. Sí, humanidad, porque, con él, ésta adquirió ya una forma y una definición sublimes, rodeada también ahora de luces y de sombras, de formas, de sentimientos y de belleza. Porque, la Belleza en Rembrandt es el propio Arte. No será la representación de la belleza en sí -la que entenderemos al pronto en una clásica forma-, no, es ahora sólo ya la Belleza representada, la más sublime y abstracta belleza, la compuesta ahora en un lienzo para ser tan solo -¿tan solo?- únicamente ya así representada. 
Cuando Rembrandt nació, en 1606, Rubens llevaba veintinueve años ya en el mundo. Así que el gran pintor flamenco sería el modelo en el que el joven Rembrandt se fijaría como ejemplo de creador, de grandioso creador, pero, también, de hombre. Rubens habría conseguido ya, en 1621, ser uno de los más brillantes, exitosos, creativos, innovadores, geniales y, además, felices seres que, con su Arte y con su vida, hubiesen pisado la cima de la genialidad. Pero, claro, éste se habría desarrollado ya en el seno de parte de una sociedad quizás algo más privilegiada, así como de un afortunado y muy reluciente azar vital. A pesar de haber sido huérfano de padre pronto, la madre de Rubens le educaría con maestros reconocidos y entraría luego como paje al servicio de una influyente condesa flamenca. Viajaría a Italia a los veintitrés años, donde conocería a los grandes pintores venecianos, y donde pasaría al servicio del ducado de Mantua. Marcharía luego a la corte de Madrid, como enviado del duque, en donde comenzaría a seducir ya con su esplendoroso, original y muy subyugante Arte.
Triunfaría en todo aquello que tocase, y su obra y su vida no dejarían de brillar en cada cosa o en cada acción que así tomase. Después de fallecer su primera mujer, en 1630, volvería Rubens a casarse con su adolescente musa y modelo Elena Fourment. Cinco años después, adquiriría un castillo en la brabante y exuberante Elewijt, y cinco años más tarde, a los 62 años, fallecería Rubens serenamente, habiendo llegado a alcanzar así las más grandes cotas de reconocimiento y de éxito. Sin embargo, Rembrandt, que llegaría a tener el reconocimiento, no conseguiría en su vida ni la paz, ni la tranquilidad, ni la felicidad ni la serenidad que aquél ya hubiese obtenido. A pesar de haber sido, a diferencia de otras naciones europeas, la holandesa una sociedad de oportunidades, todavía la moral y la dignidad económica y comercial condicionarían extraordinariamente la vida de sus habitantes. Y es así como Rembrandt vendría a ser un paradigma de lo que, siglos después, se entendería ya como la figura romántica del genio universal, un personaje ahora malogrado, cargado de virtudes y defectos, postrado así a los pies del altar maravilloso de su Arte.
Desde muy pronto sus obras cotizarían muy alto, pero esto, a pesar de lo que pudiese pensarse, fue un motivo más para el despilfarro que para la prudencia o el sabio proceder. Adquiría todo tipo de muebles, antigüedades, extravagancias, en parte como elementos simbólicos de ascenso social, y en parte como un coleccionismo artístico -que luego utilizaría además en sus propias obras-. Su primer matrimonio en 1634, con la sobrina de su mentor y socio, duraría tan solo ocho años, los cuales no fueron además todo lo felices que parecieron. Hasta entonces, sin embargo, el pintor holandés se autorretrataría orgulloso, seguro, triunfante. Pero, luego, el hombre más que el artista no conseguirá ya ver su vida mejorada. Para su pequeño hijo, huérfano ahora de madre, buscará el servicio de una niñera, una viuda que acompañará también al padre en sus momentos de soledad. Este amancebamiento anónimo le traerá dificultades al pintor. Los habitantes de los Países Bajos por entonces -mediados el siglo XVII- entrarían además en una profunda crisis económica, como consecuencia de la fuerte entrada de Inglaterra en sus mercados comerciales, esos mismos mercados que antes dominarían ellos. 
Deudas, demandas -la propia niñera le acusaría de no cumplir su promesa de matrimonio-, dificultades económicas, todo esto le llevaría a ser ya marginado por la puritana y calvinista sociedad holandesa. Otra de las mujeres al servicio de su casa testificaría a favor de Rembrandt, algo lógico, ya que habrían comenzado una relación sentimental que sería la causa posible de aquella demanda. Esta mujer, Hendrickje, traería al pintor algún atisbo de felicidad, que reflejaría así en sus obras, pero duraría poco su relación también amancebada, ya que en 1663 fallecería ella, seis años antes que el gran creador. La tragedia habría marcado así su vida, con la muerte también de su único heredero varón Tito -de su primera mujer-, en 1668. Años antes, ya lo habría hecho otro hijo, tenido ahora con Hendrickje, en 1663. ¿Qué otra cosa ya que los reflejos de su propio semblante se permitiera translucir en los creativos alardes de su pasión artística? Porque sus obras decidirán, por sí solas, mostrar aún la Belleza de un Arte insuperable. De una resolución artística de un virtuosismo extraordinario. De una conformidad de equilibrio, de contraste, de color, de iluminación contrastable. La bella luz, aparecida en sus obras desde algún lugar inaccesible, sea artificial o natural, siempre reflejará así lo preciso, lo necesario, solo lo que debiera, genialmente, ser ahora iluminado.
Pero, como una premonición muy destacable, el gran pintor holandés compondrá, en 1636, su obra Sanson cegado por los filisteos. La leyenda bíblica nos relatará los hechos de la trama. El poderoso hebreo Sanson, incapaz nadie de abatirle ni vencerle, acabará ahora destruido por el ruin engaño de Dalila. Ésta descubrirá que la fuerza de Sanson radicará en su abundante cabellera. Con su ayuda, los filisteos terminarán abatiendo al enemigo, y cegando sus ojos con la brutal escena que el pintor no escatimará expresar. La composición de la obra, muy aglutinada ya en su desenlace, conseguirá que la armonía de las figuras y de su violencia enmarquen así, hábilmente, unos planos muy complejos. Cinco líneas de figuras se cruzarán aquí en el lienzo, paralelas tres con dos, todas ellas ahora cortarán así la gran escena. La lanza, la pierna de Sanson y la figura de Dalila, frente a las cabezas de los filisteos y la entrada de la cueva. En sus manos, llevará Dalila ahora el cuchillo y los desunidos cabellos de él. Y, por fin, la víctima de todo -Sanson-, que no podrá aquí hacer ya nada; nada más que dejar que las cosas ya terminen, así, procelosas, indecentes o insensibles, pero seguras de cumplir, con ello, el sentido único por entonces de un destino ahora del todo inevitable.    
(Óleo del gran Rembrandt, Sanson cegado por los filisteos, 1636, Kunstinstitut, Francfort, Alemania; Autorretrato con boina de terciopelo, 1634, Rembrandt, Berlín; Autorretrato con boina, 1655, Rembrandt, Viena; Autorretrato con gorra roja, 1660, Rembrandt, Stuttgart; Autorretrato sonriente, 1665, Rembrandt, Colonia.)

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