Revista Religión
Leer: Hechos 7:54–8:2 | En 2002, pocos meses después de que mi hermana y su esposo murieran en un accidente, un amigo me invitó a un taller en nuestra iglesia sobre «Crecer por el dolor». Aunque reticente, acepté ir a la primera sesión, pero sin intenciones de volver.
Quedé sorprendido al descubrir a un grupo que buscaba la ayuda de Dios y de otras personas para tratar de aceptar una pérdida importante. Semana tras semana, allí estuve, buscando paz y aceptación de la realidad al compartir el dolor con otros.
Tal como la pérdida repentina de un ser querido o de un amigo, la muerte de Esteban, un dinámico testigo de Jesús, produjo consternación y tristeza a los miembros de la iglesia primitiva (Hechos 7:57-60). Ante la persecución, «hombres piadosos llevaron a enterrar a Esteban, e hicieron gran llanto sobre él» (8:2). Estas personas de fe hicieron en conjunto dos cosas: sepultaron a Esteban, un acto de cierre y pérdida; y lloraron intensamente por él, una expresión compartida de su tristeza.
Los que seguimos a Jesús no tenemos por qué llorar nuestras pérdidas solos. Con sinceridad y amor, podemos acompañar a los que sufren; y con humildad, aceptar la condolencia de quienes nos rodean. Así, alcanzamos la paz que da Jesucristo, quien conoce nuestra profunda tristeza.
Dios, sana mi dolor con tu amor.El ministerio de condolerse con otros ayuda a sanar nuestros corazones.
NUESTRO PAN DIARIO
Loading...