Por Ileana Medina Hernández
Parimos en un hospital por MIEDO, por miedo a que algo pueda ir mal...
Compramos biberones y botes de leche artificial por MIEDO, por miedo a que nuestra leche no sea "buena" o suficiente para alimentar a nuestros hijos...
Dejamos de coger a nuestros hijos en brazos por MIEDO, por miedo a que "se acostumbren" y no seamos capaces de estar disponibles para ellos...
Echamos a nuestros hijos a una habitación solitaria desde bebés por MIEDO, por miedo a que nos "tomen el pelo", por miedo a compartir, por miedo a esperar su propio ritmo de independencia...
Regañamos a nuestros hijos todo el día, impidiendo que exploren y sean libres, por MIEDO a que les vaya pasar algo malo...
Regañamos a nuestros hijos todo el día, impidiendo que toquen y descubran, por MIEDO a que rompan nuestros preciados objetos...
Los metemos en una escuela todo el día desde los 4 meses, por MIEDO a que vayan a ser distintos a los demás...
Aceptamos trabajos que no nos hacen felices, por MIEDO a emprender lo que verdaderamente nos haría sentir realizados.
Nos vestimos, nos maquillamos y nos aderezamos como mandan las modas, por MIEDO a no gustar y a no ser aceptados.
Aceptamos mil humillaciones en el trabajo, por MIEDO a quedarnos sin empleo...
Complacemos a disgusto a padres, hermanos, maridos, familiares... por MIEDO a que no nos quieran.
Gastamos un dineral en seguros, alarmas, video-cámaras... por MIEDO a que nos puedan atacar.
Discriminamos y atacamos a los que no piensan como nosotros, por MIEDO a que no se sostengan nuestras ideas por sí mismas.
Nos hacemos cirugías plásticas, gastamos miles de euros en tratamientos estéticos... por MIEDO a la vejez y a la discriminación que ello conlleva.
No comemos lo que nos gusta por MIEDO a estar gordos. Comemos demasiado por MIEDO a enfrentarnos con nuestras propias miserias.
Nos vacunamos, compramos medicinas, hacemos caso a las campañas mediáticas... por MIEDO, por miedo a lo desconocido, a esos azotes epidémicos que "vienen de lejos".
Terminamos siendo lo que los demás quieren que seamos, por MIEDO a la desaprobación externa, en la que basamos toda nuestra valía y nuestra autoestima.
Dejamos de vivir nuestra vida por MIEDO, por miedo a lanzarnos a la piscina, por miedo a ser auténticos, por miedo a tomar las riendas de nuestra propia vida...
¿Te has detenido a pensar cuántas de las cosas que haces al día, las haces por MIEDO, y no realmente por deseo auténtico?
¿Te has dado cuenta de cuántas de las decisiones más importantes de tu vida las tomas realmente llevado por el miedo?
¿Te has detenido a examinarte, a conocerte a ti mismo, para descubrir cuántas de tus supuestas creencias son auténticas, o son fruto del acorazamiento que a lo largo de tu vida has tenido que ir fabricando para agradar, para ser querido, para ser aceptado, primero por tus padres, y luego por todos los demás...por MIEDO a perder su afecto?
El miedo es una emoción primaria básica imprescindible para la supervivencia. Gracias al miedo podemos prepararnos para HUIR ANTE LOS PELIGROS.
Pero el miedo es un recurso de emergencia, durante el cual se activan hormonas y neurotransmisores (como el cortisol y la adrenalina) cuya permanencia prolongada en nuestro organismo es tóxica y lesiva para el cerebro y para el sistema emocional. Esas sustancias además ponen a nuestro cuerpo en tensión, en estado de acorazamiento, preparado para la huida o la defensa.
Es como si quisiéramos ir por la autopista a 120 km/h con el coche en primera.
Es al miedo a lo que hoy llamamos finamente "estrés". El estado de estrés y el estado de miedo es similar a nivel biológico. El estrés no es más que la tensión permanente, tensión procedente de la presión social que nos obliga a hacer cosas que consciente o inconscientemente no queremos hacer. Es en realidad MIEDO, miedo a no poder cumplir las expectativas que otros han puesto en nosotros, y que terminamos interiorizando como propias.
Un estudio reciente ha concluido que la principal fuente de estrés para los adolescentes son sus padres, mientras que para los adultos es el trabajo.
Otros estudios también han demostrado que los bebés están cada vez más estresados, y la principal fuente de estrés para los bebés y niños también somos sus padres, por supuesto.
Los padres preparamos a nuestros hijos para la "sumisión", que luego aprovechará el mercado laboral. A través, por supuesto, del mecanismo mágico de la dominación social: el MIEDO.
El miedo no es una emoción más, sino que es una emoción básica. Realmente solo hay dos emociones básicas: el MIEDO y el AMOR, de las que derivan todas las demás emociones negativas (de repulsión) o positivas (de atracción). "Hay sólo dos modos de relacionarse con el mundo: desde el miedo o desde el amor" -dice Elsa Punset.
El odio, la violencia, el rencor, la venganza... son formas de miedo. Atacamos como modo de defendernos. Nos formamos como seres violentos, porque primero hemos tenido miedo. Miedo a perder a nuestra madre, miedo a quedarnos solos en el mundo, miedo a no sobrevivir, miedo a ser castigados, miedo a perder el cariño y la aprobación de nuestros padres.
Porque... ¿de dónde sale ese MIEDO persistente, base de toda la sumisión y la dominación social, no como forma puntual de reaccionar, sino como estado permanente de la condición humana?
Nace de la primera crianza, de la etapa primal, de los primeros meses y años de vida, en los que se forma nuestro sistema emocional. El bebé es emocional, no racional, y es en esa etapa donde se forman las sinapsis de su cerebro, preparándolo para el amor o para la defensa permanente (violencia).
Si el bebé recibe soledad, separación, cuna solitaria, cuando se ignora su llanto reclamando presencia y cuerpo del adulto, se activan las hormonas del miedo, o sea del estrés, y si esas hormonas se mantienen de forma prolongada, nuestro cerebro termina dañado y nuestro cuerpo acorazado, lleno de miedos y tensiones -inconscientes, pero presentes en el cerebro y en nuestro cuerpo- que nos acompañarán de por vida en forma de emociones negativas y de enfermedades físicas.
Así, trasladamos a través de la crianza la espiral del miedo a nuestros hijos. Nuestros propios miedos nos incapacitan para satisfacer sus necesidades, para acompañarles y para amarles del modo en que ellos pueden sentirse amados... y los convertimos a ellos también en las mismas criaturas miedosas, acorazadas, tensas, estresadas y carentes de autoestima que somos todos hoy.