En la actualidad el lenguaje figurado es de uso común en nuestras conversaciones cotidianas como también en el lenguaje periodístico, deportivo, humorístico o literario. Atrás quedó aquel recuerdo escolar erróneo de la metáfora como figura retórica exclusiva de la literatura. En realidad la metáfora es un recurso para la comunicación que cumple distintas funciones: en ocasiones estéticas, en otras persuasivas o, como en el caso que nos ocupa, pretendiendo ser explicativa se convierte en discriminatoria y ofensiva.
No estuvo afortunado el ministro con la metáfora de la casa y las goteras para referirse al programa de reubicación que la Unión Europea ha diseñado para los demandantes de asilo. Una casa «con muchas goteras que inundan distintas habitaciones» y en la que se opta por «distribuir el agua entre habitaciones en lugar de taponar», dijo Fernández Díaz. La respuesta fue inmediata y contundente: ¡No somos goteras! De la hostilidad de este ministro para con los migrantes ya teníamos noticias. Ahora conocemos también su desprecio hacia los refugiados. Nada sorprende en un Gobierno que se ha mostrado entusiasta defensor de vallas, cuchillas, pelotas de goma y devoluciones en caliente.
Las redes sociales respondieron al ministro recordando su declarado fervor religioso. Un error en el que caemos con demasiada frecuencia. Más que las convicciones personales de un ministro, si actúa conforme a determinados principios religiosos o si hay contradicciones entre su credo y sus hechos, lo relevante son las consecuencias de sus decisiones políticas. Si aceptamos que ni el Estado ni el Gobierno deben actuar conforme a consideraciones religiosas, resulta incongruente replicar al ministro desde postulados religiosos como si fuéramos miembros de un tribunal encargado de velar por la ortodoxia religiosa. Las incoherencias religiosas de Fernández Díaz, son asuntos personales; las decisiones políticas del ministro, no. En este país, la separación entre religión y política es una materia pendiente y una necesidad; urge desalojar la religión de las instituciones públicas.
El derecho de asilo queda vinculado a la condición de perseguido en el artículo 14.1 de la Declaración de Universal de los Derechos Humanos: «En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo y a disfrutar de él en cualquier país». Este precepto no solo es ignorado por el ministro, sino que con una carencia absoluta de humanismo propone luchar contra este derecho «taponando» cualquier posibilidad de «acoger» para evitar un hipotético «efecto llamada». El ministro habla como si la historia de la humanidad, no fuera una historia de migraciones, de gente que huye por causa de guerra, ideología, raza, sexo, religión o hambre. Desconoce igualmente el concepto de solidaridad; carece de sentido humanitario.
No sorprende, con un gobierno como el actual, que la ONU vuelva a suspender a España en materia de derechos civiles y políticos. Un Gobierno que legisla para que las personas de cualquier parte del mundo, si son ricas, obtengan el permiso de residencia y, si son pobres —¡y esto no es una metáfora!—, les retiren la tarjeta sanitaria, queden atrapadas entre muros y vallas o sean devueltos de manera ilegal. Es repugnante, pero cierto: en este país el permiso de residencia se consigue comprando una vivienda con precio superior a 500.000 euros o adquiriendo deuda pública por más de dos millones de euros. No importa el origen del comprador; si los euros son de origen delictivo, tampoco. Aquí, se penaliza la pobreza y se hace real aquello del «tanto tienes tanto vales».
La ventaja de las metáforas es que ofrecen imágenes para simplificar las cosas y retratan a quien las usa. De nada valen las metáforas para tratar de explicar lo inexplicable ni justificar lo injustificable. Solo una pregunta al Gobierno y al ministro Fernández Díaz: ¿no es lo mismo matar que dejar morir?
Es lunes, escucho al Majamisty TriO:
Un país con el alma rota Las goteras del ministro Fernández Díaz Los refugiados, el mayor reto humanitario Un cuento árabe Versiones originales Llamada Perdida, olor a éxodo Centrípetos y Centrífugos Las goteras de Fernández Díaz. La España que no tiene corazón Goteras o Carta abierta a Fernández Díaz Europa otra vez incapaz