Revista Cultura y Ocio

El más inteligente de la movida

Por Agora

El más inteligente de la movida
Me lo presentó Joaquín Vidal en su tertulia del café Lyons, en Madrid, allá por el año 1982. Joaquín -fallecido tan prematuramente-, era ya entonces un escritor y periodista reconocido, que tenía alma de poeta, y que escribía unas crónicas taurinas que le harían célebre desde las páginas de El País. Animador de tertulias literarias, y abierto por curiosidad y simpatía a los más jóvenes, Joaquín tendió cabos entre varias generaciones. Coincidimos, pues, una tarde en dicha tertulia madrileña Luis Alberto de Cuenca y yo, junto con otros maletillas del verso. Luis Alberto era de los jóvenes, aunque ya no estudiante de la Autónoma, como lo era yo, sino un aplicado y divertido filólogo clásico que miraba y se admiraba de todo con ojos claros de poeta. Los años ochenta en Madrid eran un caldo estupendo para nuevos y extraños platos, se empezaba a diseñar la movida y una curiosidad apasionada nos volcaba a todos a conocer y tratar con todos. A Luis Alberto le había leído ya algunas cosas suyas, unos versos suyos en revistas, y le conocía sobre todo por un artículo sobre la Epopeya de Gílgamesh que ahora no recuerdo dónde lo leí, si en la prensa madrileña, en el suplemento literario de ABC, en su libro Necesidad del mito, o en alguno de sus estudios preliminares en las maravillosas ediciones clásicas de la Editora Nacional.
La tertulia pronto se trasladó a la Cacharrería del Ateneo de Madrid. Allí leíamos poemas, nuestros poemas, Luis era el más inteligente de todos y quien hacía una poesía más joven y menos pedante.
No era raro que sus primeras palabras, al llegar a la tertulia, fueran sobre el último tebeo (de Tintín) o cómic que había leído.
Dicen que la primera imagen de una persona queda en la retina. La afabilidad, el buen humor, la camaradería, la conversación culta, el gesto de complicidad con todo aquello que une cuando eres joven, aquella curiosidad apasionada por lo que el otro dice, piensa o escribe, el estrenar a cada momento, con cada uno de los interlocutores, la tolerancia, a la par que la opinión crítica y fundada, es lo primero que se me grabó de Luis Alberto y lo que posteriormente él me ha confirmado siempre.
De Luis (nombre de rey) me quedo con el rey sumerio Gílgamesh. A Luis Alberto, rey, lo ubico en ese cuento maravilloso del rey de Uruk, amigo de otros reyes que comparecen en la Iliada, en los dramas de Shakespeare, y amigo también de ese príncipe de Aquitania del soneto de Nerval, en su torre abolida; en fin, entre aquellos que lucharon por encontrarle un orden a lo real y sin duda perecieron bajo sus sueños. Sus sueños son la literatura. Como esos hermosos libros que ha escrito y escribirá Luis Alberto: en verso, La caja de plata, Por fuertes y fronteras, El reino blanco, y en prosa Necesidad del mito  Si permite Luis, también lo veo dialogando (en ese imaginario tiempo de la literatura) con otro rey, anarquista e ibérico: Paradox, el barojiano.
Lo fantástico, de la novela fantástica y gótica, la narraciones míticas y las epopeyas, los cantares de gesta, de todas las literaturas, se encuentran felices en la obra de Luis Alberto de Cuenca. Luis, incluso, ha dedicado uno de sus más recientes libros (De Gilgamesh a Francisco Nieva, Ediciones Irreverantes, 2005) a algunos de sus personajes favoritos de la literatura fantástica: no podían faltar los Gílgamesh y Endiku, de las tablillas cuneiformes de la biblioteca de Asurbanipal, pero tampoco el Quijote, San Juan de la Cruz, y algunos personajes de Shakespeare y hasta de Paco Nieva. El tiempo no tiene fronteras, para Luis; como tampoco lo tienen la amistad y la literatura.
Fulgencio Martínez

Volver a la Portada de Logo Paperblog