Por Jorge Gómez
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En el spot de campaña que replica esta entrada, Ricardo Alfonsín propone imitar a países seguros y ordenados como Brasil, Chile y Uruguay. Al margen de algunos puntos polémicos, la exposición del candidato a Presidente de la Nación tiene un mérito indiscutible.
En principio, resulta extraña la pretensión de cautivar a la ciudadanía argentina con la idea de que los países limítrofes son ejemplares. Recordemos que los habitantes de nuestro litoral no les reconocen ninguna superioridad a Brasil ni a Uruguay, y que en nuestra Patagonia y poblaciones cercanas a la cordillera la relación con Chile pasa más por la competencia que por la admiración.
El discurso de Alfonsín parece destinado a porteños de buen poder adquisitivo, siempre dispuestos a elogiar los sitios donde disfrutan de sus vacaciones. A tono con esta especie de burbuja, el hijo de don Raúl olvida la violencia de las grandes ciudades brasileñas, la desigualdad social en Chile y Brasil, el atraso de la economía trasandina demasiado dependiente de la extracción del cobre en manos del Estado, la represion en este mismo país contra estudiantes, trabajadores y pueblos originarios, la violencia creciente en Uruguay (clic,clic,clic), los problemas comunes que enfrenta la región.
Sin dudas, el líder radical habría hecho mejor en hablar de integración y buena vecindad en lugar de apostar a slogans vacíos.
Pero no todo es crítica.
En esta pieza institucional, la cámara muestra al candidato con visibles dificultades para respirar, un poco disfónico, tal vez afiebrado. En tiempos de asesores especializados en convertir a los políticos en cuasi estrellas de rock, debemos agradecerle a Ricardito que se muestre tal cual es.
Es verdad que uno no sabe si escucharlo o llamar a un médico. Pero al menos el aspirante a Primer Mandatario no nos engaña: está enfermo.