Hoy vengo a contarles una batallita, espero no aburrirles. Y que conste que no lo hago intentando sentar cátedra ni cambiar la opinión de nadie sino para dejar clara mi forma de ver ciertas cosas, por si a alguien pudiera interesarle (que no veo razón alguna, también lo digo).
He estado en algunas manifestaciones durante mi vida adulta, casi siempre trabajando (hasta hace 2 años trabajé en medios de comunicación), aunque algunas de esas veces, aun yendo con una cámara de vídeo y un carnet de prensa, me sentí parte de los manifestantes. Entre 2014 y 2018 trabajé para una agencia internacional de noticias en Colombia y me tocó cubrir manifestaciones de todo tipo: el orgullo gay, protestas contra o a favor de leyes, por la paz, contra gobiernos concretos... antes de eso también estuve en las manifestaciones del #15M en Tenerife, me di una vuelta por la #acampadasol en Madrid y ese mismo año de 2011 también estuve en una manifestación el 15 de octubre en la ciudad de Valencia. Alguna de las manifas en las que estuve acabaron en disturbios, sobre todo las que cubrí en Colombia: antidisturbios dando porrazos, disparando balas de goma, lanzando gas lacrimógeno o agua a presión desde una tanqueta; también manifestantes lazando piedras, "papas bomba" o cócteles molotov contra sedes de bancos. Alguna vez me alcanzó una piedra, en otra estuvo a punto de llegarme otra si mi compañero periodista no me hubiese alejado de su trayectoria, y mis ojos, nariz y garganta sufrieron los efectos del gas lacrimógeno y más de un empujón de los antidisturbios. Pero en ninguna de estas ocasiones llegué a pasar miedo. Al fin y al cabo hay dos cosas que uno puede hacer en esas situaciones para evitar ponerse en peligro: mostrar el carnet de prensa y alejarse un poco.
En varias ocasiones también, mientras trabajaba para la agencia de noticias, tuve que ir a cubrir manifestaciones de la extrema derecha colombiana y recuerdo dos especialmente: una de ellas fue promovida por grupos religiosos y partidos políticos de derechas debido a unos folletos que la alcaldía de Bogotá (en ese momento con un alcalde de izquierdas) había repartido en escuelas para que los profesores tuviesen unas líneas de actuación en casos de bullying y en los que se hablaba de cómo actuar para evitar acoso y violencia contra niños o adolescentes homosexuales. La otra que recuerdo bien fue organizada por el principal partido de extrema derecha del país (que es quien gobierna actualmente) para protestar por el inicio de las negociaciones de paz del anterior gobierno con el grupo guerrillero de las FARC. Y les tengo que ser sincero: en estas sí pasé autentico miedo. Había allí personas que trataban a los homosexuales como enfermos e incluso como infraseres que no merecen estar entre ellos; pisar su mismo suelo, compartir colegio con sus hijos o trabajar en sus empresas. Gente que propugnaba matar a otras personas antes que sentarse a hablar para resolver conflictos ideológicos y políticos. Xenófobos que culpaban a ciudadanos de países vecinos de sus propios problemas, machistas que culpaban a las mujeres de la violencia que ellas mismas sufrían -y sufren- día a día... cosas que me causan un pavor instintivo. Cosas que no se acaban cuando uno se aleja y toma distancia sino que siguen ahí, en casas, colegios, iglesias, empresas e incluso en instituciones públicas. Ese odio al diferente, ese miedo a garantizar los derechos de los demás y perder los privilegios propios, esa negación de la igualdad de cualquier ciudadano ante la ley e incluso ante Dios... es para mí mucho más peligroso y violento que cualquier contenedor quemado, que cualquier encapuchado lanzando piedras a la policía. Policía que, por cierto, solía estar más presente y activa en otras manifestaciones donde la gente tenía otros rangos de edad, otras ideas y otras clases sociales: en aquellas que, casi siempre, acababan en disturbios.