Revista Cultura y Ocio
En un mundo inundado por el pecado (tal era la visión de los intelectuales del período medieval) la purificación que supondría el Apocalipsis solo podía producirse con dolor y la destrucción de todo lo existente. Aunque ya hemos indicado la esperanza con la que muchos esperaban el Fin de los Tiempos a ello se une el miedo: el profundo terror a tener que expiar los propios pecados. Y, tal y como señalamos el anterior artículo, el Apocalipsis no podía producirse sin la participación de dos figuras fundamentales como son el Emperador del Imperio Universal y el Anticristo.
El Anticristo es una figura fundamental en la cultura medieval. La aparición de este ser, antítesis de Cristo y cuya principal función es condenar a toda la humanidad, es anunciada insistentemente. Incluso, vemos como llega a ser identificado con personajes históricos de primer orden. De esta manera, el propio emperador Federico II llegará a ser acusado de ser el Anticristo por la propaganda de sus enemigos, entre los que sobresale el Papa. En esta misma tendencia el Papa Bonifacio VIII es acusado también por el rey Felipe IV de Francia, el mismo hombre que posteriormente manejaría los hilos del proceso a la orden del Temple.
Por otra parte, a la figura del Anticristo se opone la del Emperador del Fin de los Tiempos. Dicho emperador habría de unificar a toda la Cristiandad y dirigirla a un milenio de paz. Esta idea sirvió de base a numerosos príncipes cristianos a lo largo de la Edad Media para justificar sus intentos expansivos e, incluso, de predominio sobre la Iglesia.
El carácter mesiánico asociado a esta figura dio lugar al concepto del “emperador durmiente”, probablemente eco del mito oriental del “imam oculto” (elemento fundamental en la doctrina chiíta, por ejemplo) . Según dicha idea el rey o emperador no habría muerto sino que estaría dormido, esperando a despertar y llevar a la Cristiandad a una etapa de unión y prosperidad. Este tipo de leyenda aparece asociada a figuras como la del célebre Federico Barbarroja o el ya citado Federico II. Además, algunos célebres reyes europeos también fueron identificados como “monarcas durmientes” como es el caso de Alfonso I el Batallador en la Península Ibérica.
En definitiva, vemos como la concepción medieval del mundo, mezcla de realidad y ficción, lo empapa todo, configurando un mundo complejo y fascinante en el que el Final de los Días es un elemento siempre presente.