Revista Cultura y Ocio
Hacia el año 70 a.C. un ya vetusto buque romano, de unas trescientas toneladas de desplazamiento, se hundió cerca de la isla griega de Anticitera, entre las islas de Citera y Creta, en pleno mar Egeo. Mucho más tarde, en otoño de 1900, unos recolectores de esponjas lo localizaron, a unos sesenta metros de profundidad.
Durante dos años la búsqueda en el pecio supuso jugosos trofeos para los arqueólogos: piezas de cristal, ánforas, joyas, estatuas, cerámica, monedas, mármoles,... Destacó, por encima de todo, el hallazgo del conocido como "Efebo de Anticitera", una impresionante estatua de bronce de 1,94 metros, datada hacia el 340 a.C.
La imagen, que sostenía un (desconocido) objeto esférico en su mano derecha, pudo ser obra del famoso escultor Eufranor. Es, sin duda, maravillosa. Técnicamente perfecta.
Fue en el año 1902 cuando el arqueólogo Valerios Stais recuperó del fondo un extraño mecanismo construido en bronce. Este hecho pasó casi desapercibido.
En realidad, el mecanismo no tiene una apariencia tan espectacular como el Efebo; en sus orígenes consistía en una caja de madera de apenas 34 centímetros de alto por 18 de largo, con aperturas en la parte frontal y posterior. Una esfera anterior y dos posteriores ofrecían diversos datos astronómicos. Lo que Stais recuperó del fondo era una estructura muy deteriorada en la que se adivinaban engranajes y piezas de relojería.
Pasaron los años, y el avance logrado en las técnicas de escáner por imagen, muy especialmente la tomografía computarizada, nos permitió adentrarnos en el interior metálico del mecanismo oxidado. La sorpresa fue mayúscula: nos encontrábamos ante una especie de computadora analógica de una complejidad mecánica increíble, cuyo nivel de acabado y miniaturización parecía más propio (al menos) del siglo XVII que de un artefacto del siglo I A.C.
El Mecanismo de Anticera se convirtió, entonces, en un enigma famoso.
El objeto contaba con, al menos, treinta y cinco engranajes diferenciales en ángulo, aunque algunos expertos elevan el número de engranajes probables a setenta y dos, si tenemos en cuenta el número de planetas conocidos en su época. Diminutas inscripciones grabadas sobre las piezas de metal servían de manual de uso; si bien actualmente se distinguen 2.000, se calcula que el mecanismo mostraba, al menos, unas 10.000 palabras en griego ¡en un artefacto que medía 34 centímetros!
Por cierto, una curiosidad: por primera vez aparece escrita la palabra "Ispania".
¿Para qué servía tal objeto? Su dueño introducía una fecha determinada por medio de una manivela lateral. Este gesto ponía en funcionamiento el artefacto portátil, que utilizaba conjuntamente distintas escalas temporales (los conocidos como ciclos sótico, metónico, de Saros, Calíptico...), lo cual permitía obtener un sistema de cálculo que incluía los años bisiestos, la irregulares de las órbitas elípticas tanto planetarias como lunar; e incluso predecía los eclipses. De esta manera, el aparato ofrecía información exacta y concreta sobre situación de planetas, ciclos lunares, salida de estrellas; funcionaba también como instrumento de navegación (astrolabio), calculaba el movimiento de la Luna y del Sol, y el tiempo que faltaba para determinados acontecimientos de importancia, como los distintos juegos olímpicos que se celebraban en varias ciudades de Grecia... Era un calendario infinito. Su nivel tecnológico era, aparentemente, imposible para la época.
Esto ha llevado a algunos autores a definir el mecanismo de Anticitera como un Oopart.
La palabra Oopart es el acrónimo en inglés de "Out of Place Artifact", artefacto fuera de lugar. Ejemplos que se postulan como Oopart son el "Cráneo de cristal Mitchell-Hedges", los "aviones quimbayas" o las "líneas de Nazca", por ejemplo; objetos o diseños (aparentemente) imposibles de realizar sin una tecnología moderna.
Sin embargo, si hemos de ser rigurosos, lo cierto es que no existen tales Ooparts; y en el caso del Mecanismo de Anticera sabemos que hubo antecedentes. Arquímedes había diseñado y construido planetarios, y en la antigüedad abundan las referencias a mecanismos y autómatas de una enorme complejidad, algunos incluso impulsados por vapor. La pregunta no es por qué existió el mecanismo de Anticitera; la pregunta es, debe ser, por qué nuestra especie perdió este bagaje científico casi por completo, y retrocedió más de mil años.
Les propongo algo: comparen estas dos imágenes. Una es el Efebo de Anticitera. La otra, una virgen románica del siglo XII¿Qué ha pasado en estos mil quinientos años, que separan la técnica de esculpido y fundido del Efebo con la tosquedad de la imagen medieval?
Ha pasado la desaparición de las bibliotecas de Alejandría, Serapeo y Pérgamo, el cierre del Liceo y la Academia y, en definitiva, la desaparición del espíritu helénico, la investigación y la búsqueda de la excelencia en el saber. Las religiones monoteístas impusieron sus verdades incontrovertibles, y el mundo, antes esférico, se volvió plano, yermo y vacío de matices.
Lo poco que quedaba, refugiado en la griega Bizancio, cayó bajo la espada de la IV cruzada. Por fortuna, los árabes y los scriptorium de los monasterios resguardaron parte del pasado, y por ello nos ha llegado (parte de) la voz de Platón o Erastótenes.
Pero es cierto que se perdió mucho, demasiado. ¡Cuántos libros de Aristóteles, tragedias de Sófocles, inventos de Arquímedes! La máquina de Anticera es un cruel recordatorio de este vacío. Las sentencias absolutistas proclamadas en púlpitos, minaretes y sanedrines abonaron la tierra de certezas, y gestaron obediencia ciega donde antes florecía el frágil pétalo de la duda.
El saber volvió, renació con la altura de las catedrales góticas, y luces como las de Erasmo iluminaron la senda que traza una simple pregunta y el ansia por saber.
Pero mientras, durante 2.000 años, hundido en el viejo y sabio Egeo, un rescoldo del esplendor del pasado espera a ser descubierto. Al menos el mecanismo de Anticitera ha vuelto para dar testimonio de la luz de su época.
Casi todo lo demás ardió en Alejandría. Y cuando los tenues rescoldos se apagaron, sobrevino la oscuridad.
Una silente oscuridad de más de mil años.
Antonio Carrillo.