Filme de claras resonancias religiosas que se ha paseado por festivales de todo el mundo recogiendo premios y nominaciones, Lazzaro feliz (2018) --escrita y dirigida por la italiana Alice Rohrwacher-- presenta una historia sólida, a veces desarrollada de forma errática, en ocasiones con un punto cargante, cuyos acontecimientos, sobre todo determinadas escenas, dejan al descubierto una intensa carga crítica. No en forma de alegato apasionado, ni sugerido a través de algún recurso de la narración, sino por deducción lógica del espectador. No es un filme pedante ni complicado, pero su aire de fábula autoconsciente no ayuda a lograr que parezca una historia redonda o un asunto incómodo.
«Los seres humanos son como los animales, si los liberas pasarán a ser conscientes de su condición de esclavos y los condenarás al sufrimiento. Ahora [como esclavos] también sufren, pero no lo saben». Este diálogo es la piedra angular sobre la que se sostiene toda la película; se lo suelta la marquesa a su hijo, temeroso de una rebelión de los aparceros que mantiene esclavizados en su finca. Esta mujer les que hace creer que están aislados desde que el río cortó la única vía de comunicación con el exterior (en realidad de esa inundación ya hace años y no es un obstáculo para abandonar la zona, pero así los mantiene bajo su dominio). Así, la única forma de sobrevivir que le queda a esa gente es trabajar en la plantación de tabaco de la marquesa a cambio de nada. En realidad, la afirmación de la marquesa es cierta porque sus esclavos han sido engañados y/o no han conocido la libertad, por lo que no hay que temer una rebelión que rompa con el estado de cosas que reina en la finca. Lo que explica la película es que sí hay una manera, impensable para ambas partes: la actitud de Lazzaro.
Lazzaro es un ingenuo absoluto, pero con una inclinación natural e inagotable para hacer el bien: siempre dice que sí, nunca se queja, ayuda a todos, hace lo que le mandan (aunque sea una injusticia o un abuso). La marquesa cree que esa es la clave para que la cadena de la explotación funcione: siempre hay alguien por debajo del que aprovecharse: la marquesa de los aparceros, los aparceros de Lazzaro... Pero, ¿y Lazzaro? ¿A quién explota? La marquesa cree que hace lo mismo que el resto, y ahí es donde Rohrwacher inserta su fábula, a medio camino entre la bienaventuranza catolicista y la ética política más actual.
Tras una primera parte dedicada a presentar a los personajes y el conflicto, en la segunda la narración adopta ese formato de parábola moralizante, quizá la única concesión que se permite la directora para hacer aún más obvio el significado de su película (Lazzaro exhibe el mismo poder que el personaje de la Biblia). Este paralelismo religioso arruina parte de la crítica política que destila la historia: una vez liberados de su exclavitud, sucede exactamente lo que vaticinaba la marquesa. Sin este detalle milagrero Lazzaro feliz funcionaría a la perfección como carga de profundidad contra los fundamentos de nuestra sociedad.
¿Significa eso que es preferible vivir como esclavo? En absoluto; lo que la película expresa es una idea devastadora: debemos desconfiar de la bondad en estado puro, esa que se muestra en el día a día sin pedir nada a cambio y llevando a la práctica lo que dicta la doctrina católica; porque si todos nos comportaramos igual sería imposible la existencia misma de la sociedad. Es preferible conformarse con un sucedáneo hecho de buenas intenciones e intereses egoístas no revelados/admitidos. Esa es la bondad imperfecta --compatible con la vida en sociedad-- que puede permitirse el ser humano. Una historia capaz de expresar todo esto a partir de un relato sencillo y cotidiano se merece sin duda el premio al mejor guión que recibió en Cannes.