El clima político anda bastante crispado, en España y en Catalunya. Eso, que no aporta nada desde el punto de vista constructivo, sin embargo creo que en este caso es síntoma de que se están moviendo no pocas cosas que se habían mantenido monolíticas desde hace décadas. Tienen razón quienes afirman que estamos viviendo una segunda transición, o, al menos, nos encontramos en disposición de vivirla. Veremos hasta qué punto los actores de la función se atreven a aceptar el reto.
Los actores no son sólo los dirigentes políticos que copan espacios en los medios de comunicación, sino que todos tenemos nuestra cuota de protagonismo y responsabilidad. La ciudadanía ha tomado la iniciativa y aunque los cambios no van a suceder de un día para otro, el actual momento lleva gestándose varios años (desde el 15 de mayo de 2011, en mi opinión), y es ahora cuando afloran los primeros resultados.
Escribía el otro día que el cambio es ya imparable. Lo creo de veras. Las reacciones que los partidos tradicionales, los autoerigidos defensores del régimen constitucional (pero sólo de aquellas partes de la Constitución que interesan a la oligarquía que ostenta el poder), están teniendo tras los resultados de las elecciones del 20 de diciembre, hacen que me reafirme en ello.
Quiero hablar de Podemos y el PsoE, sobre todo, pero antes no puedo resistirme a hacer una breve parada en la situación surrealista que vivimos en Catalunya después de tres meses sin gobierno.
Ayer la CUP decidía en asamblea si cedía a Artur Mas los dos votos que necesita para reeditar la presidencia de la Generalitat. Fue un día muy largo y muy intenso para los poco más de 3.000 militantes de la formación asamblearia, anticapitalista e independentista, que cerraron con una votación en la que se registró un empate a 1.515 entre quienes se niegan a investir al “capitán de los recortes” y quienes, empujados por su alma independentista, aceptan el sacrificio de darle el apoyo necesario en pro de la continuidad del proceso hacia la república catalana. Total, que la forma de deshacer el empate la decidirá el Consejo Político y el grupo de acción parlamentaria en una reunión el 2 de enero.
Resulta, como poco, irónico que todo el sistema institucional de un país se mantenga paralizado esperando el desenlace del proceso democrático de toma de decisión de un colectivo antisistema. Y resulta algo más que irónico, ridículo diría yo, que un emblema del stablishment, como es Artur Mas, se preste a ello. El 9 de enero finaliza el plazo para la investidura de presidente por el Parlament, si no, se convocarán elecciones automáticamente. Junts pel sí asegura que no propondrá otro candidato. Yo admiro el ejercicio de coherencia democrática que está llevando a cabo la CUP. Lo admiraría más aún si sirviera para reafirmar su compromiso con la justicia social, con la conciencia de clase y con el socialismo. Apoyar a Mas pisotearía esas señas de identidad. En cualquier caso, mi aplauso para ellos.
Lo que no entiendo es que una figura política tan relevante como el líder de Convergència haya decidido perder hasta la última gota de dignidad por su obsesión a seguir aferrada al cargo. A mi entender, debería actuar sin dilación, y sólo tiene dos salidas posibles: renunciar o convocar elecciones de forma inmediata. Visto lo visto, no me extrañaría en absoluto que acabe optando por continuar esperando, mientras las presiones sobre la CUP se intensifican a medida que se acerca la fecha límite.
Ya no me atrevo a predecir cómo acabará el thriller. Todo es posible, pero lo que queda claro es que la vía unilateral hacia la independencia que el Parlament adoptó en su interpretación de los resultados de las elecciones del 27 de septiembre, no cuenta con el apoyo suficiente para avanzar de forma consistente. Lo que está ocurriendo no es serio, pese a tratarse de un asunto de la máxima seriedad.
Sigo pensando que la única salida lógica al conflicto es un referéndum vinculante pactado con el Estado. “Imposible”, se apresuran a sentenciar los independentistas. “El Estado opresor jamás lo permitirá”. Y así es. La actual correlación de fuerzas en el Parlamento español impide esa opción. Pero se han empezado a mover algunas cosas y, por qué no, quizás el referéndum acabe siendo posible a medio plazo. Desde luego, a mí me parece más viable que una declaración unilateral de independencia, por muy contundente y entusiasta que sea.
El panorama político tras el 20 de diciembre ha quedado de lo más interesante. El PP, ganador de la contienda pese a perder cuatro millones de votos y 63 escaños, está desaparecido, consciente de que tiene imposible (por ahora) formar gobierno, y eso que Albert Rivera no para de clamar a los cuatro vientos por un tripartito que “salve al país”. Curioso. El mismo que renegaba de PP y PsoE, del bipartidismo viejo y corrupto, ahora está desesperado por que nada cambie. Qué poco aguantan las operaciones de saneamiento estético. Me atrevo a vaticinar que si se repiten elecciones Ciudadanos se podrá dar con un canto en los dientes si logra retener un puñado de diputados.
El meollo de la cuestión se encuentra en el eje PsoE-Podemos. Los de Pablo Iglesias tomaron la iniciativa desde la misma noche del domingo y han conseguido, con una facilidad pasmosa, marcar la agenda postelectoral. Pedro Sánchez y el resto de la cúpula del partido antiguamente obrero y socialista andan como pollos sin cabeza, perdidos en sus particulares juegos de tronos y alterados por las propuestas revolucionarias de su principal rival. Porque ha quedado más que claro que el PsoE no le teme al PP, sino a Podemos. A los viejos dinosaurios de la socialdemocracia, perfectamente representados por ese hijo del poder que es Felipe González, les aterra la visión de una España que vire a la izquierda, que acoja con ilusión la posibilidad de que las instituciones se hagan suyas las ansias de justicia social y de democracia. Que la ciudadanía se libere de una vez del síndrome de Estocolmo que la ha tenido aletargada y tome conciencia de que otra forma de hacer política es posible.
Los guardianes del sistema (y es triste que se consideren socialistas) se agarran a la descalificación, a la tergiversación, a la agitación de los miedos y los sentimientos más primarios (como el patriotismo; en eso coinciden todos los nacionalistas, los españoles y los demás) para poner paños calientes al previsible fracaso de un pacto de izquierdas. Todos sabemos que la cúpula del sistema (las élites financieras, empresariales y eclesiásticas) tiemblan ante la posibilidad de que Podemos se instale en el poder. No porque vayan a llevar el país a pique, sino porque ven peligrar sus privilegios. A la oligarquía le importa un carajo la patria y el bienestar de sus “compatriotas”. No me voy a extender en obviedades.
La vieja guardia “socialista” y sus herederos tampoco quieren tener nada que ver con esos “radicales antisistema chavistas y amigos de ETA”. Les encantaría alcanzar un pacto con el PP; sería lo mejor para España. Pero como queda feo llamar indigno a Rajoy en campaña y luego intercambiar sillones, se conforman con quedarse en la oposición, absteniéndose en la sesión de investidura, haciendo gala así de un loable ejercicio de responsabilidad. Ya se encargarán de buscar la manera de que sea Podemos quien aparezca ante la opinión pública como el culpable de no haber alcanzado un acuerdo de progreso. La condición del referéndum en Catalunya es la excusa perfecta. Así, los de Podemos ahora son además independentistas camuflados que quieren romper España, e Iglesias, un títere de Ada Colau.
“No podemos negociar con quienes quieren romper España”, sentencia, con gran afectación, la lideresa Susana Díaz, presidenta de la Junta de Andalucía y, según los entendidos, quien maneja los hilos en el partido.
Aunque sea mentira, el mensaje cala. Podemos no quiere romper España, sino solucionar el conflicto catalán de la única manera que se puede solucionar: con democracia. El frentismo no ha hecho más que agravarlo, hasta un punto en que la mitad de la sociedad catalana no quiere saber nada del Estado vecino. La única salida, la última oportunidad que le queda a España para convencer a los catalanes de que continuar juntos es una buena idea, es el referéndum, acompañado por una propuesta de reforma territorial atractiva, que desactive las ganas de independencia de quienes hace tres años no eran independentistas, y que son quienes han dotado de músculo al proceso.
El nacionalismo tiene la culpa del conflicto catalán, efectivamente. El nacionalismo español y su cerrazón.
El PP jamás aceptará la consulta, y el actual PsoE tampoco. Catalunya es un territorio perdido para ambos partidos. Es triste, sobre todo por el PSC, qué manera de renunciar a su identidad para diluirse en la deriva ultraespañolista de Susana Díaz & co. Total, que como no tienen nada que rascar, electoralmente hablando, se “bunkerizan” en su batalla por ver quién es más español. Eso da muchos votos en Andalucía y Extremadura, los territorios a los que pronto quedará relegado el PsoE.
Es una pena, porque en el partido hay voces coherentes, visiones mucho más cercanas a la izquierda que ahora representa Podemos (e Izquierda Unida – Unidad Popular, por mucho que algunos se empeñen en mantener el enfrentamiento; no interesa una confluencia poderosa del progresismo) que a la cúpula acomodada. Voces que apuestan sin matices por un pacto de progreso, con referéndum incluido, y que llegan, curiosamente, desde Andalucía. Me refiero a José Antonio Pérez Tapias, miembro del comité federal, decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada, exdiputado, quien disputó la secretaría general del partido a Pedro Sánchez y Eduardo Madina. Es muy activo en redes sociales y no duda en exponer su opinión de forma libre y cristalina.
¿Queda esperanza de que el PsoE recupere la ‘S’ y la ‘O’?
Con la condición del referéndum Podemos ha revolucionado el gallinero. En mi opinión, es una postura muy inteligente. No sólo por la apuesta para que los catalanes votemos, que además de alarmar al bipartidismo ha descolocado al independentismo, sino por las otras cuatro que la acompañan: reforma del sistema electoral (y no en la línea que sugiere Felipe González, precisamente), prohibición de las puertas giratorias, independencia de la justicia y blindaje de los derechos sociales. Apuesto a que el referéndum no es el único escollo para que los “socialistas” se presten al acuerdo. Veremos cuántos diputados apoyan el 13 de enero la #Ley25Rescate, inspirada en el artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Los barones del PsoE han autorizado a Pedro Sánchez a buscar un acuerdo con Podemos, siempre que no incluya el referéndum catalán. Una negociación condenada, pues, al fracaso, ya que el principal activo con que cuenta la formación morada es su palabra. No pueden, ni deben, empezar a incumplir compromisos con sus votantes. No hay prisa. Para el PsoE el peor panorama posible son unas nuevas elecciones, aunque en este momento parezca el más probable. A Podemos, si mantiene la coherencia y, sobre todo, si las izquierdas se ponen a trabajar en serio por la confluencia, le reforzarán. Veremos hasta qué punto y si es suficiente para desbancar a un PP que, con nuevo candidato/a, recuperará buena parte de los votos confiados a Ciudadanos.
Antes de eso, sin embargo, queda mucha tela por cortar, en un ambiente crispado, pero también de cambio. La cosa se pone interesante.