Revista Cultura y Ocio

El mercader de Venecia: la tragedia detrás de la comedia

Publicado el 18 agosto 2020 por María Bertoni

Toda obra literaria tiene múltiples lecturas y abordajes que varían a lo largo del tiempo según cambian contextos y subjetividades; también constituye la evidencia de un momento histórico porque cristaliza los significados que circulan en el momento de su concepción. Los artistas crean atravesados, consciente o inconscientemente, por los valores dominantes de su época. Podemos revisitar una obra a partir de alguna evidencia del pasado y/o de alguna problemática presente.

Con esto en mente propongo la siguiente aproximación a El mercader de Venecia, que William Shakespeare escribió entre 1596 y 1598, en clave de comedia pero cuyo núcleo argumental encierra, a mi entender, una tragedia.

Patricio Rodríguez Rossi

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All is true
All is true es el título alternativo de la última puesta de Enrique VIII en el Teatro del Globo antes del fatídico incendio del 29 de junio de 1613. Desconocemos por qué se tituló la obra sobre un monarca con una afirmación de la Verdad, pero podemos inferir que nada es más verdadero que aquello que se construye a través del lenguaje.

La ciencia jurídica es esencialmente un dispositivo de construcción de verdad. En El Evangelio de Juan se disputa la verdad en la decisión del destino de Jesús:

37 Le dijo entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquél que es de la verdad, oye mi voz.
38 Le dijo Pilato: ¿Qué es la verdad? Y cuando hubo dicho esto, salió otra vez a los judíos, y les dijo: Yo no hallo en él ningún delito.
(Juan 18:37-38 Reina-Valera 1960)

Como es sabido, la verdad que se impuso fue la culpabilidad de Cristo.

En la construcción de la verdad interceden el discurso hegemónico y sus implicancias en la constitución del poder. Poncio Pilato es el Prefecto de la Provincia Romana de Judea, y como máxima autoridad imperial hace valer el tratado vigente por el cual la ley judía debe respetarse para mantener el dominio romano libre de conflictos con los hebreos. La pregunta “¿Qué es la verdad?” se nos presenta como un desafío a descubrir los sustratos en pugna para la imposición de la Verdad jurídica.

El mercader de Venecia se abre como una cebolla, por capas. En su seno alberga una tragedia: la de Shylock, la de la Nación Judía de la Venecia renacentista.

En la época en que transcurre la obra, Venecia es una ciudad multicultural, con un gran desarrollo mercantil y artístico, frecuentada por hombres provenientes de todos los puntos del Mediterráneo. La situación de los judíos difiere de otras regiones del continente (recordemos que fueron expulsados de Inglaterra en 1290 y de España en 1492): a cambio de aceptar vivir en un gueto, portar un sombrero rojo identificatorio y renunciar a la propiedad privada, se les permite salir de día para ejercer la medicina, el comercio, prestar dinero con intereses razonables.

El mercader… está compuesta por dos historias: la de Bassanio y su deseo de conquistar el corazón de Porcia, y la de Shylock y su disputa con Antonio.

El joven Bassanio necesita tres mil ducados para invertir en su plan amoroso. Se los pide primero a Antonio, que no cuenta con el dinero porque lo tiene invertido en sus buques mercantiles, pero que ofrece su aval crediticio.

El muchacho acude entonces a Shylock, judío despreciado por la sociedad y por Antonio. El prestamista acepta otorgar el dinero a partir de un acuerdo que lo habilita a extraer una libra de carne del cuerpo del deudor si éste no cumple con el reembolso en el plazo estipulado.

Mientras tanto, por designio de su padre, Porcia se encuentra obligada a casarse con el pretendiente que adivine cuál cofre de tres (uno de otro, otro de plata, otro de plomo) contiene el retrato de la muchacha. Después de los intentos fallidos del Príncipe de Marruecos y del Infante de Aragón, Bassanio resuelve el enigma.

Cuando llega el momento de pagar la deuda contraída con Shylock, Antonio no puede hacerlo porque sus naves naufragaron. Enterado de esta situación, el prestamista reclama el cumplimiento de la sanción establecida por contrato, y rechaza el pedido de misericordia en respuesta a la inclemencia que su pueblo y él mismo sufren por parte de los cristianos de Venecia.

SALARINO. De seguro que si no cumple el contrato, no por eso te has de quedar con su carne. ¿Para qué te sirve?

SHYLOCK. Me servirá de cebo en la caña de pescar. Me servirá para satisfacer mis odios. Me ha arruinado. Por él he perdido medio millón: él se ha reído de mis ganancias y de mis pérdidas: ha afrentado mi raza y linaje, ha dado calor a mis enemigos y ha desalentado a mis amigos. Y todo ¿por qué? Porque soy judío. ¿Y el judío no tiene ojos, no tiene manos ni órganos ni alma, ni sentidos ni pasiones? ¿No se alimenta de los mismos manjares, no recibe las mismas heridas, no padece las mismas enfermedades y se cura con iguales medicinas, no tiene calor en verano y frio en invierno, lo mismo que el cristiano? Si le pican ¿no sangra? ¿No se ríe si le hacen cosquillas? ¿No se muere si le envenenan? Si le ofenden, ¿no trata de vengarse? Si en todo lo demás somos tan semejantes ¿por qué no hemos de parecernos en esto? Si un judío ofende a un cristiano ¿no se venga éste, a pesar de su cristiana caridad? Y si un cristiano a un judío, ¿qué enseña al judío la humildad cristiana? A vengarse. Yo os imitaré en todo lo malo, y para poco he de ser, si no supero a mis maestros.
(ACTO III – ESCENA PRIMERA)

La exigencia de Shylock es la igualdad ante la Ley ya que, en caso de no ser así, el sistema jurídico de Venecia entraría en conflicto.

ANTONIO. El Dux tiene que cumplir la ley, porque el crédito de la República perdería mucho si no se respetasen los derechos del extranjero. Toda la riqueza, prosperidad y esplendor de esta ciudad depende de su comercio con los extranjeros. Ea, vamos. Tan agobiado estoy de pesadumbres, que dudo mucho que mañana tenga una libra de carne en mi cuerpo, con que hartar la sed de sangre de ese bárbaro. Adiós, buen carcelero. ¡Quiera Dios que Bassanio vuelva a verme y pague su deuda! Entonces moriré tranquilo.
(ACTO III – ESCENA TERCERA)

SHYLOCK. Vuestra Alteza sabe mi intención, y he jurado por el sábado lograr cumplida venganza. Si me la negáis, ¡vergüenza eterna para las leyes y libertades venecianas! Me diréis que ¿por qué estimo más una libra de carne de este hombre que tres mil ducados? Porque así se me antoja. ¿Os place esta contestación? Si en mi casa hubiera un ratón importuno, y yo me empeñara en pagar diez mil ducados por matarle, ¿lo llevaríais a mal? Hay hombres que no pueden ver en su mesa un lechón asado, otros que no resisten la vista de un gato, animal tan útil e inofensivo, y algunos que orinan, en oyendo el son de una gaita. Efectos de la antipatía que todo lo gobierna. Y así como ninguna de estas cosas tiene razón de ser, yo tampoco la puedo dar para seguir este pleito odioso, a no ser el odio que me inspira hasta el nombre de Antonio. ¿Os place esta respuesta?
(ACTO IV – ESCENA PRIMERA)

El tribunal presidido por el Dux debe dirimir la pena que le corresponde al deudor. El letrado Baltazar aparece en escena para verificar que el proceso esté sujeto a derecho según las leyes venecianas. Ante la evidencia del contrato que Shylock quiere hacer valer, tanto el Dux como los participantes Antonio, Bassanio y demás vuelven a reclamar misericordia, pero el prestamista se mantiene firme en su posición.

SHYLOCK. ¿Y qué he de temer, si a nadie hago daño? Tantos esclavos tenéis, que pueden serviros como mulos, perros o asnos en los oficios más viles y groseros. Vuestros son; vuestro dinero os han costado. Si yo os dijera: dejadlos en libertad, casadlos con vuestras hijas, no les hagáis sudar bajo la carga, dadles camas tan nuevas como las vuestras y tan delicados 82 manjares como los que vosotros coméis, ¿no me responderíais: «son nuestros?» Pues lo mismo os respondo yo. Esa libra de carne que pido es mía, y buen dinero me ha costado. Si no me la dais, maldigo de las leyes de Venecia, y pido justicia. ¿Me la dais? ¿Sí o no?
(ACTO IV – ESCENA PRIMERA)

Baltazar reconoce el derecho de ejecutar el contrato pero, antes de que el judío proceda, le hace la siguiente observación: Un momento no más. El contrato te otorga una libra de su carne, pero ni una gota de su sangre. Toma la carne que es lo que te pertenece; pero si derramas una gota de su sangre, tus bienes serán confiscados, conforme a la ley de Venecia.
(ACTO IV – ESCENA PRIMERA)

Baltazar lo desafía a ejecutar el contrato conforme a las leyes de Venecia: Prepárate ya a cortar la carne, pero sin derramar la sangre, y ha de ser una libra, ni más ni menos. Si tomas más, aunque sea la vigésima parte de un adarme, o inclinas, por poco que sea, la balanza, perderás la vida y la hacienda. Te daremos lo que te otorga el contrato. Cóbralo, si te atreves, judío.
(ACTO IV – ESCENA PRIMERA)

En un giro inesperado en la interpretación y aplicación de las leyes vigentes, Baltazar, ante la negativa de Shylock de ejecutar el contrato por el riesgo que esto conlleva, lo acusa de atentar contra la vida de Antonio:

BALTAZAR. Espera, judío. Aun así te alcanzan las leyes. Si algún extraño atenta por medios directos o indirectos contra la vida de un súbdito veneciano, éste tiene derecho a la mitad de los bienes del reo, y el Estado a la otra media. El Dux decidirá de su vida. Es así que tú directa e indirectamente has atentado contra la existencia de Antonio; luego la ley te coge de medio a medio. Póstrate a las plantas del Dux, y pídele perdón.
(ACTO IV – ESCENA PRIMERA)

Ante esta paradoja legal, Shylock queda a merced de la voluntad de su deudor y de la autoridad del Dux de Venecia, que decide perdonarle la vida, pero le confisca la mitad de los bienes por atentar contra la vida de un ciudadano de la República y la otra mitad se la entrega a su ahora víctima, Antonio. En un gesto misericordioso, éste decide que la mitad de su fortuna le sea dada al marido de la hija de Shylock cuando él muera y que el judío se convierta al cristianismo.

Completamente derrotado tras haber perdido mucho más que tres mil ducados, Shylock se retira de la escena. En el final de la obra se revela que el abogado Baltazar es en realidad Porcia disfrazada de hombre y su asistente en el tribunal es su criada Nerissa. Bassanio queda sorprendido de la actuación de su esposa.

Los vértices del triángulo
La obra alcanza un equilibrio entre tres personajes que son parte de un todo: Antonio, Porcia y Shylock.

El primero pertenece al sector hegemónico de la sociedad mediterránea y representa al ciudadano veneciano venerado por su condición social, bien apreciado entre pares por su generosidad y en especial por el agradecido Bassanio. Es el arquetipo del cristiano, temeroso de Dios, hombre de negocios en un siglo de incipiente capitalismo, recto de carácter, honrado y generoso. Manifiesta abiertamente su odio a los judíos porque esto también define su pertenencia social. Además la política y el marco jurídico lo amparan per se.

En este punto vale señalar que, a pesar de haber transcurrido cuatro siglos, la sociedad argentina contemporánea tiene a sus judíos: el inmigrante del país limítrofe, el homosexual, el cabecita negra, el transgénero, el opositor político entre otros. De hecho todavía no sabemos concebir una identidad sin la diferenciación respecto de un otro distinto, ajeno, sospechoso.

Volviendo a El mercader…, Porcia es joven heredera de una fortuna, trofeo de varones, sin derecho a elegir esposo: encarna a la «esclava del mundo» («nigger of the world«) que John Lennon describió en esta canción de 1972. Acaso por estar sometida a la autoridad masculina, la muchacha sabe que debe trasvestirse de hombre si quiere intervenir con éxito en un juicio.

Por su parte, Shylock es la piedra basal de toda la edificación dramática. A simple vista puede parecer el arquetipo de un individuo avaro, resentido, vengativo pero, siguiendo con la metáfora de la cebolla, encontramos una capa reveladora de un sujeto universal en una situación particular: en un mundo signado por la división entre dominadores y dominados, establecidos y desplazados, el judío de Venecia pertenece a la segunda categoría.

Su reclamo judicial constituye el punto de inflexión del relato porque el personaje pretende que sea literal una sanción simbólica. La Justicia misma, y ya no el dinero, se convierte en el verdadero objeto de disputa: para Shylock se trata de vengar las ofensas del ciudadano cristiano y del Estado contra los judíos o, en otras palabras, el delito de discriminación que el sistema jurídico veneciano perpetúa mientras legitima y reproduce las relaciones de desigualdad.

Cuando la Justicia se pronuncia, el prestamista queda a merced de la voluntad del Dux, que le perdona la vida y le confisca sus bienes. Para un judío considerado extranjero y sin derecho a poseer tierras, la sanción le quita el último resguardo económico y lo sume irreversiblemente en la pobreza. Como sostiene Salomón Reznick, “Shylock no es la encarnación de su raza, sino de todos los seres oprimidos”.

Epílogo
Despojada de sus capas superficiales, El mercader de Venecia anida una tragedia profunda, vigente por donde se la mire, extensible a cualquier colectivo segregado. Cuando construyen sus marcos jurídicos, los Estados pretenden una pluralidad que en la práctica es inexistente. Lejos de aplicarse por sí solas, las leyes son interpretadas por jueces que apelan a fuentes del Derecho sin dejar de ser sujetos ideológicos y condicionados por su pertenencia de clase.

El lenguaje es el vehículo, un terreno de lucha por la construcción del sentido. Esto queda demostrado con la ingeniosa intervención de Baltazar/Porcia que cita la letra del contrato y la Ley de Venecia para condenar al judío. En pleno Renacimiento, cuando las ideas de la Ilustración y el pensamiento racional comienzan a tomar protagonismo, Shakespeare pone en boca de este personaje una argumentación propia del Iuspositivismo, que excluye consideraciones morales y religiosas.

De esta manera Shylock queda atrapado en una paradoja: su reclamo de justicia fue concedido pero no puede ejecutarse porque esto implicaría atentar contra la vida del deudor. Contradicciones como ésta entorpecieron la elaboración del concepto de «Crimen de Lesa Humanidad» desde los juicios de Nüremberg contra los responsables del genocidio nazi (si lo sabrán los argentinos que reclamaron justicia por las aberraciones que nuestro Estado cometió entre 1975 y 1982).


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