Cuando uno se plantea practicar el ayuno intermitente por primera vez, curiosamente, lo que menos va a importar es la estrategia de ayuno a seguir –leangains, eat-stop-eat, etc.–, o el tipo de dieta en que aplicarlo –paleodieta, mediterránea, veganismo, alcachofa…
El primer gran escollo a superar, la primera barrera que sortear es el miedo al propio ayuno intermitente.
“Debes comer, como mínimo, cinco veces al día” es uno de los mantras socioculturales que más hondo ha calado en nuestra forma de relacionarnos con la comida. Todo lo que se salga de esa norma o creencia provoca tal cortocircuito mental que no es de extrañar caer en esa parálisis por análisis que solemos sufrir cuando la vida nos reta a experimentar nuevas realidades. “¿No me moriré de hambre?”. “¿No sufrirán mi hígado, mi páncreas, mis riñones?”. “¿No me sentiré cansado?”. “¿No me dolerá la cabeza?”. “¿Podré trabajar o rendir, si no como nada hasta las doce del mediodía?”. “¿No me dará una lipotimia, si hago ejercicio en ayunas?”. Cada vez que piensas en ayunar, tu cerebro te bombardea con infinitos temores a pasar no semanas o días, sino tan sólo unas pocas horas sin comer nada.
Las dos fuentes del miedo
Ese miedo proviene de dos lugares que, a pesar de contemplarlos por separado, están íntimamente relacionados.
La primera fuente de miedo es interior, es tu propio pensamiento. Todos los miedos respecto al hambre, los fallos orgánicos, la fatiga, los dolores de cabeza, un peor rendimiento o las lipotimias son inputs que se te han repetido tantas y tantas veces, decenas de miles, desde que naciste, en casa, en la escuela y en los mass media, que el eco mental generado te recuerda insistentemente que debes evitar pasar más de tres horas sin comer, y más si esos miedos se refuerzan con otros miedos todavía más poderosos que los referentes a la salud –qué triste–, como son los miedos estéticos –como vimos en 10 mitos desmontados acerca del ayuno intermitente, otras leyendas en torno al tema son, por ejemplo, que comer una o dos veces al día te engordará, o incluso hará que pierdas musculatura.
Por otro lado, la segunda fuente de miedo es exterior, es la voz de la grada, como dice mi buen amigo Xavi Cañellas, es decir, la opinión de tu entorno social más inmediato. No se te vaya a ocurrir decirle a mamá que no has desayunado nada. Ándate con ojo cuando quedes con tus amigos para una salida en bici y seas el único en no zamparte un buen plato de judías con panceta y butifarra a medio camino. Y, sobre todo, ni te atrevas a decirle al médico que prefieres no comer nada hasta el mediodía. Todos van a desaprobar tu elección, más que nada porque inconscientemente se sienten ofendidos y amenazados; tu alternativa pone en duda sus propias creencias y conductas.
Como decía, aunque dividir esas fuentes sirva para entender y razonar mejor el miedo al ayuno, y así debilitarlo, ambas deben comprenderse como una sola, ya que son interdependientes, se retroalimentan la una a la otra.
Cómo afrontar el miedo al ayuno
Sabiendo de dónde viene el miedo, es más fácil dejarlo ir. Ni tan siquiera es necesario enfrentarse al miedo. Simplemente hay que afrontarlo.
El miedo, en realidad, está instaurado en el pensamiento, ¿verdad? Si ese miedo es tan intenso que no te deja avanzar, tendrás que regularlo, también, mentalmente. La práctica de la meditación formal, seguramente la herramienta más eficiente para el autoconocimiento, te permitirá observar y determinar cuáles son tus miedos. Una vez los reconozcas, puedes practicar la repetición mántrica que machaque –como suelen decir los informáticos– la versión obsoleta de tus miedos mentales. Por ejemplo, si tienes muchísimo miedo a una fatiga exagerada provocada por el ayuno, puedes sentarte cinco minutos al día y repetirte “gracias al ayuno, tengo más energía que nunca”.
Además, como el miedo se ve reforzado constantemente por las voces sociales y tu propio miedo a no encajar en tu tribu, empezar a replantearte cómo te relacionas con los demás y cuánta importancia le das a esas opiniones será parte de tu trabajo, incluso el hecho de si realmente quieres formar parte de esa comunidad –algo que puede hacerte crecer en muchísimos más campos que no sólo en la experimentación con el ayuno. Algo que también puede ayudarte mucho, ahora que hemos dado un gran salto evolutivo en lo que se refiere a las redes sociales, gracias a Internet, es buscar el apoyo de un grupo de practicantes de ayuno intermitente, o testimonios y experiencias de otras personas que ya hayan pasado por todo esto. No estás solo.
No todo es mental
Como último consejo, me gustaría recalcar que esos miedos no son los únicos obstáculos que te vas a encontrar cuando empieces a experimentar con el ayuno, por lo que no va a bastar con sentarte a meditar y repetirte frases bonitas todos los días, y tampoco hacer oídos sordos a los mantras sociales.
Tu cuerpo está muy habituado a comer con mucha frecuencia, y es normal que al principio se pueda quejar un poco, quiera resistirse al cambio, se muestre perezoso.
El cuerpo y la mente son tus herramientas, y no al revés. Al pensamiento siempre debe seguirle una acción. Y al coraje mental alrededor del ayuno intermitente debe seguirle un cambio de hábitos real y progresivo, con una escucha activa de cómo va reaccionando tu cuerpo y, finalmente, un aprendizaje y adaptación individual de la propia práctica del ayuno –con el tiempo, uno aprende a crear su propia experiencia del ayuno, más allá de pautas y dietas pre-establecidas.
Ahora te toca a ti, que estamos hablando de experimentación. Menos teoría y más práctica. Tú mueves, chaval.