Halicarnaso, aproximadamente 350 antes de Cristo.
La tumba del rey Mausolo y de su hermana Artemisia fue una de las más lujosas del mundo. Tenía unos 50 metros de altura. Sobre una base de mármol, se elevaban 117 columnas que, a su vez, sostenían una pirámide escalonada, con una escultura en la cima.
Cuando Alejandro Magno conquistó la ciudad, hizo derribar el mausoleo. En el siglo XIV, los caballeros de San Juan terminaron de demolerlo y utilizaron sus materiales para el castillo de San Pedro de Halicarnaso.
Removieron la base de mármol, y quedó al descubierto una sala subterránea. Desde ahí partía un estrecho pasillo que llegaba hasta una cripta, donde se encontró el sarcófago de los reyes. Esa misma noche, unos ladrones vaciaron la tumba.
Solo quedan unos pocos restos de esa obra formidable. Pero el nombre de esta maravilla se volvió inmortal: hoy, a todo monumento funerario de características imponentes se lo llama “mausoleo”.
Hace muchos siglos, en el reino de Caria, había una ciudad feliz llamada Halicarnaso. Allí vivían Mausolo, el rey de los carios, y su hermana Artemisia. Ellos eran muy unidos y querían seguir siempre juntos. Incluso después de la muerte.
Como estaba tan preocupado con la idea de no separarse nunca de Artemisia, Mausolo encargó la construcción de un monumento para que los enterraran juntos cuando hubieran muerto. Su proyecto tomaba como ejemplo las pirámides de Egipto; es decir: el monumento tenía que ser, al mismo tiempo, una tumba y una obra de arte.
A su pedido, los arquitectos edificaron un cuadrado de piedra de 140 metros de contorno. Sobre una base alta y maciza pusieron muchísimas columnas. Y sobre ellas, apoyaron un techo piramidal.
En la cima, se colocó una escultura que representaba al rey y a su hermana viajando en un carro de oro.
Los mejores artistas de la época fueron convocados para tallar dibujos sobre las columnas. Y toda la superficie fue decorada con estatuas de mármol que mostraban imágenes de parientes del rey, de guerreros y de animales majestuosos.
Pero lo más increíble de este monumento estaba oculto a la vista de la gente. Debajo del piso, Mausolo mandó instalar un magnífico sarcófago blanco, donde debían ser colocados los cuerpos de él y de ella. Así, todo quedó perfectamente listo para cuando ellos dos murieran.…
Con el correr de los años, la preocupación de Mausolo por su seguridad y por la de su pueblo creció de una manera desmedida. Y la ciudad de Halicarnaso, que alguna vez había sido una de las más felices, se convirtió en una de las más tristes.
Para proteger a los habitantes del reino, Mausolo dispuso que todos se mudaran a las cercanías del palacio y luego mandó levantar una muralla, con muchas torres de vigilancia, que los aisló para siempre del mundo exterior.
La gente había quedado encerrada. Y, desde entonces, el reino se volvió cada vez más sombrío. Nadie tenía ganas de hacer nada. Se hartaban de ver continuamente las mismas caras aburridas.
Y así fue como, un buen día, los habitantes de Halicarnaso empezaron a odiar a su rey.
Pero Mausolo no cambió. Al contrario, al ver que sus súbditos ya no lo amaban, se volvió todavía más celoso de sus pertenencias. Cuidaba sus riquezas como un maniático. Por ejemplo, no permitía que la gente admirara las joyas de su hermana. Y, si alguien se atrevía a tocarlas, instantáneamente era condenado a muerte. Por precaución, ella decidió no ponérselas para ir a las ceremonias ni para andar paseando fuera del palacio.
De todos modos, Artemisia salía cada vez menos. Le parecía peligroso. Por un lado, porque Mausolo la convenció de que había muchos bárbaros sueltos que querían asaltarlos. Y por otro, porque los habitantes de la ciudad, que ya no soportaban que Mausolo los tuviera aprisionados y apretujados, podían organizar un disturbio en cualquier momento.
Al final, los reyes dejaron de tener contacto con la gente de Halicarnaso. Y entre esa gente, que ya nunca veía a sus gobernantes, empezaron a correr rumores. Algunos decían que los reyes se habían transformado en unos monstruos horribles.…
Muchos siglos después, tres ladrones se disponían a robar el sepulcro más grande del mundo: el mausoleo de Halicarnaso. Les habían informado que, en un lugar subterráneo de ese edificio, se encontraban enterrados el rey Mausolo y su hermana. Y con ellos, todas sus riquezas. Un tesoro incalculable.
Mustafá, Alí y Tahar se reunieron en una taberna. Después de haber comido y bebido con gusto, caminaron hasta el mausoleo. Rompieron el piso de mármol y excavaron durante casi una hora. Por fin hallaron un pasadizo que descendía. Se deslizaron por él, agachando la cabeza para no golpearse. Parecía que ese túnel no se terminaba nunca. Ya estaban a punto de volverse, arrepentidos, cuando divisaron la sala del sarcófago.
A la luz de las antorchas, descubrieron riquezas que habrían dejado boquiabierto a un multimillonario.
Tahar, el más joven de los tres, comenzó a meter en su bolso todas las joyas que tenía a mano: anillos, pulseras, collares, gargantillas, diademas, aros, prendedores de oro y piedras preciosas.
En eso estaba Tahar, muy concentrado, cuando observó que el yeso de la pared empezaba a caerse a pedazos. Vio cómo se formaba una pequeña abertura negra. Y luego sintió que lo envolvía un viento helado.
Las antorchas se apagaron. El lugar se inundó de un olor insoportable.
En la penumbra, Tahar vio dos siluetas silenciosas que avanzaban penosamente hacia él. De repente, cambiaron de dirección y se abalanzaron sobre Mustafá y Alí. Tahar escuchó el ruido que hace la carne cuando es triturada por los dientes de una fiera. ¡Estaban despedazando a sus amigos y él no podía hacer nada! Le parecía que las piernas se le habían vuelto de algodón…
Tahar miró con desesperación a los dos asesinos. Tenían cabeza de lobo y cabellera de serpientes. Los vio beber la sangre de sus compañeros lentamente, a pequeños sorbos, como si estuvieran saboreando un vino. Cuando terminaron con ese festín, los monstruos desplegaron unas alas de murciélago peludo y salieron volando…
Tahar escapó de allí lanzando alaridos. Apenas pudo abandonar el túnel, inspiró profundamente y se desmayó.
Se despertó con la salida del sol. Estaba tirado en la calle, sucio y tembloroso. Se incorporó y, lo más rápido que pudo, caminó hasta su casa. Necesitaba relatarle a su esposa lo que había ocurrido la noche anterior. No podía creer que aún estuviera vivo para contarlo.
Ella abrió la puerta y se dio cuenta de que pasaba algo malo. Nunca lo había visto tan pálido y abatido.
Tahar se sentó junto a Magdalena y le contó con lujo de detalles lo que había presenciado. Ella trató de disimular el miedo y le acarició la espalda para reconfortarlo. Entonces, un poco más tranquilo, Tahar se puso a reflexionar, y recordó…
La leyenda decía que Mausolo tuvo un carácter muy amargo. Que toda señal de alegría le resultaba sospechosa. Que no quería a nadie, salvo a su hermana. Que las virtudes más sencillas le faltaban. Que no había en su corazón ni una sola pizca de gratitud. Que convirtió a la ciudad en una especie de cárcel gigantesca, ahogando al pueblo con su absurda muralla. Que había estado dispuesto a emplear cualquier recurso con tal de defender su fortuna.
Después de darles mil vueltas a estas cosas, Tahar llegó a una conclusión. Una explicación posible para lo ocurrido era que Mausolo y su hermana se hubiesen convertido en dos monstruosos vampiros…
En ese momento escuchó que Magdalena lo llamaba para almorzar. Se sentaron a la mesa y empezaron a comer. Pero enseguida sintieron que golpeaban la puerta.
Magdalena fue a abrir y regresó a la mesa con una cara tensa. Detrás de ella venían Mustafá y Alí, los amigos de su esposo. Parecían de lo más divertidos. Se acercaron a Tahar y lo abrazaron.
-La próxima vez que te ofrezcamos vino, deberías rechazarlo -le dijeron a dúo.
-¡Qué susto te dimos anoche! -exclamó Alí, llorando de risa.
-Sí -comentó Mustafá-. Estabas tan borracho que te lo creíste…
Si bien, habitualmente, Tahar tenía buen humor, no le gustaban para nada las bromas pesadas. Además, a él jamás se le hubiera ocurrido jugar con la muerte: no le encontraba ninguna gracia.
Para colmo, cuando Magdalena se enteró de que él se había emborrachado la noche anterior, se enojó y le prohibió que le dirigiera la palabra. Ya le había advertido mil veces que no bebiera cuando salía a robar…
Los compañeros, recuperados del ataque de risa, seguían comentando la broma:
-Podemos prestarte los disfraces…
-Y las pelucas con serpientes de tela…
-¿Cómo pudiste creerlo?
Tahar no soportaba más. Tomó un cuchillo de la mesa, lo alzó en actitud amenazante y les gritó a sus compañeros que se fueran de la casa. Ellos trataban de mantener la seriedad, pero no podían evitar tentarse y se volvían a reír. Como si supieran que su amigo Tahar pronto los iba a perdonar.
-Nos encontramos mañana en mi casa, para repartir el botín -dijo Alí.
-Amigo, esta vez sí que nos hicimos ricos… -completó Mustafá.
Y se marcharon.…
Tahar soltó el cuchillo, se sentó y se cruzó de brazos. Jamás en su vida se había sentido tan ridículo. Sin embargo, no terminaba de creer que la muerte de sus compañeros hubiera sido un chiste de mal gusto.
Su esposa lo sacó de su ensimismamiento.
-No te olvides de ir mañana a buscar tu parte del botín -le advirtió.
Entonces, él se acordó de que había guardado en su bolso una buena cantidad de joyas. Se levantó corriendo y fue a buscarlo mientras le decía a su mujer:
-Te traje de regalo las joyas de la reina Artemisia.
Magdalena vio a Tahar con el bolso y contuvo la respiración. Estaba emocionada.
Sin embargo, cuando el bolso se abrió, después de un largo forcejeo, vieron que en su interior no había más que tierra y cascotes.
Tahar se puso pálido de pronto. Sabía que sus compañeros no habían tocado el bolso en ningún momento.
Magdalena, sospechando lo que ocurría, le preguntó:
-¿Estás seguro de que esos dos hombres que vinieron recién eran tus amigos?
-Nunca se sabe… -respondió él con un tono preocupado-. A veces las bromas de los muertos son más inteligentes que las de los vivos…
FIN